"La etiqueta 'anticomunismo' hoy sólo cumple la función de intentar volver ilegítima la crítica al PC"
El también investigador asociado del IES analiza además el "hastío grande" que observa en la sociedad chilena, las causas del avance narco, las raíces de la corrupción, los procesos constituyentes, el actuar del gobierno frente a la coyuntura, el piñerismo post Piñera y las elecciones que vienen.
Luciana Lechuga
No todo es malo, dice cuando analiza la contingencia político-social chilena el profesor Manfred Svensson, quien además de doctor en Filosofía por la Universidad de Múnich es también columnista, director del Instituto de Filosofía de la Universidad de los Andes e investigador asociado del Instituto de Estudios de la Sociedad. Según explica, Chile tiene una trayectoria excepcional respecto a sus pares de la región, mostrando alta estabilidad democrática, una elemental valoración del orden y una corrupción con carácter limitado.
En esta entrevista reflexiona sobre la búsqueda de "éxito fácil" que deriva en actos de corrupción y el preocupante aumento de la percepción de la droga como elemento recreacional, entre otros temas. Sobre el caso Filtraciones, por el cual fue formalizado el ex director de la PDI, Sergio Muñoz, aventura: "Quién sabe, por lo visto hay un buen número de revelaciones aún pendientes que podrían mantener viva la alerta".
-¿Cómo percibe la sociedad chilena actual?
-Hay un hastío grande y por razones nada de triviales. El proceso constituyente nos tuvo por años dedicados a temas que pueden ser muy importantes, pero cuya conexión con los problemas diarios es más bien indirecta. Y aunque eso haya quedado atrás, la clase política continúa entrampada en una lógica similar y ahora va a entrar en una nueva vorágine electoral. Y no es solo cosa de confianza y capacidad de acuerdos. Hay materias en que no se requiere tales acuerdos, como un control más estricto de fronteras. Ese es un ejemplo bien sintomático. Cualquiera puede entender que va a tomar años o décadas encauzar bien las consecuencias de nuestra política migratoria, pero entretanto puede hacerse algo por evitar que el problema siga creciendo. Pero no ocurre nada en ese plano, ninguna medida mínimamente decisiva. Y a eso se suma ahora la preocupación por la corrupción.
-¿Se están corrompiendo nuestras instituciones o siempre ha sido así el fenómeno en Chile?
-El "siempre ha sido así" es un discurso que tiene algo de verdadero, porque nunca hemos estado en un paraíso. Pero también es muchas veces falso por su parcialidad y en último término desmoralizador: ese discurso nos presenta las cosas como casi inevitables y nos deja sin responsables. Por lo mismo creo que no solo hay que buscar responsables, sino recuperar una mirada matizada del pasado. Dentro del continente Chile sí ha tenido, con todos los bemoles del caso, una trayectoria bien excepcional. Eso es así en lo que se refiere a la estabilidad de nuestra democracia, a una elemental valoración del orden, al carácter limitado de la corrupción, entre otras cosas. Con todos los matices que venga al caso introducir, este carácter de excepción no es un invento. Pero este carácter excepcional tambalea hace años. Tenemos el historial de abusos que antecede al estallido, tenemos el caso Convenios, y ahora las últimas revelaciones que llevaron a la caída del director de la PDI.
-¿Qué las estaría corrompiendo y qué tan profundo sería el problema?
-Soy de quienes creen que hay que poner igual acento en las reglas claras, en los procedimientos, en la fiscalización, por un lado, y en el rumbo general de nuestra cultura, por otro. Uno no puede solo lamentar una crisis moral, pero tampoco puede creer que todo se soluciona con más control y transparencia. Junto con eso tenemos que poner en primer plano la pregunta por el ideal de vida que lleva a que gente se involucre en este tipo de práctica. Si todo es transable, si no hay nada incondicional, si se celebra el éxito fácil, ahí está el caldo de cultivo para este y muchos otros problemas. Y si uno le asigna un papel importante a este plano, obviamente nuestro problema es profundo. Es decir, no solo está ramificado por todo tipo de instituciones, sino que además es efectivamente profundo, del corazón mismo de la existencia.
-¿Qué puede esperar un ciudadano cuando se entera de que el máximo jefe de la policía civil filtraba de manera permanente información de causas que involucraban a autoridades y personas con poder?
-Tiene que producir completa desazón. Esto es bastante más que simple inequidad en el acceso a la justicia.
-¿Cómo impacta la reposición política y electoral del piñerismo (tan evidente como que sus exministros ya anunciaron candidaturas) la polémica levantada en el caso de filtraciones que involucra al ex director de la PDI Sergio Muñoz, al abogado Luis Hermosilla y al exministro, primo y hombre de confianza del expresidente Piñera, Andrés Chadwick?
-Parece inevitable que esto impacte sobre los nombres vinculados al caso, y la pregunta es cuánto eso va a salpicar más allá de ellos. No sé si mucho. Suena terrible decirlo, pero cinco años atrás sospecho que estas cosas habrían estado mucho más al centro de la preocupación de la mayoría de la ciudadanía. Hoy puede producir el mismo escándalo, pero de modo más pasajero. Los temores más cotidianos tienden de modo inevitable a copar la atención. Aunque quién sabe, por lo visto hay un buen número de revelaciones aún pendientes que podrían mantener viva la alerta.
-¿Cómo ve el avance del narco y la narcocultura en Chile?
-Esto no solo ha adquirido una proporción enorme, sino que además todos los incentivos parecen seguir puestos para que continúe creciendo. El vacío de poder y la debilidad institucional son factores muy relevantes. El estallido social podrá haber tenido un lado espontáneo y desorganizado, pero el vacío que contribuyó a generar creó espacio para un crimen organizado que continúa avanzando. Por otro lado, está la mirada sobre la droga como algo puramente recreativo, sin conciencia alguna de los estragos que está causando. Hay amplios círculos en que ha desaparecido toda condena moral en torno a ella. Y luego está la automedicación con tranquilizantes y otros fenómenos análogos. Eso no es exactamente narcocultura, pero al mirar juntos esos casos resulta algo inevitable preguntarse en qué medida nos volvemos un país de adictos y cómo se conjuga eso con la pretensión de mayor autonomía.
-Este año hay elecciones municipales y regionales. ¿Cómo se comportarán los grandes bloques de la política? ¿Observa un avance del caudillismo?
-Es una gran pregunta si acaso vamos a ver algo de candidaturas a la altura de lo delicada que es nuestra circunstancia. Esto es como una versión en miniatura del panorama mundial: hay muy pocos líderes a la altura de la gravedad de los problemas. Y no es solo una pregunta sobre los individuos en cuestión, sino sobre la calidad de los partidos.
-El próximo año hay presidenciales: ¿Debería ganar alguien de oposición o alguien del Frente Amplio podría tomar una posta de la actual administración?
-Incluso si el gobierno lo hubiese hecho moderadamente bien, la tendencia de Latinoamérica ha sido ya por un tiempo que ganan quienes están en oposición. Si a eso le sumamos un gobierno que desde un comienzo ha sido de minoría, que ha perdido todas sus batallas importantes, parece muy probable que venga un cambio. Pero nunca hay algo definitivo en política, y obviamente la derecha no debiera confiarse de un resultado positivo.
-¿Cómo percibe a la derecha post Sebastián Piñera?
-Esa es una gran pregunta. Fue un mérito de Sebastián Piñera llevar dos veces a la derecha al gobierno, pero otra cosa muy distinta es lograr gobernar. Esta vez parece que va a ser aún más fácil llegar al gobierno, pero las dificultades para gobernar son mayores. Al margen de cualquier especulación sobre la oposición que enfrentarían, la pregunta es qué prioridades se tendría, cuál es el proyecto de esa derecha hoy, qué cosas viables pone sobre la mesa. Hay virtudes del piñerismo que hemos visto también tras la muerte de Sebastián Piñera, por ejemplo, en los planes de reconstrucción tras los incendios. Pero la pregunta es cómo se enmarca eso en una visión mayor que además alguien pueda encarnar.
-¿Ve bien encaminada a una candidata como Evelyn Matthei a La Moneda o debería seguir como alcaldesa?
-Está claro que de momento va bien encaminada, pero dos años es mucho tiempo. Por ahora, lo fundamental es que quienquiera que asuma finalmente esa tarea sea capaz de liderar una coalición diversa, una coalición en que, entre otras cosas, pueda haber una relación productiva entre liberales y conservadores. Esas dos almas obviamente están en tensión siempre, pero nuestra situación actual es el tipo de contexto en que los mejores elementos de cada una de esas tradiciones tiene algo que contribuir al país. Pero para contribuir hay que saberse parte de un proyecto en algún sentido compartido y no un voto útil que no tiene más alternativa que sumarse.
-En el oficialismo: ¿Volverá Michelle Bachelet o habrá espacio para Carolina Tohá, Camila Vallejo?
-La responsabilidad del segundo gobierno de Bachelet por el estado actual del país es muy considerable, por lo pronto en materia tributaria, migratoria y educacional. Creo que hoy existe demasiada conciencia de ese hecho como para que ella esté siquiera dispuesta a intentarlo. Las ministras, por su parte, estarán completamente desgastadas tras este gobierno. No es raro que el alcalde (de Maipú, Tomás) Vodanovic vea una oportunidad.
-¿Qué análisis hace del actuar del Gobierno ante situaciones similares y a la vez distintas como Venezuela, Ojeda, Cuba, Israel, Argentina?
-Es muy revelador que esta semana el canciller (Alberto) van Klaveren se refiriera al caso Ojeda esperando que no se deterioren las relaciones con Venezuela. Se las han arreglado para volver foco de escándalo un ámbito en el que antes reinaba una visión de Estado más o menos compartida, y además nos han empezado a alinear con un elenco más bien preocupante de países. Y ante todo, mediante una serie de decisiones que Paz Zárate ha sintetizado bien, han puesto en riesgo la defensa nacional. ¿Cómo explicarse esto? Tal vez sea precisamente la derrota de todos sus propósitos en la política interna la que ha llevado a que en política exterior haya algo así como un frenteamplismo desatado. No es, como suele decirse, que sean "antichilenos". Es que no creen en la nación. Dos años atrás eso significaba defender la plurinacionalidad. Y como eso no lo pueden hacer hoy, su posición se manifiesta en el modo de concebir el lugar de Chile en el mundo. No puedes conducir relaciones adecuadas con otras naciones si crees que el Estado nacional está de algún modo superado.
-En el caso de Israel, ¿qué le parecen las palabras y opiniones de altos cargos oficialistas y del propio presidente Gabriel Boric incluso antes del capítulo FIDAE? La vocera ha dicho que no existe antisemitismo en el Gobierno.
-En Chile tenemos una enorme población de origen palestino, y ese solo hecho en principio bastaría para tener una preocupación muy viva por la calamidad que tantas personas allá están padeciendo. El problema es que, en lugar de canalizar esa preocupación de una manera pertinente, el gobierno operó con el moralismo selectivo que los caracteriza en tantos otros temas. Basta recordar cuánto les costó condenar los ataques del 7 de octubre que están en el origen de todo esto y la indiferencia con que operan respecto de otra serie de conflictos tanto o más macabros. Es inevitable concluir que tienen un problema particular con Israel, aunque no sé si debamos describirlo como antisemitismo. Me parece mucho más claro el peso de una narrativa histórica simplista. Eso siempre es un problema, obviamente, pero aquí choca con un conflicto especialmente complejo. En todo caso esto no es un problema solo de nuestra izquierda joven, sino un caso digno de estudio en toda la izquierda occidental de las últimas décadas.
-¿Existe el anticomunismo? ¿En qué lo podemos ver? ¿Qué le parece que lo haya "denunciado" el propio presidente Boric?
-Esa etiqueta hoy solo cumple la función de intentar volver ilegítima la crítica al Partido Comunista, y por lo mismo al usarla solo confirman su carácter autoritario. La verdad, por lo demás, es que desde que Michelle Bachelet los integró al gobierno han sido un dolor de cabeza tanto para la Nueva Mayoría como para el gobierno actual. No es solo que muestren una lealtad irrestricta a todas las dictaduras de nuestro continente y a un par más en otras tierras. En la política interna ocurre lo mismo, como puede verse en la apología de los indultos y unos cuántos tópicos más. Y bueno, quienes optan por seguir en alianza con ellos no solo van a pagar un precio electoral enorme, sino que son responsables, por esas alianzas, de dejar a muchos ciudadanos de izquierda sin opciones aceptables.
-Pareciera que quedó enterrada la idea de una nueva Constitución: ¿Perdimos el tiempo? ¿Necesitamos una nueva?
-Dudo que alguien quiera volver a hablar de esto en las próximas décadas, pero es indispensable abordar al menos los cambios al sistema político en torno a los que se formó cierto consenso.