El viaje de Guillermo Arriaga a la Inglaterra de 1781
El escritor mexicano ambientó "Extrañas", su última novela, en el siglo XVIII y al escribirla decidió no utilizar palabras acuñadas después de 1790.
Por Amelia Carvallo
El mexicano Guillermo Arriaga es reconocido no solo en la literatura, donde acaba de ganar el premio Alfaguara con su novela "Salvar el fuego", sino también en el cine: suyas son las historias de películas como "Amores perros", "21 g ramos" y "Babel".
En su última novela, "Extrañas", un relato ambientado en la Inglaterra de 1781, el protagonista es un joven aristócrata que reniega de su linaje para consagrarse a la medicina, una ciencia que avanza entre bisturíes y los prejuicios religiosos y de castas.
"Este libro surgió de la nada, fue un chispazo en medio de una carretera texana, entre Del Río y Uvalde", dice el escritor mexicano. Explica que "Extrañas" son seres con una anomalía tan particular que "solo existe un individuo así cada trescientos años". En el caso de su historia, son dos mujeres que comparten un mismo cuerpo y tienen dos cabezas. Tras ver un documental le surgió la idea de escribir sobre esto. "Al principio, mi idea era escribir seis historias sobre 'extrañas' en diversas épocas y diferentes lugares. En Mongolia, en el año 900 para situarlas en medio de un conflicto bélico, en 1400 en Noruega en un contexto de religiosidad, en 1780 en Inglaterra bajo la perspectiva de la ciencia y la medicina, en el México contemporáneo, en Estados Unidos en un periodo indescifrable y un anexo con un texto escrito en un lenguaje inventado por ellas. Escribí el comienzo de las historias de Mongolia, de Noruega, de Inglaterra y de México, pero poco a poco, la historia inglesa creció dentro de mí hasta convertirse en esta nueva novela", recuerda.
-¿Y cómo fue el proceso de escritura, cómo eran las jornadas?
-Cuando escribo vivo de manera monacal, salgo poco y escribo todo el día. Como por mi trabajo viajo en exceso, aprendí a escribir en aviones, en estaciones de tren, en cafeterías y en los taxis.
-¿Hubo muchas lecturas?
-Más que lecturas, la gran influencia de esta novela, como lo ha sido en todas las demás, ha sido la vida. Traté de trasladar experiencias sobre lo que he observado o descubierto y llevarlas a la novela. Dicho esto, siempre habrá libros que palpiten detrás de mi obra, sobre todo los de Faulkner, Rulfo, Shakespeare y Sor Juana Inés de la Cruz.
-¿Qué tan placentero y qué tan arduo fue ceñirse al habla de esos días?
-Considero mi trabajo como una actividad adictiva que me brinda enorme placer realizar y lo arduo es parte intrínseca del gozo de hacerlo. Me considero privilegiado de poder mantener a mi familia con mi escritura y por fortuna, en este trabajo no hay una edad de jubilación.
-¿A qué reglas se ciñó?
-Pensé que lo importante era hacerla sentir como si se hubiese escrito en el siglo XVIII. Tomé la decisión de no utilizar palabras acuñadas después de 1790. Recurrí a una sensacional página de la RAE, Enclave RAE, que documenta la primera vez que se inscribió la palabra en el diccionario de 1780, que por coincidencia quedó casi en el mismo año en que transcurre la novela. Prescindí de muchas palabras y de vocablos fundamentales para la medicina. En total debieron ser cerca de 600 palabras. También eliminé la palabra "que" y sus derivados: qué, porque, aunque, para qué, por qué, y tampoco ningún adverbio terminado en "mente".
-Y usa muy pocos puntos aparte.
-Fue por el afán de seguir la manera de puntuar del siglo XVIII, usé de manera espaciada el punto y seguido y el punto y aparte y, al estilo de la época, usé sobre todo comas y largos párrafos.
Pócimas
A lo largo de sus casi 500 hojas, Arriaga entrega una peculiar farmacología que aconseja no seguir porque la inventó, pero reconoce que un libro que le sirvió fue "The History of Surgery".
-¿Cómo era zambullirse en la Inglaterra de fines del siglo XVIII y luego aterrizar en el siglo XXI, en un mundo pandémico?
-Me divertí mucho imaginando la Inglaterra del siglo XVIII y digo imaginar y no documentar, porque la mayor parte de la novela es pura invención. No es una novela histórica, sino una reelaboración ficticia, con algunos datos verídicos solo para darle ese barniz de credibilidad. Creo que nunca trabajé tanto como en la pandemia, como gané el Premio Alfaguara en el 2020 y eso suponía un viaje por varios países, entre ellos Chile, y se cancelaron, tuve que hacer decenas de entrevistas y de clubs de lectura a través de Zoom. Por suerte, en el 2021, cuando empecé la novela, bajó esta cantidad de trabajo y pude dedicarle horas y horas.
-La figura del médico siempre ha sido sugestiva. ¿Qué fue lo que más le interesó de ella?
-No hay en mí decisiones conscientes, de alguna manera me siento como el vehículo de una historia para ser contada. La historia se apropia de mí, me hace escribirla y luego, al terminar, me abandona dejándome con una profunda nostalgia. Más que interesarme por el médico, la historia empezó a dibujarse sola, obvio, producto de mi inconsciente, el área del cerebro que realmente escribe, y fue la historia misma la que me exigió que fuese un médico que proviene de la aristocracia más poderosa de la Inglaterra de esos años.
Dice que William Burton apareció en su mente "como un huracán que exigió ser contado" y que la pintura del chileno Guillermo Lorca que luce la tapa le llegó por el consejo de un amigo. "Este cuadro que elegimos representa de manera fiel de qué se trata la novela y retrata de modo pasmoso, el final de la historia".
-¿Cuál fue su reflexión sobre la discapacidad y la deformidad?
-Son temas que me tocan de manera personal por haberlos vivido de manera cercana, a través de amigos y por los documentales que realicé como director en los años noventa. Solo tenemos una vida, no soy creyente así que no pienso en vidas futuras. Debemos valorar que la única oportunidad que tuvo un ser se complicó por una anomalía o una discapacidad. En la naturaleza, estos seres están condenados a muerte, prevalece la ley de la supervivencia, pero como seres humanos tenemos la obligación de establecer lazos empáticos y de comprensión con quienes la detentan. Y me niego a decir que la sufren o la padecen, creo que es una forma distinta de poseer una mente o un cuerpo diferente. Debemos crear facilidades para que las personas con discapacidades o deformidades encuentren las mismas oportunidades.
-¿Somos una sociedad más respetuosa de lo radicalmente distinto?
-El respeto a lo distinto comienza en el reconocimiento del otro en sus límites y posibilidades, respeto que debe excluir la victimización, la condescendencia paternalista y la lástima. El respeto debe contemplar alegría, igualdad, paciencia y un deseo ferviente de crear oportunidades para las personas diferentes.