Juan Villoro: en busca del padre perdido
El autor mexicano escribió "La figura del mundo", un libro sobre el padre, que dedicó a su madre. El Premio Herralde de Literatura entró con linterna en las sombras de una paternidad.
Por Andrea Lagos G.
Este es "el orden secreto de las cosas": un hijo tratando de hablar con su padre y un padre tratando de entender el mundo en otra dimensión.
- ¿Qué haces, papá?
- Estoy pensando- respondía el filósofo Luis Villoro al niño Juan.
Ese niño al crecer escribiría "Dios es redondo", "Efectos personales", "La tierra de la gran promesa", "El testigo" y otras 25 obras más entre cuento, novela, ensayo y periodismo literario. Hoy, en "La figura del mundo" (Random House) se acerca a la figura de un padre que encontró la manera de quererlo, llevándolo al estadio a ver fútbol.
"Mi padre fue una persona pública admirable. Tuvo cientos de alumnos, escribió libros de filosofía importantes, participó como maestro en el movimiento estudiantil del 68, fundó partidos políticos de izquierda y terminó sus días siendo asesor de los zapatistas", relata.
Le interesaba contar esa historia, que define la vida intelectual y política de México en el siglo XX, pero a su vez, quería indagar en la vida íntima de un hombre que nunca abrió su corazón a nadie. Se separó de la madre de Juan Villoro, la psicoanalista Estela Ruiz Milán, cuando Juan Villoro tenía 8 años.
"De manera curiosa, ese ser próximo era bastante desconocido. Él prefería hablar de ideas y problemas sociales que tener vida cotidiana. Mi libro explora las emociones, el jardín secreto, de alguien que nunca hablaba de eso", explica el autor mexicano, que también ha escrito para The New York Times, El País y ha sido profesor visitante de Yale, Princeton, Stanford y Pompeu Fabra.
Esta es una pieza destacada de un hombre que convirtió la literatura en "una permanente carta al padre".
-¿Por qué padres (y madres) tenemos la culpa de todo?
-Los padres son una referencia casi mitológica. Los griegos se liberaban del asunto responsabilizando a Zeus o Atenea de lo que les pasaba. En esta época descreída y adicta al psicoanálisis los padres juegan una función central. Por eso Freud recomendaba matar simbólicamente al padre para salir de su sombra. Me parece más provechoso lo que propone el chileno Jodorowsky: hay que absorber al padre, aceptarlo dentro de nosotros, con sus luces y sus sombras. Traté de hacer eso en "La figura del mundo".
-¿Qué fue lo peor y lo mejor de este hombre culto que fue su padre?
-Lo mejor fue todo lo que asociamos con la razón; lo peor fueron las carencias afectivas de un hombre demasiado racional.
-¿Cómo superó él su exilio y antes de eso: el exilio de su casa en el internado?
-Mi padre nació en Barcelona, perdió a su padre cuando era niño y creció en Bélgica en internados de jesuitas. Al igual que su hermano, acostumbró a estudiar en soledad y aislamiento, algo que predispuso a mi tío Miguel a ser sacerdote jesuita y a él a ser filósofo. Hacia el final de su vida, encontró una manera de abrirse hacia los otros; repudió que la filosofía fuera una mera teoría y trató de asociarse cada vez más con la transformación de la realidad. Su contacto con los pueblos originarios, y específicamente con los zapatistas, fue una experiencia transformadora. Entendió el sentido de la comunidad, del "nosotros" y de la renuncia al "yo". No es casual que los últimos apuntes que dejó buscaran una relación del zapatismo con el budismo.
-Si montara "La figura de mundo" como obra de teatro, ¿con qué escena partiría?
-Hay pasajes eminentemente teatrales en el libro. Uno de ellos se presta para la comedia. Mi padre quiso ayudar a un partido de izquierda poniendo una taquería, pues todos los mexicanos comen tacos. El líder del partido tenía unos amigos que hacían tacos con recetas heterodoxas, que no convencieron a mi padre. Sucedió entonces una cómica discusión. Heberto Castillo, líder del Partido Mexicano de los Trabajadores, argumentaba que el Hombre Nuevo debía comer tacos diferentes; mi padre sostenía que los tacos clásicos eran revolucionarios. Total, se impuso el líder, la taquería fracasó, fue vendida, y hoy en día prospera con tacos conservadores. Hay otra escena que se presta al drama, la de mi madre revisando su relación matrimonial. El veredicto más duro e inapelable que podemos recibir es el de una expareja.
Los zapatistas
-¿Qué quería de su padre el Subcomandante Marcos? ¿Cómo se tomó él ese llamado de la selva?
-El zapatismo no es sólo un movimiento indígena. Desde un principio se abrió a la sociedad civil y al diálogo con personas muy diversas, como el sociólogo Alain Touraine, el cineasta Oliver Stone o el escritor John Berger. El primer libro de mi padre, "Los grandes momentos del indigenismo en México", trata de los primeros intérpretes de los indios, los frailes ilustrados, como Bartolomé de Las Casas. Además, escribió mucho sobre las autonomías culturales. Era lógico que se relacionara con Marcos, quien también fue alumno de los jesuitas y alumno de la universidad donde mi padre enseñaba.
-¿Por qué nunca quiso él que usted fuese español?
-Mi padre no creía en la doble nacionalidad, había que elegir una identidad. Le costó trabajo ser mexicano porque en un principio el país le pareció injusto, corrupto y violento, pero se apasionó por el legado y el presente de los pueblos originarios, por el "México profundo". Admiro a la gente que asume una identidad de manera apasionada y voluntaria, y no como una fatalidad del destino. Fue lo que hizo mi padre. Le parecía que tener doble nacionalidad significaba tirar ese esfuerzo a la basura.
"Admiro a la gente que asume una identidad de manera apasionada y voluntaria, y no como una fatalidad del destino. Fue lo que hizo mi padre. Le parecía que tener doble nacionalidad significaba tirar ese esfuerzo a la basura".