Es inevitable no quedar indiferente ante los hechos que están ocurriendo, una vez más, en nuestro país entorno a los temporales lluviosos, y la relación de lo antrópico y lo natural. Hay muchas dimensiones que se discuten y se ponen sobre la mesa entorno a la emergencia, desde responsabilidades políticas, visiones económicas, los medios de comunicación, entre muchas otras. Para quienes estamos vinculados a la formación de profesionales, se nos hace imperativo verlo desde esa dimensión formativa.
Lo primero que parece fundamental destacar es que quienes trabajamos en la planificación y construcción de territorios y ciudades incidimos directamente en la vida de las personas. Algo que parece de perogrullo, pero lamentablemente no es evidente para todos. El peso de esta afirmación, desde un ámbito de formación, pone algunas cuestiones que debiesen ser ineludibles.
A un estudiante de arquitectura - traducible a distintas disciplinas vinculadas con el desarrollo de ciudades - debemos sensibilizarlo respecto a nuestros propios territorios. Esa sensibilidad de entender el espíritu de un lugar, sus componentes, sus problemas y oportunidades. Esa sensibilidad de comprender una manera respetuosa de intervenir, en donde la arquitectura, como algo antrópico, no solo resuelve un emplazamiento, sino que lo hace mejor.
A un estudiante de arquitectura debemos provocarlo desde la creatividad. Esta creatividad fundamentalmente no debiese estar al servicio de resolver el cómo se ancla un edificio a una duna o a un humedal, sino más bien, a integrar las condiciones de paisaje propias de un lugar en una arquitectura sensible que, nuevamente, mejore la calidad de vida de las personas, pero también coexista con las condiciones naturales de un territorio. Esta creatividad está a disposición de la sensibilidad.
A un estudiante de arquitectura debemos formarlo con juicio crítico, siendo capaz de observar nuestras ciudades y territorios con una mirada profunda respecto a lo que se ha hecho, detectando los problemas que se han ido generado, como así los aciertos y aportes, y sobre todo oportunidades que se vislumbran. Una mirada crítica es también una base de un actuar con mirada constructiva.
En un estudiante de arquitectura debemos reforzar un actuar ético, como una manera de comprender la responsabilidad que tenemos en cada decisión que tomamos, y con ello, discernir sobre el impacto de lo que hacemos.
Cuando uno ve algunas de las decisiones que se han tomado entorno a la planificación y desarrollo de las ciudades, como las que se han evidenciado en los últimos días, y que lamentablemente afectan de manera directa a las personas, uno ve también un actuar que carece de estas cuestiones fundamentales.
La sensibilidad, la creatividad, el juicio crítico y la ética son capacidades que tenemos el deber de reforzar desde la formación y desde el quehacer profesional, para proyectar ciudades más pertinentes y cocientes con nuestras propias realidades, retomando la premisa de que lo que hacemos incide directo en la calidad de vida de las personas, pero también en el impacto sobre nuestro medioambiente.
Lo que se debe hacer es radicalmente distinto a lo que se puede hacer.