Todo sobre las madres
Las escritoras María Negroni, Alejandra Pizarnik, Simone de Beauvoir, Susan Sontag, María Paz Rodríguez y Sylvia Plath se hunden en las marcas que pueden dejar las madres en sus retoños: para bien y para mal.
Por Valeria Barahona
Ser hijo es caminar por la casa familiar en un claroscuro de evaluaciones sobre qué decir y qué consecuencias podrían acarrear las palabras. Los rencores bajo un techo se pueden cultivar por años, explotar en un momento impensado con esquirlas permanentes: "Nunca sabré por qué mi vida no es mi vida sino un contrapunto de la suya, por qué nada de lo que hago le alcanza", escribió María Negroni a su mamá en "El corazón del daño", en el que explora el dolor de una hija que no consigue comprender y busca respuestas en libros y poemas, algunos de su autoría.
"La literatura es una forma elegante del rencor", afirma páginas más adelante la autora argentina ganadora del premio PEN American Center, con la traducción de su poemario "Islandia", quien también cuestiona en el ensayo sobre la madre "por qué supe tan tarde que obedecer no es una virtud", o "¿Yo te resultaba extraña y por eso me atacabas? ¿Me mirabas como envidiosa o desconfiada? ¿Por qué competías conmigo? ¿Por qué te obedecí toda la vida? ¿Le debo a esta zozobra la escritura? Aparte de eso, me pregunto si alguna vez podré honrarte lo suficiente, librarte de mi incompetencia en todas las áreas".
Negroni afirma también que "el odio es lo que parece: un amor herido", que tras su investigación se percibe como algo frecuente en la literatura donde, por ejemplo, cita a Simone de Beauvoir ("El segundo sexo") que "visitaba a mamá con frecuencia. Cuando llamaba a la puerta y la oía arrastrar las chinelas, me prometía a mí misma que esta vez procuraría entenderla. Cinco minutos después, me había dado por vencida. Sus frases me sacaban de quicio cuando, a los veinte años, trataba de embarcarse en temas íntimos conmigo".
Más cerca, la poeta trasandina Alejandra Pizarnik ("La condesa sangrienta") anota "quiero a mi madre, pero cargar con su vida significa inmolarme. Y claro que me inmolo. Por supuesto que me doy en holocausto", en tanto que Susan Sontag ("Ante el dolor de los demás") agrega que "lo peor es el contacto, siempre frío, huesudo, inoportuno. Entendí la lección rápido: mejor alejarse de los cuerpos. Por eso amo a los grandes escritores, los muertos son mucho más seguros". Así Negroni continúa citando una decena de testimonios hasta preguntar "¿de dónde sale este coro de madres letales?".
En Chile, María Paz Rodríguez ("Niñas ricas") emprende la búsqueda filial con la novela "Mala madre", aunque en la primera página aclara "dedicado a mi madre, la buena madre". Sin embargo, el camino para llegar a la artista visual y académica María Claro (protagonista de su libro), quien parte a Estados Unidos a comenzar una nueva vida, lo cual conlleva el abandono de la anterior, constituye un viaje por los claroscuros de ser mamá, esposa e hija, a veces sin necesidad de un lazo sanguíneo o legal.
Claro tiene 76 años al comienzo de la historia. Quedó viuda y el afecto lo divide entre su gato y una estudiante ayudante alemana, Tiny, quien la busca a partir de su más famosa exposición, "La mala madre", que la ubicó en escena a fines del siglo XX. Aunque los remedios le "regalan más tiempo", la docente ahora grita "a esas voces que durante la noche la agobian. '¡Ya no tengo nada! ¡Hace años que no tengo nada!', les decía, como una vieja loca que hubiera preferido la amnesia a esa memoria de ballena".
Tiny recuerda que vio la instalación en un viaje durante su adolescencia, donde "cada escena que presenció a través de cada agujero (en la pared) por el que se asomó representaba una historia espeluznante. Una historia de terror contada por distintas imágenes subjetivas y extrañas". Años más tarde, la ayudante escribe en un ensayo que el montaje "habla de un pasado fantasmal que se intenta exorcizar", mientras comienza a desarrollar una especie de relación maternal con su tutora, aunque distante.
Adela, nieta de María Claro, llega a Iowa a cursar un postgrado y escribe a su abuela con el objetivo de entrevistarla para una novela. "¿Por qué María le respondió a Adela? Por curiosidad. (...) La curiosidad había determinado su vida y sus decisiones". En un café, "la muchacha venía programada para ser profesional y proyectar que este encuentro, en realidad, no pasaba de ser una reunión de trabajo". Aunque las cosas siempre pueden evolucionar.
Puerta de escape
Las relaciones avanzan para bien o mal, ahí el misterio. Un túnel o "La campana de cristal", novela que firma la poeta Sylvia Plath ("Tres mujeres") como Victoria Lucas, siendo éste su único trabajo en prosa. El podcast "Grandes infelices", de la editorial española Blackie Books, atribuye su suicidio a una eventual frustración por el recibimiento de la obra, subyugada a un bestseller similar cuyo título y autora se perdieron en el tiempo. A esto se añaden las vicisitudes de su matrimonio con el también poeta Ted Hughes y la maternidad. Su hijo menor, Nicholas, en la adultez seguirá los pasos de su madre hacia el otro lado.
"La campana de cristal", así, recibe los aplausos de manera póstuma, donde su protagonista, Esther Greenwood, viaja por primera vez a Nueva York tras ganar un premio de escritura que la convierte en redactora de una revista femenina. Con observaciones ácidas a estas publicaciones, la joven regresa a su casa en un pueblo cercano a Boston, donde su mamá le informa que no fue aceptada en la universidad: tendrá que permanecer en casa.
"Mi abuela y mi madre eran tan buenas cocineras que se lo dejé todo a ellas. Estaban constantemente tratando de enseñarme un plato u otro, pero todo lo que yo hacía era mirar y decir: 'Sí, sí ya veo', mientras las instrucciones se deslizaban por mi cabeza como agua, y luego siempre echaba a perder lo que hacía, de manera que nadie me pedía que lo hiciera otra vez", porque "el problema era que yo detestaba la idea de trabajar para los hombres de cualquier forma que fuera. Quería dictar mis propias emocionantes cartas", reflexiona Greenwood.
Plath escribe esta última reflexión después de la ruptura con Hughes, ya que en sus diarios de juventud muestra su búsqueda para ser una buena esposa, tema que las revistas de los años 50 consideraban prioritario, y donde la autora publicó varios de sus poemas. La también ganadora de un póstumo premio Pulitzer, mezcla la ficción con la autobiografía, por lo cual la joven Greenwood tras sus cuestionamientos, falta de sueño y una descuidada higiene personal, comienza a recibir terapia electroconvulsiva.