Ha llegado a mis oídos, cual ruido telúrico que antecede al movimiento de las capas tectónicas, la formación de un movimiento de base ciudadana en torno al barrio Brasil, cuyo fin es, desde las sinergias ciudadanas y de emprendedores que han creído en este barrio, proyectarlo como un polo cultural e identitario, una marca de barrio que no sólo sea reconocida en la Región y país, sino en los circuitos globales de un turismo cada vez más centrado en la sostenibilidad e inmersión experiencial de lo local. Tal como hace más de dos décadas advirtiera François Ascher, en un mundo cada vez más digitalizado y global, lo no digitalizable y lo local cobra más valor, señalando que esta sería la era del turismo, de los viajes y la acumulación de experiencias memorables.

Para muchos, el planeta ya no es un planeta de países, ni siquiera de ciudades, sino de barrios; Vía Magdalena en Sao Paulo, Lapa en Río de Janeiro, Chueca en Madrid, El Raval en Barcelona, La Candelaria en Bogotá, El Barranco en Lima, Belgrano y Palermo Soho en Buenos Aires, etc…, todos barrios que, problemas más, problemas menos, han logrado articular cultura, arte, bohemia, comercio, empresas creativas, artesanato y residencia, generando espacios de conservación y renovación, de inversión, empleo y emprendimiento, que sin descuidar la población histórica, atraen nuevos residentes. Todos barrios culturales que articulan circuitos de un creciente turismo global y local, que se abalanza sobre estos, ávidos por adquirir experiencias y productos que no encontrarán en las franquicias internacionales y centros comerciales de sus ciudades.

Reforzando el punto, recordemos que en 2022 la revista británica Time Out eligió al barrio Yungay, en Santiago de Chile, como el noveno barrio más cool del mundo, resaltando su arquitectura, cultura, gastronomía y turismo. Estando o no de acuerdo con este ranking, me detengo en la definición que la revista hizo de un barrio cool, como lugares que destacan por integrar espacios para la diversión, la comida, la cultura y la comunidad, es decir, un barrio cool no es un barrio que se hace a espaldas de sus vecinos, sino con y para ellos, no es un barrio que arrasa con su vida vecinal, sino que la proyecta en el tiempo, que atrae nuevos residentes sin expulsar a los históricos, que abre nuevos espacios de negocio, emprendimiento e innovación, conservando y vitalizando la identidad del barrio. Sin embargo, este equilibrio no siempre resulta espontáneo y requiere en la mayoría de los casos liderazgos y esfuerzos notables de coordinación, convergencia y acuerdo entre actores públicos, privados y sociedad civil.

Por otra parte, y en general, estamos acostumbrados a que la sociedad civil se organice de manera reactiva frente a cuestiones consideras lesivas a sus condiciones de vida. Anglosajonamente, se definen como movimientos NIMBY (Not In My Back Yard), ya que su fin central es impedir que un proyecto, un uso o cambio de uso de suelo, se concrete por ser percibido como negativo a su calidad de vida. No obstante, estamos menos acostumbrados a movimientos ciudadanos proactivos, que más allá de levantarse en contra de algo, lo hacen a favor de un objetivo, una meta común… De aquí surge mi duda: ¿qué haremos con lo que se está gestando en barrio Brasil? ¿Qué haremos con un barrio que emplazado a nueve cuadras del centro de la ciudad, y que dividido por una línea del tren, que paradójicamente estigmatizó y a la vez protegió, ofrece como pocos una vibrante escena cultural, junto a una vida vecinal identitaria y arraigada, y que ha sabido subsistir a pesar de las no siempre afortunadas inversiones inmobiliarias? ¿Lo dejaremos a su suerte? Espero que no. Y, quién sabe, con la ayuda de todos, quizás, no esté lejos el tiempo en que parte del REC o la propia Feria de Arte Popular del Gran Concepción se realicen en nuestro penquista, y tal vez internacionalmente reconocido, barrio cultural Brasil.