La urbanización acelerada que caracteriza al mundo moderno ha convertido a las ciudades en polos de atracción para quienes buscan empleo, educación y una vida vibrante. Sin embargo, conforme crecen, surge una pregunta crucial: ¿cómo pueden evolucionar las ciudades para garantizar que sean espacios inclusivos y equitativos para todos sus habitantes?
Una ciudad justa requiere espacios públicos accesibles, diversos y bien distribuidos. Hoy, uno de los principales desafíos es la privatización progresiva de estos lugares, que crea áreas con normas restrictivas que excluyen a ciertos grupos y actividades, como el comercio, la música y las artes. Esta exclusión limita el intercambio social y el dinamismo cultural que definen a las ciudades. Además, muchos espacios públicos sufren abandono debido a la falta de recursos y a la errónea percepción de que parques y plazas no son servicios esenciales.
Gran parte del problema se origina en la planificación urbana del siglo XX, que priorizó el tráfico vehicular sobre las necesidades humanas. Las consecuencias de este enfoque son evidentes en ciudades cuyo diseño no fomenta el tránsito peatonal ni la convivencia en espacios públicos. En contraste, las urbes históricas, donde peatones y ciclistas son protagonistas, siguen siendo un modelo valioso. Aunque algunas regiones ya debaten la obsolescencia del modelo centrado en los automóviles, existe el riesgo de que muchas áreas en rápido desarrollo continúen replicando esta visión.
Es crucial preguntarse si los espacios públicos actuales satisfacen las necesidades de la población. En muchas ciudades, la distribución de áreas verdes es desigual y la infraestructura peatonal deficiente, afectando especialmente a los sectores más vulnerables que dependen de estos lugares como alternativa a viviendas precarias o la falta de espacios recreativos.
Los espacios públicos deben ser inclusivos para todas las generaciones. No sólo deben contar con parques infantiles, sino también con áreas para jóvenes, adultos y personas mayores. En una sociedad que envejece, es fundamental promover el bienestar y la actividad física mediante espacios diseñados para fomentar la convivencia y las actividades comunitarias.
Desarrollar espacios públicos diversos exige un enfoque colaborativo. Urbanistas, planificadores de transporte y la comunidad deben estar involucrados desde el principio, integrando sus perspectivas para crear un entorno urbano que funcione para todos.
Un ejemplo inspirador es el proyecto de las "Supermanzanas" en Barcelona, donde se ha reducido el tráfico vehicular para crear espacios peatonales, parques y áreas de convivencia. Este modelo es replicable en ciudades latinoamericanas, donde algunas iniciativas similares ya están en marcha.
Reducir el límite de velocidad en zonas urbanas a 30 kilómetros por hora, en lugar de los actuales 50 kilómetros por hora, es una medida simple que mejoraría la seguridad y la calidad del aire sin grandes inversiones.
Crear ciudades justas requiere la recuperación y la adecuada planificación de los espacios públicos, que no sólo sirven para el esparcimiento, sino que son vitales para la cohesión social, la equidad y la calidad de vida de todos los habitantes.