"No deberíamos tener ambigüedades sobre el golpe de Estado y las violaciones a los derechos humanos"
El docente afirma que la disciplina ha llegado tarde al análisis de las últimas cinco décadas y que el rescate de los hechos locales es fundamental, sobre todo por las nuevas generaciones.
Al debe y con mucho por hacer no sólo a nivel nacional, sino especialmente a nivel local, es una de las formas en que el académico de Historia Reciente de la Universidad de Concepción, Danny Monsálvez Araneda, califica la labor de investigación histórica a propósito de los 50 años del golpe de Estado.
El investigador del Departamento de Historia de la casa de estudios sostiene el convencimiento de que la disciplina debe contribuir como herramienta de análisis y reflexión crítica de la sociedad, algo que con mayor razón se debe aplicar ante hechos tan marcadores como el 11 de septiembre de 1973. A través de diversas publicaciones y en conjunto con otros académicos del área, Monsálvez ha desarrollado un prolífico trabajo de recopilación y análisis de hechos y testimonios sobre los años '60 y '70, con especial foco en Concepción, aunque asegura que la especialidad llegó tarde a la investigación de las últimas cinco décadas.
- ¿Por qué se da esta falta de trabajo histórico local?
-Desde el punto de vista de la investigación histórica fuimos llegando tarde, debió haber sido antes. Lo segundo, es que nuestro trabajo siempre queda reducido a un público muy acotado que le interesa, no hay una campaña de divulgación, tenemos problemas para llegar a un público masivo. Además, creo que también tiene relación con que no ha existido un acuerdo mínimo básico de condena al golpe de Estado y a la violación sistemática de los derechos humanos. A nivel de sociedad no hay unanimidad de que un golpe de Estado no debe ser posible en una sociedad, conlleva violencia y muertes, entonces eso es lo más terrible que le puede pasar a una población, junto con la guerra civil. Como no tenemos consenso respecto de la condena al golpe de Estado y la violación de los derechos humanos, eso a la larga se transformó en un tema que era mejor no abordar porque nos divide.
-Usted nombra otros países donde se dio la misma dinámica, el poco análisis histórico de hechos similares a los vividos en Chile, pero ¿hay alguno donde se hayan hecho las cosas distintas?
-En Argentina, por supuesto, donde se impulsó una política de Estado en materia de derechos humanos, que va desde financiamiento para investigar, políticas de memoria y otros que va más allá del gobierno de turno. Lo hicieron perdurar y, además, en Argentina se enjuició a la junta de Gobierno, Videla murió preso. Para cerrar lo que decía antes, en el caso de Chile todo esto tiene que ver con el tipo de transición que hemos tenido. El discurso de la transición, que también es una memoria hegemónica, es que Chile tuvo una transición ejemplar, eso lo apoyó la gente de derecha y de la Concertación. Entonces, esto tiene que ver primero con la disciplina histórica, segundo con no tocar temas que nos dividen y tercero con el tipo de transición, todo se junta. Además, hay que pensar que todas esas personas que desde el 73 trabajaron por el tema de los derechos humanos o buscaron justicia van muriendo, esos actores van desapareciendo y nadie toma el relevo.
Fuentes e información
-Uno de los puntos que siempre es discutido es cuánto acceso a la información hubo en forma posterior al Golpe, motivo por el cual hay personas que señalan que no sabían lo que pasaba o que no había cómo saberlo, ¿cómo interpreta esa afirmación?
-Lo puedo decir con años de investigación: la información siempre estuvo, siempre. Y cuando digo siempre digo que estuvo desde el 12 de septiembre del '73 en adelante. Por dar sólo un dato, dentro de las personas que me ha tocado entrevistar he conversado con personas que repartían el boletín de la Vicaría y esas personas dicen que se los entregaban a todos, entonces nadie podía decir "la verdad es que no teníamos idea de qué pasaba, no sabíamos". Quizás, más honesto habría sido decir "la verdad es que no quería saber". Después, en los años '80 la información era más pública, se sabía tanto por la denuncia de las agrupaciones y de los familiares como por lo que circulaba en la prensa alternativa. En el caso local, en esos años diario El Sur comienza a dar espacio a personas que son francamente de oposición al régimen y esas personas, con nombre y apellido, publican columnas, dan entrevistas donde dicen que en Chile se están violando los derechos humanos. Entonces que alguien diga que no sabía, no lo creo.
-Generalmente se centran los hechos históricos en Santiago, ¿por qué es más difícil acceder a los hechos en el resto del país, en Biobío, por ejemplo?
-Tiene que ver muchas veces con una tradición historiográfica o de conocimientos históricos que se da no sólo en Chile, sino en el resto de América Latina, de pensar que lo que acontece en las capitales, en los centros neurálgicos, ocurrió de la misma forma en el resto del país. Ahí se comete un error, porque por un lado se homologa lo que ocurrió en el resto del país y por otro se puede invisibilizar lo que pasó en los espacios subnacionales. Cuando se lleva a un campo más disciplinario, de la disciplina de la investigación histórica, te das cuenta que durante mucho tiempo gran parte de los relatos y testimonios estaban focalizados en Santiago.
-¿Qué pasa con la memoria de esa sociedad?
- El no tener testimonios o registros de lo que pasó en esos espacios, en algún momento termina por hacer olvidar ese pasado, por muy traumático que sea y más allá de las frases cliché de que si tú olvidas el pasado puedes repetir los hechos hay un tema más complejo aún que tiene relación con las nuevas generaciones, que desconocen absolutamente lo que pasó. Primero porque en la familia no se quiere hablar, porque el sistema educativo tiende a tratar estos temas con mucho cuidado porque son sensibles y por lo tanto haces una revisión muy a la rápida. Entonces, se crea un vacío que se transforma en una especie de amnesia colectiva.
-Conversaciones que quedan dentro de la familia, del hogar…
-Sí, y ese proceso se dio porque cuando viene el Golpe, según me dijo una persona que entrevisté, en el único lugar donde se podía hablar con cierta seguridad y confianza era en familia, en la casa. Afuera reinaba la desconfianza, a lo que se agregaba el factor miedo. Son elementos subjetivos y generacionales, porque los padres se los transmiten a los hijos. Pasamos de una sociedad pre '73 donde la política, los temas sociales, se hablaban abiertamente, que era hiperpolitizada e ideologizada, a la antítesis.
- ¿Cómo podemos llegar a un proceso de discusión más abierto en cuanto a esos hechos históricos? ¿Se puede o siempre será un tema que nos divide?
-Sí podemos, pero es un trabajo de larga data, décadas y ya estamos atrasados. Podemos tener legítimas diferencias en una sociedad, visiones distintas respecto de hitos o procesos, pero no tengo matices sobre la condena irrestricta a determinados hechos. No deberíamos tener ambigüedades sobre el golpe de Estado y la violación a los derechos humanos. Eso es un piso, es un tema ético, porque cuando no estoy de acuerdo en eso sí puede pasar que a futuro alguien piense que es bueno matar, encarcelar o hacer desaparecer al otro, echarlo de su propio país, acallarlo. Para llegar a ese consenso van a pasar décadas, tal vez mi hija, tal vez, pueda llegar a verlo, pero es necesaria una cultura política cívica, que se pueda dialogar de fútbol, de política o religión y que eso no signifique que cuando terminemos de conservar nunca más nos saludemos o nunca más nos veamos.