Cuántas veces hemos escuchado que Chile se caracteriza por ser un país "largo y angosto". Pareciera que, en dicha descripción de una pintoresca geomorfología, no resulta tan claro que esto implica intrínsicamente la existencia de ríos muy particulares, que cruzan la Cordillera de la Costa y llegan rápidamente al mar.

Al menos entre Valparaíso y Puerto Montt contamos con 12 grandes ríos: Aconcagua, Maipo, Rapel, Mataquito, Maule, Itata, Biobío, Imperial, Toltén, Valdivia, Bueno y Maullín. En sus cabeceras o partes altas de la Cordillera son empinados y torrenciales y albergan actividades de turismo, generación de electricidad, pesca recreativa y muchas de las áreas protegidas del país.

Más adelante en su recorrido, riegan diversos productos agrícolas, reciben y diluyen efluentes industriales y domésticos, y entregan sus aguas para ser potabilizadas. Finalmente llegan al mar, cargados de nutrientes y minerales que han recogido desde sus cuencas y transportado en sus sedimentos. Eso hace "florecer" la productividad de la zona costera.

En su funcionamiento normal de ecosistemas, estos ríos tienen épocas de crecidas y épocas de estiaje, con eventos típicos y eventos extraordinarios como el que hemos visto recientemente.

¿Hace cuántos años que el río Aconcagua no llegaba con tal fuerza al mar?, ¿hace cuánto que el río Maule o el Mataquito no ocupaban sus grandes planicies de inundación, llevando nutrientes y materia orgánica que luego permitirá una agricultura de mayor calidad?

Hoy lo vemos como desastre. Y lo es. Pero es parte de la naturalidad de estos ecosistemas. Su valiosa biodiversidad también "sufre" en estas crecidas extremas. Peces e insectos y todos los organismos que los habitan, son "lavados" y derivan aguas abajo. Hay gran mortalidad, pero también habrá recolonización y los ríos mostrarán su resiliencia ecosistémica.

Si somos un país de ríos que nos sostienen, ¿por qué no los valoramos lo suficiente, reconociendo sus límites y funcionamiento? Solo eso haría que no volviéramos a construir donde no corresponde, usarlos como basureros, o, en definitiva, darles la espalda.

Hay conocimiento científico en Chile sobre ríos. Acudamos a este para tomar las nuevas decisiones de cómo recuperarnos de este evento. Acudamos también al conocimiento local, para tomar decisiones que respeten los ríos y nos aseguren mayor resiliencia en el próximo evento de crecidas extremas que venga. Porque lo que es seguro, es que va a ocurrir.

Adoptar la equidad de género como pilar de la estrategia corporativa tiene beneficios claros y tangibles. Está estudiado que implementar medidas de equidad de género puede tener un impacto significativo en los resultados de las empresas y en la economía global.

De acuerdo con estudios realizados por el Foro Económico Mundial, las empresas que promueven la equidad de género tienen un 45% más de probabilidades de aumentar su participación en el mercado y un 70% más de éxito al incursionar en nuevos sectores. Además, cerrar la brecha de género podría impulsar el PIB global en 12 trillones de dólares y conectar a 240 millones de trabajadores a la fuerza laboral mundial para 2025 según McKinsey.

Ante esta evidencia, es fundamental que las empresas abordemos la equidad de género con acciones reales que formen parte de nuestra estrategia de negocios sostenible a la medida de nuestras necesidades y recursos.

Es crucial realizar un diagnóstico de brechas en equidad de género para identificar las áreas donde se presentan desigualdades y desafíos. Esto permite la generación de indicadores o KPI para medir el progreso de una empresa y establecer planes de acción.

En Chile, el Ministerio de la Mujer y la Equidad de Género publica anualmente el Reporte de Indicadores de Género en las Empresas, que sistematiza la información que las entidades inscritas en el Registro de Valores reportan a la Comisión para el Mercado Financiero (CMF). Este reporte incluye indicadores como la participación laboral, salarial y acceso a cargos de alta responsabilidad en los directorios de estas empresas.

A nivel internacional, existen herramientas como el Índice de Equidad de Género (IEG), desarrollado para medir situaciones que son desfavorables para las mujeres. Este índice facilita comparaciones internacionales clasificando países, basándose en indicadores de inequidad de género: educación, participación económica y empoderamiento.

Al medir y monitorear estos indicadores, las empresas pueden identificar áreas de mejora, diseñar, implementar y medir planes efectivos para cerrar las brechas y aprovechar las oportunidades en materia de equidad de género.

Contar con indicadores permite a las empresas comunicar sus avances y compromisos. Este ejercicio de transparencia mejora el clima, compromiso, retención del talento y posicionamiento de la empresa nacional e internacional.

Es clave establecer metas desafiantes y cuantificables en coherencia con nuestro propósito, los valores que declaramos y nuestra narrativa pública. Así podremos garantizar la coherencia de nuestro discurso e institucionalizar las prácticas de equidad de género.

Desde el nacimiento de Fundación Trabajo Para un Hermano en 1988, nos propusimos un desafío para mejorar nuestros procesos, especialmente en el área de formación y capacitación, la que hoy particularmente se enfoca en mujeres y cuentan con perspectiva de género.

Así surgió una de nuestras convicciones: Los oficios son una vía para asegurar el trabajo decente, lo que amerita su protección y relevancia.

Llevamos más de 30 años desafiándonos desde esa línea. Tanto en la infraestructura disponible para la capacitación en oficios, para que sea acogedora y cálida, así también en la pertinencia de los contenidos para aportar a un desarrollo integral de cada persona, aportando a una mejor sociedad. Y, por sobre todo, trabajar con equipos de profesionales que estén orientadas a mirar a las participantes como lo más importante del proceso, desde su llegada cada día a nuestras dependencias, como en sus procesos de aprendizajes, dificultades y apoyos en su desarrollo laboral.

Entonces la convicción se asienta, ya que también creemos en la relevancia de aportar al trato digno en la capacitación.

Porque si hablamos de trabajo decente, el punto de partida es la conciencia de la dignidad de las personas en cada una de las acciones que se realizan. Esto es desde quienes facilitan los espacios de formación, respetando el conocimiento y sabiduría de cada participante, el respeto por las diversidades en el aprender, hasta el apoyo para mejorar las condiciones de los emprendimientos y/u orientaciones en relación a las condiciones laborales para cada oficio.

Esto implica el establecimiento de espacios y ambientes adecuados para el aprendizaje, tener los insumos, materiales y equipamiento disponible para ello. De otra forma no es posible generar un aprendizaje significativo.

Son elementos y cuestionamientos de gran relevancia hoy, sobre todo cuando las cifras de la Organización Internacional del Trabajo, OIT, preocupan al respecto. Según el informe "Perspectivas sociales y del empleo en el mundo: Tendencias 2023", publicado a inicios de este año, el bajo aumento del empleo a escala mundial y la dificultad para fomentar el empleo decente pueden poner en riesgo la justicia social. El informe indicó que durante 2023, se prevee que el empleo aumente sólo un 1%, y que la tasa de desempleo mundial ascendería al 5,8 por ciento, o sea, 208 millones de personas cesantes. Y para las mujeres es aún más preocupante, ya que por cada hombre económicamente inactivo hay dos mujeres en la misma situación, adicionando a ello las labores de hogar y cuidado de NNAs.

Por otro lado, y no menos importante, el informe indicó que, además del desempleo, "la calidad del empleo sigue constituyendo una de las principales inquietudes".

El oficio es una herramienta, valiosa por cierto, que permite generar ingresos para la mujer y su familia. Y cuando una mujer decide emprender el desafío de formarse en oficios, se trata de un triunfo; donde ella se pone en primer lugar, desafiándose a estudiar y aprender, mostrando sus debilidades y sus dones, poniéndolos al servicio compañeras y de un espacio, con la esperanza de terminar el proceso con aprendizajes significativos para su vida y la de sus familias.

Junto a ello creemos que el aporte que hacen temáticas transversales que se desarrollan en paralelo al oficio y orientadas al empoderamiento de las mujeres, va permitiendo tomas de conciencia y de cambios que ayudan a la transformación de nuestra sociedad para un mejor bienestar de las generaciones futuras.

Si bien el aporte a la economía es relevante, también lo es desarrollo de la seguridad personal, autovaloración por lo que hacen y la generación de redes de apoyo y colaboración entre las mujeres que son parte del proceso de formación.

Para garantizar el trabajo femenino digno, las mujeres deben sentir seguridad en lo que saben hacer, darle valor a ello. Por otro lado, es importante que puedan estar en espacios laborales que les permita desarrollar de manera adecuada sus capacidades, con respeto y responsabilidad. El trabajo digno, decente, inclusivo debe incluir múltiples aspectos, con el objetivo de dignificar a las personas, a sus familias, la economía, para generar progreso económico y social.