En estos días de marzo, en que las escuelas de arquitectura vibran cargadas de nueva energía propia de jóvenes iniciando su proceso, se presenta como nunca una primera oportunidad de sensibilizar cuando aún se está altamente receptivo a escuchar y aprender.
Aquellos que inician su proceso como arquitectos, están atentos a nuevos conocimientos que reciben con rigor, autonomía y responsabilidad para ser implementados luego con dedicación, pero sobre todo con sensibilidad.
La arquitectura como disciplina en particular nos forma alertas a nuestro entorno y es en los primeros años cuando más cercanos estamos a incorporar el ideal de diseñar y construir mejores espacios y por tanto mejores ciudades para todos.
Todo profesional en su formación, se encuentra con desafíos preexistentes. En el caso del diseño arquitectónico nos enfrentamos a ciudades que tiene un ADN, una memoria, un pasado y también un futuro del cual formamos parte como pensadores, diseñadores y habitantes.
La preexistencia en arquitectura se entiende como elementos existentes con los cuales es nuestro deber dialogar. Es por tanto vital formar jóvenes atentos a ese entorno preexistente de modo que, mediante sus acciones, busquen siempre revitalizar y contribuir a mejores espacios para las personas. La reflexión es un primer paso, paso posible para todos, no sólo estudiantes de arquitectura. Observar nuestro entorno nos llevará fluidamente a evidenciar, incorporar y poner en valor.
El tema del patrimonio, en particular, toma fuerza en los últimos años dentro de los planes de estudio para nuevas generaciones que crecen más conscientes de lo que compartimos. La arquitectura que enseñamos debe entonces, por estos días llenos de energía, potenciar ese aprendizaje.
La pregunta que nos hacemos a continuación es ¿para qué? ¿Que será posible lograr con esto?
Tendremos jóvenes ciudadanos más conscientes, más comprometidos, tendremos profesionales con conocimiento que compartir y, por tanto, irradiando información sobre lo que a veces no somos capaces de ver, porque no tenemos por qué saber. Mayor conocimiento evitará abandonos y lo que vemos en localidades vecinas de menores recursos, espacios culturales y museos, a la espera, a la larga espera de posibilidades y fondos para sobrevivir dignamente.
Eduquemos entonces sembrando sensibilidad para luego recoger generaciones perceptivas y propensas a evitar que el descuido sobre lo que denominamos patrimonio sea tan evidente en nuestros entornos.
La invitación es a vivir en sintonía con esa energía que muestran los estudiantes en sus primeros días, observemos más y seamos, tal como ellos, receptivos de estos jóvenes que irradiarán conocimientos para seguir traspasando nosotros a otros.