El rescate de las memorias de Abdón Cifuentes
El escritor Rafael Gumucio, cuyo bisabuelo fue amigo del político conservador, estuvo a cargo de una nueva edición con los recuerdos de un testigo privilegiado de la historia política chilena.
Amelia Carvallo
Los entretelones de la política chilena del siglo XIX, y de las primeras tres décadas del siglo XX, recogen las Memorias de Abdón Cifuentes, páginas que apasionaron al escritor Rafael Gumucio, quien editó, prologó y tomó notas en esta nueva edición de un interesante documento histórico.
En sus casi noventa años de vida, Abdón Cifuentes (1836-1928) fue testigo y pieza fundamental de la naciente república desde la trinchera del Partido Conservador. Abogado, docente, periodista y político, fue también ministro de Justicia, Culto e Instrucción Pública durante el mandato de Federico Errázuriz Zañartu. En la guerra civil de 1891 fue quien redactó el acta de deposición del presidente José Manuel Balmaceda y siempre estuvo bregando por la educación, creando escuelas elementales y bibliotecas públicas.
Fundador de diarios, revistas, clubes, sociedades, colegios y universidades, Cifuentes también incursionó en la política partidaria como parlamentario, ministro y consejero en un período vertiginoso de la historia de Chile. Sus memorias recogen todos esos sobresaltos y cambios que mantienen resonancias con estos tiempos.
Gumucio cuenta que llegó a este libro de Cifuentes por intermedio de su bisnieto, el abogado Ramón Cifuentes Ovalle, a quien conoció hace muchos años. "Él tenía la vieja edición del libro de 1936 que empezaba con un prólogo de mi bisabuelo, Rafael Luis Gumucio, y le pareció buena idea de que lo prologara yo ahora. Lo leí y me pareció apasionante el libro, pero propuse una serie de cortes y una edición que lo hiciera más adecuado al lector actual", explica.
-Tu bisabuelo lo conoció. ¿Qué sabes de la amistad entre ellos?
-Abdón Cifuentes fue uno de los maestros de mi bisabuelo. Era amigo de mi tatarabuelo, Rafael Gumucio Larraín, pero la amistad establecida llegó a mi bisabuelo. Se admiraban mutuamente, como testimonia el prólogo original del libro que escribió él. Cuando mi bisabuelo fue exiliado por Carlos Ibáñez del Campo, Cifuentes, que tenía unos 80 años entonces, lo fue a despedir a la estación de trenes, lo que constituía una muestra de rebeldía ante el dictador. Luego, se empeñó personalmente en conseguir que este mismo dictador le diera permiso a mi bisabuelo para volver a Chile a enterrar a su bisabuela, muerta en el exilio en Bélgica. Era una relación muy cercana, un vínculo político y emocional profundo.
-¿Cuál es el valor de Abdón Cifuentes en el año 2023? ¿Cómo resuena hoy el pensamiento conservador chileno decimonónico?
-Me sorprendió la formidable libertad intelectual de Cifuentes, su valor y su lucidez. Me pareció que el libro contradecía la historia liberal que nos enseñan en el colegio, y nos muestra que, en cuanto al sufragio universal, el voto de la mujer, la sindicalización, la libertada de prensa, los conservadores habían sido lo que hoy entendemos como liberales, y viceversa. El libro cuenta la intimidad y contradicciones de muchos próceres, y deja detrás de él una serie de retratos vivos de personajes que la historia suele fijar en la pomposidad y el vacío. Este libro está contado como una aventura, con todos los riesgos de ella y es una revisión necesaria del pasado desde la perspectiva cercana de un testigo que es también protagonista interesado en los hechos.
-¿Cómo observas los vaivenes del Partido Conservador desde su fundación a las mutaciones que tuvo en el pasado siglo?
-En estas memorias queda de manifiesto cómo pasó de ser el clóset viejo donde se guardaba los abrigos viejos del mundo colonial a ser una entidad moderna, que deja a España como referente y elige Francia, y en cierta medida a Inglaterra como modelo. Es también un partido que acepta la Independencia y la República como un hecho indesmentible y defiende la democracia como el único sistema de gobierno posible. En ese sentido es un Partido Conservador que casi no conserva nada de su vieja esencia y puede adelantarse en el siglo XX de manera sorprendente en la Falange, la Democracia Cristiana, el Social Cristianismo, el MAPU, la UDI, y la Izquierda Cristiana. Todas esas manifestaciones les reserva la historia.
-¿Hay algo así como un neoconservadurismo en Chile?, ¿cuánto del Partido Conservador permea a la derecha actual?
-Creo que hay una confusión en los términos: así como la posmodernidad no es la continuación de la modernidad sino su negación, el neoconservadurismo no es una continuación del conservadurismo decimonónico chileno, sino su contradicción. De partida es más protestante, o evangélico, que católico. No cree en un hombre enraizado en Dios, sino en una filosofía de la desconfianza en las instituciones que busca destruirlas para dejar en vez de ellas a un enorme triunfo de la voluntad dividida en diversas sectas que se disputan el alma de sus feligreses. No hay una lucha por la libertad religiosa, es decir la posibilidad de vivir tu fe al lado del otro, sino una lucha entre distintos fundamentalismos separados de sus centros, que buscan monopolizar las redes sociales.
-¿Qué has pensado sobre el fervor religioso de Abdón Cifuentes, su opción por creer en algo trascendental?
-Lo comparto y comparto la manera nada dogmática de hablar de él. Su fe era íntima y vital, fuerte y contundente, pero nada pesada ni verbosa. Defendió siempre el derecho a vivir su fe, pero no impidió a nadie creer o no creer.
-¿Y qué te parece la crítica del Partido Conservador al llamado monopolio del Estado Docente? ¿Cuánto se parece ese debate y sus problemas al de hoy?
-Yo soy partidario de un Estado Docente fuerte y religiosamente neutral, pero no militantemente anti religioso como puede ser el actual en Francia, o el predicado por Diego Barros Arana en el siglo XIX. Deben convivir, por cierto, otros proyectos educativos, lo más diversos que se pueda, pero creo que el eje central de la educación en todos ellos debe ser educar para la ciudadanía, es decir permitir que el votante lo haga de manera informada y consciente. Esa me parece que es la única labor del Estado, lo otro me parece que no le corresponde al Estado, aunque si el Estado debe cuidar que la desigualdad socioeconómica no derive en personas que tienen acceso a una formación e información inaccesible para otros.
-¿Cómo te imaginas que hubiese sido esa Historia de Chile que Cifuentes nunca escribió, cuáles crees que habrían sido sus principales temas?
-Siento que, sin escribirla, la escribió. Abdón Cifuentes vivió casi un siglo, y su enorme longevidad y la persistencia de su lucha pueden convertir este libro de memorias en una suerte de Historia de Chile tipo B, una misteriosa contra cara del relato oficial que recibimos de nuestros maestros liberales.