Arman "Pequeños inventarios" de objetos en libros chilenos
La mayoría de los objetos pasa desapercibida o su función se da por asumida en el día a día: el teclado sobre el que se escribe este artículo, una taza de café al lado, la cortina que impide el reflejo del sol en la pantalla, los anteojos de quien escribe. La literatura imita la realidad y este artificio se replica como una suerte de inconsciente en un soporte donde lo relevante es la vida de los personajes, que, sin embargo, al igual que los seres humanos, cuentan su historia a través de las cosas que usan o no, como Alberto Blest Gana, que en "Martín Rivas", la historia del recién llegado a la capital, publicada en 1862, marcó distancia con los santiaguinos a través de la ropa, según investigó la escritora y académica de la Universidad Católica (UC), María José Navia, en el libro "Pequeños inventarios".
"La vestimenta va a llevar a Martín a hacer cosas que lo ponen en peligro, como al inicio de la novela, cuando (para copiar al 'elegante') decide comprarse unos botines acharolados en la Plaza de Armas. Al ser tanto el hostigamiento de los vendedores, Martín termina en una pelea y pasando la noche -su primera noche en la capital- en la comisaría. Que sean zapatos tampoco es casual. Pensemos en la expresión estar o ponerse en los zapatos del otro", indica Navia en el texto que comenzó a armar durante su tesis de doctorado en la U. de Georgetown, EE.UU.
"Pequeños inventarios" revisa de esta forma "la vida de las cosas en diez libros chilenos": aparte de la novela citada, aparecen "Hijo de ladrón", de Manuel Rojas; "Los detectives salvajes", Roberto Bolaño; "Mano de obra", Diamela Eltit; "Mis documentos", Alejandro Zambra; "Retrovisor", Mónica Drouilly; "Preguntas frecuentes", Nona Fernández; junto a "Desolación", "Tala" y "Lagar", de Gabriela Mistral.
Sobre estas tres últimas obras, la también miembro de la Academia Chilena de la Lengua explica en el texto que "articulan una poética de la generosidad y la pérdida, un cierto desposeimiento y desmembramiento que va desde el dolor al gozo. No es de extrañar que uno de los elementos que más se repite sea el corazón, como separado del cuerpo, como latiendo por sí solo. También que los títulos (…) tengan relación con seres vivos que dejan de serlo: el árbol que es cortado para ser convertido en objeto (en madera) y la uva que también se transforma (en vino)".
-¿Cómo es tu relación con las cosas después de escribir esto?
-Sigue igual porque, para mí, el proceso es al revés: me empiezo a obsesionar tanto con un tema, a verlo por todas partes, que necesito escribir un libro al respecto. Hoy las cosas me siguen apasionando y pareciendo una forma muy interesante de releer o volver a acercarse a ciertos libros. También a las películas. Una oportunidad de releer y volver a mirar. Es también una suerte de lección de humildad, y de maravilla, parece, darnos cuenta de lo mucho que dependemos de las cosas para sostener nuestros días. Una de mis inspiraciones para este libro fue la novela "Al faro", de Virginia Woolf, donde un grupo de personajes está en una casa en la playa y (la historia) sigue cuando la casa está vacía durante los meses de invierno y los años de la guerra, en las cosas que dejan. La realidad es eso, para Woolf, si queremos contarla: una interacción constante de personas, animales, objetos, naturaleza, algo que, desde la teoría, Jane Bennett llama "materia vibrante". Nunca estamos solos y ella mira, escribe y se detiene en todo eso.
-¿Cómo ves que tu narrativa se relaciona con las cosas, como, por ejemplo, en "Lugar", donde un niño dibuja frente a los conflictos de sus padres?
-Creo que está por todas partes esa atención a lo pequeño, al gesto, al detalle. En "Lugar" está en los lápices, también en "Todo lo que aprendimos de las películas", en la cera de depilarse, en los zapatitos rojos de Dorothy; en "Kintsugi" hay objetos que se quedan de souvenir y entonces tenemos la relación de las cosas con la memoria, en "Una música futura" hay una necesidad de desintoxicarse de todos los aparatos tecnológicos. (…) En "Todo lo que aprendimos de las películas" también las cosas tienen una presencia central, especialmente en relación a una casa que es habitada por diferentes personajes en tres momentos y circunstancias muy distintas.
-¿Existe una "literatura de las cosas"?
-Claro que sí. Hay una literatura de las cosas que le da especial protagonismo en las historias o poemas, por ejemplo, y también hay un ojo lector que puede ajustarse para prestar atención al especial recorrido que plantean las cosas. Hay personas que creen que lo material se desvanece frente a las tecnologías, como Byung-Chul Han en "No-Cosas", y otras que afirman su importancia frente a todo, como César Aira ("Cómo me hice monja"), que dice en uno de sus últimos libros: "Tengo la teoría de que el objeto va a volver, con toda su realidad, su dignidad, su belleza, su apelación a los cinco sentidos. No creo que la humanidad se resigne al mundo espectral de las pantallas, teniendo a su alcance los objetos", y yo estoy muy de acuerdo con Aira en eso.
-Tu investigación llega hasta Zambra y Drouilly con los aparatos tecnológicos: ¿qué objeto material estaría marcando la narrativa actual?
-Nunca hay ni habrá uno solo, porque la literatura siempre es muy variada. Hay obras que se centran en la presencia de lo tecnológico, de lo distópico y están relacionadas con ese mundo, y hay otras que prefieren centrarse en el mundo de lo natural o apartar la mirada de toda esa tecnología, casi como si no existiera. Pero lo material siempre está y nos dice cosas, (…) es distinta una relación de amor en tiempos de cartas, con las esperas del correo, esa paciencia, a una en tiempos de redes sociales o formas de comunicación como WhatsApp. Me interesa mucho eso.
-Hay una corriente del desprendimiento o vuelta a lo natural ¿podría haber una nueva narrativa como la de Mistral?
-Nunca ha dejado de existir. Siempre ha habido autores fascinados por la naturaleza, quienes nos regalan su fascinación por ella, lentes para mirar lo que nos rodea. Pienso en María Sánchez, en España, con su "Cuaderno de campo" o "Fuego la sed"; en EE.UU., la poeta Ada Limón con "Bright Dead Things" o "The Hurting Kind"; Federico Falco con "Los llanos", y tantos más.
-¿Y un resurgimiento de la literatura patriótica, a lo "Martín Rivas"?
-Insisto, nada se va completamente. Puede cambiar el estilo o la forma en la que se lo cuenta, pero siempre habrá autores atentos a lo nacional, a la historia.-