El invierno nos trajo, en una realidad post covid, una serie de malestares principalmente del sistema respiratorio. Las acciones remediales han incluido antibióticos, nebulizadores, inhaladores, inyecciones, hospitalizaciones, etc., gracias a lo que podemos proseguir con nuestra vida cotidiana, algo que hace tres años se veía bajo el prisma de la completa incertidumbre ante un virus desconocido y mortífero. El avance científico, en tanto, luchando contra el tiempo, ayudó sobremanera a controlar y finalmente reincorporarnos a nuestra vida diaria gracias a la administración de millones de vacunas anti-covid que hoy nos tienen de vuelta en nuestros lugares de trabajo.

Pero estos avances tecnológicos, científicos y médicos son recientes si los miramos en perspectiva de la historia de la humanidad. Porque hace cien años, nuestros ancestros vivieron una realidad donde la muerte era una compañera de viaje cotidiana. Concepción de hace una centuria contaba con una población de cerca de 65 mil habitantes, buena parte de ella vivía en la periferia del casco urbano, en condiciones de vida precarias. Para enfrentar las enfermedades que afectaban a los penquistas del ayer, nuestra civitá contaba con un hospital (San Juan de Dios), heredado de la época colonial; un manicomio y el hospital de Niños "Leonor Mascayano". Era una ciudad donde el agua potable era un privilegio de pocos, al igual que los sistemas de alcantarillado. No es raro, entonces, que se considerara a Concepción como una de las comunas con más altas tasas de mortalidad infantil y general en Chile y, a su vez, a nuestro país como uno de los más mortíferos del mundo. Hay que pensar que, en esos años, salvo la inoculación antivariólica, no existían vacunas como las conocemos hoy, solo tratamientos paliativos, muchos de ellos basados en medicina natural y ancestral.

La infraestructura hospitalaria (excepto el hospital de niños) era muy deficitaria, antihigiénica y sin recursos suficientes. Esto incentivó, por ejemplo, la inquietud de crear un nuevo recinto hospitalario que reemplazase al San Juan de Dios (destruido por el terremoto de 1939), realidad que se concretó recién en 1943 cuando recibió a sus primeros pacientes, el que más tarde fue llamado Hospital Regional (hoy Guillermo Grant Benavente).

Las estadísticas de mortalidad en Chile evidenciaban la existencia paralela de varias enfermedades que llevaban a nuestros abuelos y bisabuelos a la tumba: tuberculosis, tos coqueluche, fiebre amarilla, gripe, fiebre, diarreas, etc. No fue hasta la masificación de la vacuna basada en el descubrimiento de Alexander Fleming de la penicilina (1929), la que se dio recién en la década de 1940, que la mortalidad comenzó su lento descenso.

Hoy, con una infraestructura y hospitales cada vez más modernos, con equipamiento y tecnología de punta, el panorama es diferente. Vivimos más años, nuestra población envejece, y las tasas de mortalidad infantil han caído drásticamente, si bien en paralelo las tasas de natalidad también han disminuido. Este contexto lleva a que los centros hospitalarios y clínicas deban adaptarse a esta desafiante nueva realidad que implica que en algún momento tendremos tasas de mortalidad superiores a las de natalidad, es decir, crecimiento poblacional negativo, experiencia que ya han tenido otros países del viejo continente y que Chile encabeza dentro del concierto latinoamericano.