Proceso de selección a las universidades
La semana pasada, más de 287 mil estudiantes rindieron en todo el país la Prueba de Acceso a la Educación Superior (Paes), cuyos resultados se conocerán el 2 de enero. Desde ese día hasta el 5 de enero se realizarán las postulaciones a las carreras universitarias, y desde el 17 de enero se efectuarán las matrículas.
El proceso de selección a la educación superior ha sufrido varias modificaciones en las últimas décadas, tratando de encontrar la metodología que sea más apropiada. La anterior Prueba de Selección Universitaria (PSU) que funcionó entre los años 2003 y 2020 era cuestionada por quienes sostenían que no evaluaba correctamente y que, en la práctica, consolidaba las brechas existentes entre quienes pasaron por instituciones educacionales públicas o privadas. Sin embargo, había que considerar también que esa brecha se alimenta cada año en la medida en que los paros de estudiantes o de profesores dejan al alumnado de los liceos con meses de estudio menos respecto de los establecimientos privados pagados, donde los programas se cumplen con mayor rigurosidad.
Cada año, cuando se conocen los resultados, se escuchan los mismos argumentos, como que la PSU medía más conocimientos que aptitudes. Y que la anterior Prueba de Aptitud Académica (PAA) medía las aptitudes de los postulantes, pero que se necesitaba un test que examinara conocimientos, porque sería más equitativo. En cada caso, los expertos y promotores de cada uno de esos instrumentos han llegado a las mismas conclusiones: que cualquier medición deja en desventajas a alumnos provenientes de establecimientos públicos. Peor aún, las diferencias han aumentado año tras año, y se mantiene el debate de si hay que medir de preferencia los conocimientos, las aptitudes y competencias o debe ser un sistema con más equidad.
En este caso, con la vigencia de la Paes se ha pretendido evaluar el desarrollo de competencias a través de preguntas donde se considera especialmente el saber y el saber hacer. Esto significa que los postulantes tienen que responder a interrogantes en que se consideran los conocimientos aprendidos en la educación básica y en la media, así como la integración de habilidades, destrezas y aptitudes.
Es sabido que también los colegios que tradicionalmente han tenido la mayor cantidad de puntajes nacionales son los que atraen alumnos provenientes de familias con más capital educacional, económico, social y cultural, y que además se esfuerzan por apoyar la educación de sus hijos; o que vienen de sectores medios, pero meritocráticos, donde los padres están muy pendientes de la educación de sus hijos. Pero no puede dejarse de mencionar que los mayores controles de asistencia y la ausencia de paralizaciones durante el año permiten a los colegios particulares desarrollar sus programas de estudio y finalmente dar una mejor preparación a los alumnos. Es una realidad que no se puede desconocer.
Debe entenderse que los cambios que espera la sociedad exigen más análisis y no puro voluntarismo. Bastaría preguntarse también cuál es el cumplimiento real de los programas de estudio en nuestras universidades, si se considera que cada año hay casi un mes dedicado a mechoneos de los nuevos estudiantes, y luego un gran número de paralizaciones. Las consecuencias, entonces, tienen un efecto en cascada. El desafío no es solo corregir oportunidades, también mejorar en calidad y aquello solo es posible con la decisión concreta de aportar fuertemente en el rubro, con participación del Estado, pero también de las entidades privadas.
Tal como se ha señalado con cada uno de los mecanismos de evaluación anteriores, sólo se espera ver ahora si la nueva Paes cumple con el objetivo propuesto, de dar las mismas oportunidades de acceso para quienes tienen el interés en ingresar a la universidad.
En este caso, con la aplicación de la Paes se ha pretendido evaluar el desarrollo de competencias a través de preguntas donde se considera especialmente el saber y el saber hacer.