Los corazones rotos que recogió Matías Rivas
Dice que es un poeta que vive como un simple mortal. Hace radio, dicta un taller literario, es columnista y dirige Ediciones UDP. Entremedio, ama y odia intensamente. "Un poema de amor" es su última historia.
Por Andrea Lagos G.
Mediodía en Chile. El poeta, y editor Matías Rivas llega fumando al Museo de Bellas Artes. Se para en la escalinata y frente a él, una familia posa bajo la escultura "Unidos en la gloria y en la muerte". Ellos se abrazan, se van. El poeta apaga su cigarrillo y entra al museo. Acaba de publicar "Un poema de amor", una trama en la que un hombre ama desesperadamente a una mujer. Este hombre lee mientras su amada duerme junto a sus piernas, sueña con ella, vive por ella y la mira de lejos cuando está con su marido e hijo en la plaza. El hombre de su libro no sabemos si es Matías Rivas o no, pero si todo esto fuese suyo, seguramente este corazón roto estaría dispuesto en la mitad de este museo, sangrando.
-¿Qué dijo tu mujer cuando leyó esta historia?
-"Lo mínimo que me esperaba de ti", fue su único comentario.
-"Una mujer nunca encuentra inteligente al hombre que ama", es el epígrafe de tu libro.
-Es la frase se la puse al protagonista de mi libro: su mujer, su mamá, su amante lo tienen cachado.
-Existe un tipo de amor raro: gente que se enamora sólo de personas inteligentes. ¿Sabías?
-En LUN pusieron a la Sophie Marceau (actriz que interpretó a Anna Karenina) como ícono del la sapiosexualidad. Busqué su foto, es preciosa, pero no me interesan solo las personas inteligentes o las que se enamoran de la inteligencia.
-Podrías ser un asesor sentimental ahora.
-Me encantaría. Escribí el horóscopo, ese fue uno de mis trabajos cuando se mandaban mensajes al celular.
-¡En serio!
-Me interesaban los signos del zodiaco. Había leído, era una pega. Todavía los leo y los sigo. Hay un lenguaje ahí para dejar a las personas enganchadas con la vida. Es una retórica: "no se deje guiar por malos ratos". "Tiene un futuro promisorio, siempre y cuando se mantenga en su lugar". Guillermo Hidalgo (periodista de The Clinic)lo hizo de manera magistral con Titan Do Nascimento. El horóscopo te prometía una cierta felicidad con palabras que ahora no tenemos. Perdimos esa ilusión.
Rivas es de historias largas. Lleva 23 años casado y desde hace 20 es el Director de Ediciones UDP. Son más de 300 libros de diversos autores los que ha editado en distintas colecciones durante estas dos décadas. Además pasó 10 años escribiendo para el The Clinic, una crítica literaria en la que firmaba como Mao Tse Tung.
"Creo en la perseverancia. Creo en ese valor. Si uno creyera que las cosas son tan inmediatas como el mundo te exige ahora no se podría escribir. La ansiedad no va con la literatura. A los pintores les pasa lo mismo. Hay una artesanía ahí . Si estas hablando de amor, estás siempre al borde de caer en el lugar común de la tragedia o la exageración. Lo melodramático está al lado, lo ridículo está al lado", advierte Rivas.
Su amor, su trabajo y los amigos también son tramas que mantiene en el tiempo. Lo mismo que el odio. A Rivas le aman y le odian con intensidad. Y él devuelve esa emoción como en un espejo.
"En la vida del editor hay más no que sí. La gente cree que yo conspiro, me culpan, me critican, pero eso es parte del negocio. Uno es el malo de la película. No me parece muy raro que sea así", resume caminando por Lastarria en busca de un café.
Corazones rotos
"Nunca me sentí tan expuesto como ahora, después de esto la vida te pasa por encima. En este libro hay muchas escenas de gente que he visto, que está cerca mío. No todo es mío, pero hay mucho que sí lo es. Esta es mi pequeña película, mi novela secreta. Esta es una historia de amor con todos sus repliegues. Todos estos poemas eran más largos pero les saqué todo el artificio. Para llegar a esa nitidez, me demoré mucho", cuenta Matías Rivas mientras muerde un brownie.
- ¿Por qué poner esta historia de amor delante de todos?
-Porque la poesía se dedica a hablar del amor. Quería hacerlo lo más real posible.
-¿El amor tiene prestigio aún?
-Es lo más importante, pero es de lo que menos se habla.
-¿Por qué?
-Hay períodos de la historia en los que se habla poco de amor. Y justamente son buenos períodos para pensar en el amor.
-Es cierto: ahora hablamos sólo de plata.
-Y no de deseo: el deseo tiene una fuerte carga disruptiva. El amor quema. Te aprieta la guata.
-¿Qué poema te apretó la guata?
- Uno de Gonzalo Millán: Apocalipsis doméstico. Ahí aparecen también escenas conyugales.
Como ésta:
Las sábanas regaladas para la boda/ se gastaron y tienen agujeros/Se quebraron los platos en escaramuzas domésticas/ Las tazas están saltadas y sin asas/ Se perdieron tenedores y oxidaron los cuchillos del servicio inoxidable//La juguera está descompuesta/Y empeña la sortija de diamantes.
-¿Es posible felicidad en la vida conyugal?
-Quizás tenemos muchas esperanzas. La vida conyugal es una mezcla de pasiones, enojos, ternura, odio.
-¿Tú crees en el amor?
-Sí. Yo llevo 23 años casado. En todo ese tiempo pasan millones de cosas. Se superponen niños, aparecen las voces de otras personas, la familia, los juguetes, los objetos. Los hombres de este libro también han cambiado. Lavan los platos, por ejemplo.
"Evita decirme cómo lavar los platos/ Considera que el tiempo viene en contra/ Crecen los niños y el silencio pasa bajo la mesa/ No te preocupes/. Después seco y guardo la loza", es uno de los versos de Rivas.
Leer como refugio
En el libro de Matías Rivas, el protagonista vuelve por un instante a su niñez: "Cuando niño dormía en una pieza de muros blancos/ No tenía muebles, salvo mi cama al medio/ rodeado de cajas de cartón con libros viejos/ Me paseaba entre las cajas somnolientas, con hambre y espinillas en la cara/ Hoy paso los días en otra pieza repleta de libros reconozco un título/ pero no cuando lo leí. Tampoco siento las piernas".
- ¿Te refugias en los libros?
-Empecé a leer en tercero o cuarto básico. No me acuerdo de la vida sin los libros Era un alivio poder leer. Y también algo raro porque no lo podía compartir con mucha gente,
-¿Fuiste muy solitario?
-No, porque igual jugaba fútbol.
-¿Y quién te pasaba los libros?
-Mi papá. Pero él no consideraba la literatura del rubro infantil. Me pasaba libros de grande, yo no entendía lo que leía. También yo era muy pretencioso. Para mí fueron muy importantes todos esos años en que no entendí lo que leía. Leí puro lenguaje. Puras palabras. Como sonaban. Y me pasaba rollos: pensaba que era una cosa y era otra.
- ¿Hasta que edad te pasó eso?
-A los 13 año estaba leyendo La Ciudad y Los Perros de Vargas Llosa y en ese libro violan a una gallina. Y a mí no me cabía en la cabeza eso.
-¿Qué te dijo tu papá?
-Me dijo, "no, si en el campo pasan esas cosas". Igual me quedó como algo inverosímil, como que se le pasó la mano al escritor. Después, con los años entendí que no.
-¿Y a los 15 años?
-Más pretencioso aún. Yo decía, mira, voy a leer a Kant. Y sacaba todo lo que pillaba de Kant en la biblioteca o me iba a comprar libros de Kant a la librería de viejo. Algo entendía, pero poco.
-¿Con quién hablabas estas cosas?
-Con nadie, ¡con quién iba a hablar de Kant! Pero también buscaba temas más triviales en el Larousse, como la vida de los monos. Yo disfrutaba con las palabras. Disfrutaba más de las palabras que de las historias.
-Y ahora, ¿tú le pasas libros a tus hijos?
-Sí, pero ellos no se estresan con los libros, los disfrutan.
-Y cómo te llevas ahora con los libros.
-Tengo la cabeza llena de parcelas de libros. Trabajo con ellos, los de la editorial y los que comento en la radio. También hago un taller de lecturas. Y hay otros libros que leo por placer. Y en eso leo cosas poco actuales. Tengo una fascinación por los escritores del pasado. Los nuevos lectores no leen a los viejos. Lo más antiguo que leen es del Siglo XX. Hay muchos siglos de literatura y no se dan el trabajo de retroceder. El poeta Erick Polhammer, que acaba de morir, se sabía de memoria muchos poemas de castellano antiguo. Los había aprendido en el colegio. Para mí el Siglo XVII es lo máximo. Hablan del corazón, con rabia y amor.
"nunca tan poeta"
-¿Cómo te salen los poemas?
-Al principio de una, pero después los limpio.
-De niño ¿querías ser poeta? ¿Un poeta fuera del sistema?
-No, detesto eso. Yo soy un poeta que trabajo, que vivo. Como decía Neruda: "Nunca tan poeta": sobre todo cuando tenía que ir a cobrar. Es que hay que trabajar. Trabajar es una experiencia contemporánea ineludible.
-¿Por qué?
-Porque es duro, porque lo hacen todos. Es lo que te une a las demás personas. A los poetas la sociedad los considera persona raras o marginales, pero no siempre tiene que ser así. Nicanor Parra, por ejemplo fue profesor toda su vida. Gonzalo Rojas, igual. Neruda era embajador. Es gente muy formal al final. La inspiración no funciona todo el rato. La cabeza la conectas a la sensibilidad, pero también tienes que funcionar en la vida cotidiana. Hay que usar las palabras para trabajar. Las escenas de este libro me las contaron en el trabajo, o se las oí a personas de carne y hueso. La experiencia, por lo menos para mí, está fuera del malditismo. Yo me puse a trabajar desde muy chico.
-¿Desde qué edad?
-Desde los 18 años. Hay que ganarse la vida, darse vuelta, admirar a la gente que lo logra. Hay que saber cuánto cuesta pagar los colegios, la universidad de los hijos. Todos estamos en la misma.
-Parar la olla es un poema.
-Eso es clave en esta época de la historia. Hay poetas que se creen príncipes. Nada menos interesante que el poeta príncipe. Los pequeños dioses no me interesan: Maquieira, Huidobro. En cambio, Ginsberg daba recitales, conferencias, escribía artículos, sacaba fotos. O la vida de Ezra Pound fue puro trabajo. De promoción cultural suya y de otras personas. Juntó la plata para que Joyce escribiera el Ulises. Hemingway trabajó como periodista. Me parece muy manoseada la experiencia del poeta que no trabaja. De esa precariedad es muy difícil salir.
-El trabajo como motor.
-Allí ocurren los conflictos, no paseándote en las plazas. Allí se da la transacción sentimental y de la amistad. Cuando en la pandemia estuvimos en nuestras casas, se rompieron esos lazos. La gente entró en el miedo.
-Es más difícil encontrar el amor en Tinder que en la oficina.
-Antes, la vida de oficina te permitía ver más gente que entraba y salía. Tinder se salta muchos códigos y es tal el nivel de miedo que necesitas una aplicación que cuele a la gente y que dirija la elección del amor. Que te ayude, antes no había nada. Tinder es como un seguro para no ser rechazado. Tinder es un recocido del amor.
-¿Tú estás en Tinder?
-Estás loca, jamás. Estoy muy lejos de eso. El amor después de la pandemia cambió. Todo es miedo. A mí me interesa mucho que me cuenten historias de amor. No ando preguntando, pero feliz de oír. En "Un poema de amor" hay pedacitos de historias de otra gente también, frases que robo.
-Son cortos tus poemas.
-Hay una frase de Zurita que me marcó: un libro tiene que soportar una ojeada. No estoy para dar la lata con la poesía. Es intenso, pero breve. Ciento cincuenta páginas de esto se puede hacer imposible de soportar. Esta es una sola historia.
-¿Por qué pusiste este ventilador en la portada?
-Me parecía que el ventilador le estaba echando aire a una pareja que estaba metida dentro de la pieza. Esa casa podría ser cualquier casa de Chile. Esos ventiladores los conocemos todos. Esta casa se la prestaron a esta pareja.
-En otro lado pones unas peras podridas.
-En los poemas a mí me aparecen las frutas podridas, tienen un olor y una cierta belleza. No es como el jamón que cuando se pudre huele fatal y repugnante. La fruta no. Que se te pudran las cosas marca tu tiempo. Era un placer que postergaste por otro. En la vida tenemos claro lo que hay que hacer, pero todo el tiempo la vida te pasa por el lado.
-¿Te gusta encontrarte con gente, compartir la fruta con alguien?
-Siempre he sido medio fóbico. Hago hartos esfuerzos por encontrarme con gente, pero no es algo que me nazca. Antes de llegar a un lugar me pongo muy nervioso. Eso me pasa desde chico. Antes de ir a una fiesta estaba preocupado, como si me fuera a pasar algo. ¡Y nadie nota que estás! Es una neurosis absurda.
El pelotazo de lafourcade
El padre de Rivas tenía una imprenta cuando él era niño. Y a ese lugar llegó un día el escritor chileno Enrique Lafourcade que le dijo: "Te voy a tirar un penal".
"Me puse como a siete metros de él y me lanzó un pelotazo que quedé dado vuelta. No tuvo ninguna piedad de que fuera un niño. Fue con puntete. La gente me tiraba pelotazos de forma civilizada, pero él me lo tiró a matar", recuerda.
Otro día, llegó Paz Errázuriz que también venía a la imprenta del papá de Rivas. Agarró su cámara y lo chasconeó. Su mamá lo peinaba con gomina. Esas fotos cristalizaron su infancia: "Ese mundo de la imprenta para mí era maravilloso. Allí había fiesta, gente, voces.
-Voces: hoy estás en la radio y se te oye relajado.
-Me fascina. Lejos de estar nervioso, lo paso muy bien. No tengo ninguna consciencia de lo que está pasando. Todo lo que me resulta es porque lo hago como un animal. Nunca pienso que hay gente que me está escuchando. No tengo ese nervio que me da al entrar a una fiesta, cuando entro a la radio no pasa nada de eso. Lo paso bien. Amo la voz. Las voces. Es algo que admiro mucho de los cantantes: encuentro lo máximo de la vida ser rockero, Todo lo demás está muy abajo, te juro por Dios. A las únicas personas que le pagan antes por hacer un trabajo es a un rockero. Esa cosa mágica de cantar, siempre la he mirado como un milagro. La radio tiene algo de eso. Es lo más cercano a una estrella del rock a lo que yo podría llegar. En mi último programa comenté la muerte de Tina Turner, una diosa.
- ¿Y Thom Yorke?
-Después de él no hay nada.