Por Sebastián Grant Del Río
Increíble, pero cierto. Así, con todas sus letras. Y lo planteo, simplemente, porque es increíble que una película como "Deep Web: show mortal" se extienda ya en su segunda semana en la cartelera comercial de una oferta cinematográfica que ofrece -por lo menos ahora- pocos títulos atractivos. Y los que sí lo parecen, llegan a la semana en algunas cadenas cinematográficas.
Sin pretender entrar en caminos y débiles curvas narrativas, la cinta realizada por Dan Zachary (Canadá, 2023) es de una obviedad aberrante, en todas sus formas: desde malas referencias a obras mayores del género como "El juego del miedo" (James Wan, 2004) o "La Purga: la noche de la expiación" (James DeMonaco, 2013); pasando por diálogos predecibles, que no alcanza para aprobar un examen audiovisual, sumado a actuaciones que evidencian un vacío total. Esto, en el marco de una historia planteada con una narrativa fundada en las imágenes en movimiento, que parece parte de un "reel" mal hecho en 80 minutos.
Sin embargo, ahí está, al pie del cañón. En su segunda semana en exhibición, contando con un público que es engañado pretendiendo encontrar una buena historia de terror -que los atrape- con arranques gore de una infantil ocurrencia de lo explícito. Pero insisto, ahí está, funcionando en una cartelera que atrae a un público -joven y adulto- que termina por reírse de lo torpe de sus giros y fundamentos dramáticos.
¿Acaso, nos estamos acostumbrando a las historias mal contadas? O, para decirlo de otra manera, historias planteadas a la rápida, instantáneas y derivadas de "otras", como tantas cosas que pasan en tiempos más cercanos a la reacción (de algo tipo "reels") que a la contemplación de una película.
No digo buena o mala, pues ahí entran a jugar las subjetividades de cada uno frente a lo que se puede considerar una "obra abierta". Sin embargo, un título como éste -"Deep web"- apunta a propuestas de relato destinadas a una audiencia que no quiere reflexionar sobre lo que tiene al frente.
Así también ocurre con "Compañera perfecta" (Drew Hancock, 2025), una cinta bien comentada por una "reseñistas" -las redes dan para todo- que creen que el cine de terror partió el 2000 (o algo por el estilo), y que el cine se inició en los 80, o por ahí.
Pero no es así. Este grupo de "críticos", que se transforman en estadísticas en tiempos de cifras, apuntando historias concebidas para atrapar al público en menos de cinco minutos. De lo contrario, no sirven…
Error, error
Si no fuera así, no existirían las buenas historias, en este caso, propuestas como películas en la pantalla. Al respecto, pienso en un Luca Guadagnino con su logrado remake de "Suspiria", en 2018, o "Desafiantes", 2024, una interesante exposición de un triángulo de personas sin que necesariamente sea "amoroso", en este Siglo 21. "Desafiantes" no juzga, expone y es el espectador el que toma la decisión. Algo que también ocurre en una serie como "Breaking Bad", por ejemplo, originalmente emitida entre los años 2008 y 2013 por la señal de cable AMC.
A propósito de lo anterior, hace poco volví a ver dos cintas que, posiblemente, muchos conozcan, hayan visto o sepan de ellas, al tiempo que otros desconozcan totalmente: "Cautivos del mal", dirigida por Vincente Minnelli en 1952, y "Al este del edén", que Elia Kazan dirigió en 1955, sin duda, un año clave en el cine y su concepción modernista.
Dos grandes películas, pero ¿por qué? Valga decir, que 75 años antes, y sin pretender adelantarse a su época, contaron buenas historias, atrapantes desde la intriga y el drama de personajes bien perfilados, sumado a actuaciones bien llevadas y entendidas en los márgenes de un elegante melodrama. Pero, y vuelvo, considerando el momento en que fueron hechas, nada sobra.
Su visionado -el canal de cable TCM acostumbra a volver a ellas en su parrilla- sigue siendo una sorprendente experiencia. En este caso, asumiendo aquella máxima que dice que los grandes momentos se deben construir más lento de lo normalmente pensado. Despacio, entregando claves como "piedrecitas" dispuestas en un camino, donde lo que viene debe ser más atractivo de lo que vemos, como también de lo que ya vimos.
La atracción, aquello que hace avanzar en el relato, se maneja a partir de una serie de aspectos relacionados con tensión, edición y una puesta en escena que no necesariamente lo explique y exponga todo. Un detalle clave que suele estar presente en obras y propuestas que desafían al público y lo obligan a internarse por una trama -como tejido- donde lo que no se reconoce genera intriga, miedo o placer. Es lo que lleva al espectador -audiencia, o sea, a nosotros- hasta ese final que produce satisfacción y la sensación de experimentar una gratificante experiencia.
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