Durante mucho tiempo, el término "paisaje" ha tenido un significado meramente escenográfico, sin apenas otro contenido que los referentes estéticos. Era empleado en el sentido latino de locus amoenus, lugar idílico o ameno, más que en el de prospectus, habilidad de ver delante de uno. Hoy, gracias a las modernas ciencias del paisaje, esta percepción ha cambiado radicalmente. Cualquier fragmento de territorio, natural o intervenido por los humanos (proceso antrópico), configura un paisaje, es decir, un conjunto de referentes físicos y funcionales, susceptible de ser considerado como un fenómeno en sí mismo. De ahí se encuentran diversas denominaciones, tales como paisaje rural, paisaje costero, paisaje fluvial, paisaje urbano, paisaje cultural, paisaje patrimonial, entre otros. El paisaje refleja la realidad ambiental de cada lugar, al tiempo que concreta la historia del proceso antrópico que en él se haya podido desarrollar. Lo paradójico es que el paisaje en realidad no existe, es fruto de nuestra invención: el paisaje no es, sino que se hace.
Cuando se mira un terreno y se cosifica también artísticamente, se construye y se transforma, deslocalizándolo, en paisaje. Como acto artificial, implica la existencia de un punto de vista y una separación explícita entre el observador y lo observado. "La idea de paisaje no se encuentra tanto en el objeto que se contempla como en la mirada de quien contempla. No es lo que está delante sino lo que se ve" (Maderuelo, 2005). La gran mayoría de los paisajes son el resultado de intervenciones funcionales orientadas a un mejor aprovechamiento del territorio. Los paisajes son expresión del territorio y, al propio tiempo, por su singularidad y dimensión cultural y emocional, elementos esenciales de la configuración de los lugares. De ahí la vinculación no sólo entre paisaje y territorio, sino y, de manera aún más concreta, entre paisaje y lugar. Se constituye en la apariencia de un territorio.
Al observar nuestra ciudad, uno se encuentra con un paisaje diluido sobre el territorio. Diversos paisajes caracterizados por lo descuidado, lo degradado. Una gran periferia de geometría diversa que expande la ciudad en un continuo donde el territorio natural, virgen, desaparece. Un paisaje discontinuo y alienado sin identidad ni historia: barrios periféricos poco estructurados, grandes equipamientos deportivos o comerciales expulsados del centro de la ciudad, etc. Acompañados de líneas de conducción eléctrica, plantas de tratamiento de aguas residuales, vertederos y, sobre todo, carreteras llenas de autos. Según Olivares (2009), "en esa construcción abstracta que define la periferia es donde encontramos imágenes en las que vemos un paisaje transformado artificialmente y todavía no definido, sin categoría moral y sin estructura urbana, pero ya lejos de cualquier recurrencia a lo natural, al campo, al orden o a la belleza previa". Para algunos autores son paisajes en proceso y al parecer, el gran Concepción no logra consolidar un territorio que se trasforme en "lugar". No olvidar que el paisaje se hace, reflejando la realidad de un lugar. A lo que cabe preguntarse ¿Qué realidad refleja el paisaje del Gran Concepción? y finalmente, ¿quién está a cargo del paisaje de la ciudad?