Un retrato de cuerpo entero del "Paco" Rivano
El único excarabinero dueño de una librería escribió novelas y obras de teatro sobre los bajos fondos y la bohemia de un Chile que hoy no existe. El dramaturgo Juan Andrés Piña acaba de publicar su historia en el libro "Luis Rivano: la memoria de los olvidados".
Valeria Barahona
Un uniformado raso cumple por años con el "cuarto turno", es decir, la madrugada, a mediados del siglo pasado. En caminatas bajo las estrellas y junto a perros vagos, el carabinero Luis Rivano conoce a ladrones, prostitutas y poetas, seres que comparten la vida mientras el mundo duerme, al alero de la oscuridad. Comienza a tomar apuntes sobre lo que ve y publica "Esto no es el paraíso", la novela por la cual lo dan de baja, pero comienza otra vida: la de escritor y librero.
Novelista y autor de numerosas obras de teatro, entre ellas "El Rucio de los cuchillos" y "Los matarifes", con la periferia de Santiago como escenario, Rivano algunos años antes de morir dijo en una entrevista que "no resistiría que alguien hiciera mi biografía: (...) lo mandaría a matar", idea con la que Ediciones UDP (Universidad Diego Portales) juega al publicar "Luis Rivano. La memoria de los olvidados", escrita por el periodista y dramaturgo Juan Andrés Piña.
"Se murió en 2016 con la cabeza perfecta", recuerda Piña, quien trabajó con Rivano en su "Narrativa reunida" (Alfaguara)". Después de ese libro, "todos comenzaron a escribir de 'este autor imprescindible', mientras que antes no lo miraban. Las críticas fueron súper buenas, el libro se agotó en dos meses, fue un revival súper importante porque el mismo Paco decía 'no estoy seguro de reeditar".
-Porque lo miraban como un bicho raro.
-Él siempre fue un bicho raro. No lo tomaban en cuenta, siempre se sintió mal con eso, aunque pensando que eran buenos sus libros. Pero luego pasaron los años y se preguntaba '¿eran buenas esas novelas?'. Lo mismo le pasó con el teatro, pero las quejas del Paco sobre (su impacto) en el teatro eran absolutamente injustas, porque en la prensa a mediados de los 70 todo el mundo encontró que eran buenas sus obras, salió en todas partes, pero él decía 'no es suficiente', pese a que con 'El Rucio de los cuchillos' perdió la cuenta de cuántas funciones y cuánto público fue, porque él no ponía problemas si un grupo, por ejemplo, de Tal Tal, le pedía permiso para montarlas, porque son obras muy simples: una cama, una silla, pero siempre pedía respeto por el texto, que se respetara al autor.
Esa candidez de alguien que se lanza a la narrativa como quien toca un piano de oídas, se refleja en líneas como "las plumas de las grúas del puerto semejan escaleras colocadas para que los marinos ebrios traten de subir al Cielo", escribió Rivano en "El cuaderno de Víctor Hidalgo", donde recordó su infancia en el puerto de San Antonio, Región de Valparaíso, misma zona en la que, durante un paseo a Santo Domingo, encontró una revista en la basura con una pegatina de suscriptor: era de Jenaro Prieto, autor de "El socio". Una suerte de amigo cósmico.
Los uniformados siempre llevan pequeñas libretas consigo, recordatorios de las órdenes y hechos del día, pero Rivano las llenaba de ideas para sus personajes, por lo que continuamente era castigado. En esa situación lo mandaban a las caballerizas, donde "colocaba su máquina (de escribir) encima de unos fardos de pasto, se sentaba en un cajón y, con mucha rapidez, tecleaba, mientras el aire olía a estiércol y se escuchaban los sonoros relinchos y bufidos de los caballos".
En esas condiciones armó la novela "Esto no es el paraíso", frase tomada de la reprimenda de un superior, la cual, aparte de la expulsión, otorgó una nueva vida a Rivano: "Empezó mal porque le fue muy bien, ese fue el problema. Era muy joven, con cerca de 30 años, fue una autoedición y en esa época un crítico podía movilizar a las masas. Él le fue a dejar el libro a Alone, quien la leyó en dos días y sacó la crítica que tenía para esa semana para poner esta. El lunes los libreros le comenzaron a pedir más libros al Paco, porque se agotó en dos o tres semanas", afirma Piña.
-Después de eso lo que viniera iba a ser debacle.
-Publicó "El signo de Espartaco" y no lo pescó nadie, igual que el resto de los libros, con una negativa del oficialismo literario para reconocerlo porque se publicaba él mismo.
El excrítico literario de revista Mensaje y del cuerpo de Artes y Letras de El Mercurio afirma que con esta biografía "mi intención fue recuperar un Santiago que no está, que ya no existe y nunca más volverá", donde "bares, cabarets y cafés (a mediados del siglo XX) constituían un segmento cultural importante". Por ejemplo, el desaparecido restorán El Bosco "nunca cerraba, porque llegaba toda la gente del Teatro Universidad de Chile después de las funciones, junto con los escritores, los poetas que iban llenando las mesas y era una manera de cultivarse también, donde aprendías mucho: intercambiaban ideas, lecturas".
-¿Un taller improvisado?
-Total. Eso creo que ya no existe. Y era gente muy generosa, que daba ideas al resto y no importaba. Jorge Edwards ("Persona non grata") siempre decía "para mí era mucho más importante si a estos amigos míos les gustaba un cuento, que si me lo premiaban en no sé qué parte", porque esa relación personal sin mucha competencia, sin mucha envidia, era muy fuerte. Ese era el mundo del Paco que traté de reconstruir. (...) Yo trabajo con muertos, ese es mi problema. No tengo fuentes vivas.
-Crecí con Internet, entonces el mundo de Rivano me es desconocido.
-Yo sigo asombrado: si tengo una duda, la busco en el celular y en segundos aparece la respuesta. Mi generación creció con los primeros medios de comunicación masivos, desde la televisión hasta ahora que puedes estar leyendo todo el día información.
-Ya no hay tiempo en soledad para escribir o leer.
-Es mucho más masivo todo, por eso con este libro me propuse poner algo que no esté en Internet, incluir documentos que no están digitalizados, porque lo antiguo todavía tiene un valor.
-¿Cómo fue reportear para este libro en un mundo que no existe?
-La viuda, Beatriz Medina, porque su primera mujer murió hace muchos años, tenía todas las carpetas que el Paco fue acumulando sobre él: artículos, reportajes, entrevistas, fotografías, ahí estaba todo, incluso diarios que no llegaban a la Biblioteca Nacional. Además como lo conocí a él, era una fuente de información, también su hija. Y como todo el mundo sabía que tenía una vida muy rara, entretenida, curiosa, muy particular, entonces creo que él inconscientemente quería que se escribiera la biografía, o sino ¿para qué tanta carpeta, tanta cuestión? ¿Para qué sirve eso? Él siempre decía "no voy a escribir mi biografía porque tendría que decir toda la verdad".