Valparaíso en la pluma de un catalán
-¿Cómo un escritor catalán termina en Valparaíso?
-En el año 2014 yo estaba en Santiago, invitado a dar una conferencia y dos presentaciones programadas de una novela. Le sugerí al editor la posibilidad de escaparme unos días a Valparaíso, le dije que tenía una intuición de pasear por Valpo. Yo prácticamente poco o nada sabía de la ciudad. Nunca me arrepentiré de haber obrado así. Esa es mi manera de practicar la escritura, desde la experiencia física, el movimiento o viaje y la mirada. Necesito el contacto, la observación, la catarsis o la epifanía, como fue el caso con Valpo.
-¿Qué le inspiró para escribir de Valparaíso?
-Bajé del autobús y comprendí que existía una enorme fragilidad en la ciudad. Desde los primeros pasos me resultó evidente que Valparaíso era una ciudad singular, atrayente, incluso hipnotizante. En ella había un misterio inherente, resultado de la amalgama de belleza y fealdad. No es para nada un lugar pintoresco. Valparaíso tiene algo de orgánico, de animal, y la vida bulle, sobre todo en sus cerros, aunque también en el Plan. Es un enorme y anárquico hormiguero humano, también una especie de telaraña con sus peligros.
-¿Cómo fue reencontrar la ciudad?
-No negaré que tenía cierta inquietud. Habían transcurrido ocho años desde mi primera inmersión en la ciudad, la vida no se detiene, nunca. Tampoco Valparaíso iba a estar petrificado en la imagen de mi recuerdo. Y debe ser así. Sentí cierta desazón cuando llegué, solo y cansado. Era de noche y me resultó inquietante, espectral. A la mañana, sin embargo, enseguida me reconcilié con la ciudad y volvía ser el paseante de hace 8 años, un escritor extranjero que desea pasar desapercibido en un paisaje que lo seduce e inquieta a la vez.