El 24 de mayo del 2024, las autoridades locales, acompañadas de vecinos, asistieron a la inauguración de las obras de mejoramiento del borde costero del sector playa de Colcura, con una inversión de poco más de $3.500 millones. Los trabajos tienen una extensión de 570 metros lineales de muros verteolas de hormigón armado, una rampa vehicular de acceso hacia la playa para emergencias, cuatro rampas peatonales y cuatro escaleras de acceso a la playa, 5.000 m2 de superficie para circulación peatonal, a lo cual se agregan estacionamientos, explanadas, miradores, juegos infantiles, áreas verdes, mobiliario urbano, iluminación LED y red eléctrica.
Todos coincidían en la importancia que tendría para el desarrollo turístico y la mejora en la calidad de vida de quienes viven en el sector. Pero ¿por qué Colcura? ¿Tiene importancia patrimonial que justifique la inversión? Pues, sí. Colcura (del mapudungún Coli Cura, es decir, piedra colorada) ha sido habitada por siglos por comunidades mapuche-lafkenche, que una vez encontradas con el explorador español le combaten y le derrotan en la cuesta Villagrán (1554), pero no pueden impedir su avance y establecimiento.
De este modo, los descendientes criollos y mestizos construyen el fuerte de San Miguel Arcángel de Colcura (1662). Fue punto de referencia para viajeros, comerciantes, misioneros jesuitas y autoridades militares de la frontera araucana. Tras la independencia y la guerra a muerte (1813-1824), Colcura es elegida como cabecera del departamento de Lautaro (1826), categoría que mantuvo hasta que el terremoto y tsunami de 1835 arrasaron con el pequeño villorrio, quedando sus autoridades principales -alcaldes y regidores- en Santa Juana. En el villorrio permanecieron los pobladores locales y representantes menores del Estado (subdelegados, jueces de campo). La así llamada "hacienda Colcura", propiedad de la familia Alemparte Vial desde 1836, se dedicó a la producción de trigo, harina, vino y maderas, lo que era complementado con la producción de las chacras rurales, que abastecían el mercado local con papas, legumbres y otros productos. Tras el descubrimiento de carbón en Coronel y Lota -desde 1845- Colcura pasó a manos de la familia Cousiño Goyenechea, que, a pesar de encontrar carbón en su subsuelo, prefirió destinarla a centro productor de madera para la Compañía Minera e Industrial de Lota.
La llegada del ferrocarril en 1890, gracias a la extensión del ramal Concepción-Curanilahue, permitió dar impulso a las plantaciones de eucalyptus globulus y pinus insignis, transformando a Colcura en uno de los centros productores de madera más importantes de la zona. Eso implicó la fundación en 1947, por ejemplo, de Forestal Colcura. Esta madera abasteció en primer lugar a la empresa minero-carbonífera -se usaba para vigas de las galerías mineras- diversificando sus usos hasta llegar a colaborar en el abastecimiento de madera para pulpa requerida por Celulosa Arauco. Hoy, las plantaciones que rodean Colcura nos plantean el desafío del desarrollo sustentable y sostenible, debiendo ser complementado con el rubro turístico que ofrecen sus playas de blancas arenas.
Los desastrosos incendios de 2017 y 2023 deben ser un llamado de atención sobre el equilibrio que debemos procurar en este bordemar, que tan preciosos paisajes nos brindan, y en cuyas frescas aguas se bañan cada verano cientos de turistas que llegan con la ilusión de disfrutar en esta playa, histórica y, por esencia, patrimonial, donde el pasado, el presente y el futuro se fusionan. Eso debería potenciarse más pues el sector posee una rica historia de más de cinco mil años de antigüedad según los estudios arqueológicos del borde costero local. En definitiva, la comunidad de Colcura tiene de que enorgullecerse, pues, además de la materialidad de su nuevo borde costero, posee una historia vinculada a un pasado republicano y colonial que nos ha construido como sociedad en la frontera araucana hasta constituirnos en lo que hoy somos.