"El trabajo que nos tocó fue humano e inspirado en el evangelio"
En medio de una visita a la zona para reunirse con antiguos colaboradores, el sacerdote, que tiene casi 90 años, conversó por primera vez con un medio regional sobre sus vivencias en la zona durante los primeros años después del golpe de Estado.
Cuando llegó a la ciudad en 1972, el joven sacerdote Manuel Camilo Vial lo hizo en medio de un clima convulso y complejo durante el gobierno de la Unidad Popular.
Sin embargo, los años penquistas del joven sacerdote, de entonces 38 años, habían tenido una primera parte años atrás. Y es que en 1939 y con sólo cuatro años, la familia Vial Risopatrón llegó a vivir a Concepción, ya que su padre fue uno de los encargados de la reconstrucción de la ciudad post terremoto. Eso le haría pasar cinco años en la zona.
Un largo camino lo hizo volver a Santiago, viajar a Suiza donde fue ordenado sacerdote en 1961, luego pasó por Carrascal, Santa Cruz, Chimbarongo y Temuco, hasta llegar a la zona en 1972. Es aquí donde fue director del Departamento de Servicio Social del Arzobispado de Concepción -correspondiente a la Vicaría de la Solidaridad- entre 1973 y 1980, y director del Departamento de Pastoral Familiar, entre 1978 y 1980.
"Pude participar en la situación de Chile, habían sido las elecciones del 70 y cuando llegué dos años más tarde, me encontré con las dificultades que aparecían del nuevo gobierno. Yo no participé en política, pero me tocó fuertemente la situación, sobre todo por el tema de familia y educación", señala.
Labor evangélica
El día 11, luego de celebrar la misa diaria, Vial regresó a su casa ubicada en Angol con Chacabuco y se encontró con tanquetas que iban hacia la cárcel. "Ahí me di cuenta que había algo raro, prendí la radio y me empecé a meter en la cosa", comenta.
Trabajando con el movimiento de Schoenstatt, ese mismo día el sacerdote se enteró que personas vinculadas al grupo habían sido detenidas. "Pasando uno o dos días nos dimos cuenta de que la cosa era grave, mucho más de lo que se pensaba", rememora.
Según recuerda, "a uno lo tomaron delante de mí en un allanamiento que nos hicieron a la casa y lo maltrataron mucho. Lo empecé a buscar y lo encontré a los dos días, lo habían tratado muy mal".
A partir de ahí, testimonios de personas que fue conociendo y luego de enterarse que había personas detenidas en el Estadio Regional, lo motivaron a pedir al entonces arzobispo Manuel Sánchez que fueran al lugar.
"Mi trabajo empezó en un contacto con personas en el tema de la caridad y la preocupación por quien tenía algún sufrimiento. Tuvimos la posibilidad de entrar y mucha gente no nos miró con buena cara, porque se imaginaban que éramos cara de la dictadura", puntualiza.
Es ahí donde Vial se enteró de las torturas y las desapariciones, el miedo y la represión que también se vivía en los barrios. Tratando de ayudar y comprender a las personas, era una especie de "mensajero" entre las familias y los presos, y viceversa. Una buena relación con los militares, quienes asegura lo recibieron siempre con respeto, también fue fundamental.
Anunciar la muerte de los fusilados de Lota a sus familiares detenidos en el estadio también fue algo que marcó al joven Vial en Concepción. Cuando se cerró este campo, se trasladó a muchos de los detenidos hacia Antofagasta.
Sin noticias, el propio sacerdote viajó al norte para conocer la situación y llevarle mensajes de su familia. Tiempo después, organizó dos viajes con las familias de los detenidos.
"El trabajo que nos tocó fue humano e inspirado en el evangelio. Por ver el dolor y el sufrimiento de la gente y querer ayudarlos por estar en esa situación extrema la labor de la Iglesia se fortaleció y se hizo muchas veces exponiendo la vida y muchas cosas", destaca.
-¿Cómo fue para usted el enterarse de todo lo que vivían las personas detenidas?
-Al principio no se sabía nada, nadie se imaginaba lo que hacían. De a poco fuimos dándonos cuenta de las brutalidades, por eso empezábamos a denunciar. Nuestras autoridades iban a hablar con Pinochet o los ministros. Eso lo denunciábamos por las buenas y las malas, no con armas, pero sí denunciando a personas que hacían esas cosas.
-Quienes estuvieron detenidos en Concepción recuerdan mucho su guitarra, ¿cómo se le ocurre llevarla a un lugar como ese?
-Había que buscar entretención. Si había una folclorista presa, pero sin guitarra, entonces le llevábamos una. Celebrábamos Navidad a quienes querían. Una vez les pasé una película y la vimos en la tribuna. En la cárcel hubo oportunidades de hacer obras de teatro.
-¿Cómo recuerda su paso por la zona?
-Como algo muy positivo, porque descubrí una riqueza muy grande en el proceso que se vivía. En el valor que tenía mucha gente que estaba presa, la fuerza para llevarlo. Algunos tenían pecados, como haber sido violentos o participar en cosas así, pero que tenían conciencia de haberse equivocado. Otros que luchaban por sus ideales, pero que los veían truncados. El valor de las familias de vivir esa situación, con sus maridos, hijos o hermana en la cárcel, torturados. Aparecieron muchos valores humanos. Imagínate el cariño que me expresaban.
-¿Cómo cree que debe contribuir la Iglesia actualmente?
-Nosotros estamos muy desprestigiados por los abusos, hemos perdido mucha autoridad moral. No tenemos un cardenal Raúl Silva Henríquez. Los abusos son un tema que se han manipulado mucho y muy injustamente, a veces, pero también ha sido muy grave de parte de nosotros. Queremos mirar juntos el pasado para un futuro más compartido.
-¿Estima que en materia de DD. HH. la Iglesia chilena es heredera de la Iglesia del cardenal?
-Lo es, claro que sí.