"La adolescencia fue mi refugio en la pandemia"
En "La eterna juventud", la escritora chilena Lola Larra publicó sus crónicas escritas para la revista Vogue España y The New York Times. Todo, matizado con anécdotas y visiones sobre la industria literaria.
Por Valeria Barahona
Lola Larra ha puesto sus energías en narrar la juventud. Primero en la novela gráfica "Al sur de la Alameda", con una historia sobre la revolución pingüina y luego en "Springters", una investigación que cae en los abismos de un niño muerto en Colonia Dignidad. Ahora, vuelve con un libro que se acerca, como objeto, al formato pulp o de fanzine. Son tapas blandas de una imagen impresa en color magenta. Y, y por dentro, hojas de papel roneo.
"La eterna juventud" es su memoria periodística y narrativa sobre la intensidad de aquella etapa. En el libro conviven artículos publicados en The New York Times con recuerdos de su trabajo en revista Vogue, así como fragmentos de diarios adolescentes.
Cuando comenzó el confinamiento por Covid-19, en 2020, "me parecía que el libro no estaba listo, entonces empecé a escribir estos textos que eran más anecdóticos y de memoria que crónicas o ensayos. Todo con la calma y la desesperación del encierro. Supongo que volver al territorio de la adolescencia, de mi adolescencia (no como en mis anteriores libros que es el territorio de la adolescencia de otros) fue un refugio", dice Larra. Y agrega que allí empezó a recordar cosas que no le gustaban. Cosas divertidas que habían pasado, casi todas entre la adolescencia y la primera juventud: "Yo la pasé muy bien (ríe), no lo puedo negar. Así que busqué en mis apuntes algunas cosas, como cuando trabajé en revista Vogue España".
-Y has tenido la sabiduría de no botar esas libretas.
-Nunca. Me he cambiado mucho de casa y de país, he perdido bibliotecas enteras, he regalado también libros porque siempre viajo con uno o dos, no mucho más, pero esas libretas siempre las he conservado, tengo algunas de cuando tenía 12 o 14 años. Tampoco son tantas, es una cajita que siempre va conmigo.
-¿Cómo fue el trabajo con la artista visual Antonia Daiber?En tu libro aparecen sus grabados.
-El trabajo con Antonia comenzó antes de la pandemia, cuando tenía sólo ocho artículos escritos. Yo decía "ya, está listo el libro". Ella hizo unos grabados preciosos, pero después del confinamiento todo cambió. Los textos cambiaron y ella creó los que ahora aparecen en el libro: acuarelas y unas pinturas que ella hace sobre papel de lija, de ferretería, con crayones y lápices pasteles. Escribía y le mandaba los textos, aunque en el encierro Antonia se enfermó, tuvo un desprendimiento de retina. Fue horrible, muy acontecido.
-En la adolescencia uno no lee los libros catalogados como juveniles, sino los que te prohiben.
-Las etiquetas te ayudan un poco a organizar el mundo, pero bajo la etiqueta "juvenil" se publican muchas cosas que, más que literarias, están hechas para cubrir expectativas. Si eres un buen editor escogerás libros que transitan el territorio de la adolescencia. Unos en que los jóvenes se sientan más identificados. Puede que publiquen cosas hechas con receta, porque se cree que escribir para niños y jóvenes es muy fácil, entonces lo puedes hacer más rápido. Muchos autores para jóvenes creen que es como una carrera, que hay que publicar tres libros al año. Se escriben muy rápido, con mucho diálogo. Rosa Montero ("El peligro de estar cuerda") dijo que ella está muy feliz de tener una carrera como periodista, con la que se alimenta, para nunca someter su escritura a tener que pagar las cuentas. Eso hace que tengas que producir o dar clases, charlas, de forma permanente, porque es casi imposible vivir de lo que escribes. Hay que tener un ritmo de producción que le hace mal a la literatura.Ese ritmo llevan los autores para jóvenes: hacen series, publican cada tres meses para seguir siendo novedad. Y aquello va en detrimento de un catálogo de libros juveniles que sea literariamente interesante y de calidad.
De di caprio y crianza
-Los textos tienen nostalgia, pero conectan con el presente. Sin embargo, Leonardo di Caprio es transversal.
-Ese sí dura no sé cuántos años (ríe). Las anécdotas del libro no se escogieron porque sí, sino que con Marcela Fuentealba, la editora, estábamos reflexionando sobre varios temas. En el caso del Festival de Cine de Cannes fue que uno alucina tanto con esta gente, común y corriente, pero que sabe perfectamente cómo estar en el mundo para que los miren, lo cual debe ser una cosa muy terrible.
-Los adolescentes de la pandemia se perdieron todo lo bueno de esa etapa. Al menos una parte.
-Qué terrible. Actualmente no hay horas disponibles para psicólogos especialistas en adolescentes, trastornos alimenticios o depresiones. Mi hijo es más chico, pero tengo amigos con hijos adolescentes que la están pasando mal… Imagínate estar con esa edad dos años encerrados con tus papás, me quiero matar. Son los años de socialización, primeros enamoramientos, pololeos. A mi hijo le cuesta mucho ir al colegio, esa rutina de levantarse temprano, tener que salir, cuando pasó dos años durmiendo hasta tarde, feliz, con buzo. El trabajo ahora es convencerlo de ponerle el uniforme, comer en el colegio…
-Hay un artículo sobre las mujeres de los artistas, que son quienes lavan las tazas, se preocupan del almuerzo.
-Existen muchas reflexiones sobre las esposas, incluso se dice que las mujeres como no hemos tenido esposas, nos cuesta más producir, no publicamos tanto. Se supone que faltan 300 años para superar la desigualdad entre hombres y mujeres. Ojalá, porque mentalmente una está preocupada de los hijos 24 horas, eso no lo hacen los hombres, por muy buenos papás que sean. Las mujeres gastamos energía en pensar en la mochila, la tarea, la comida, aparte de la energía física de llevarlo, traerlo, vestirlo (al niño). No he visto a ningún hombre que lo haga, perdóname, ocupando todo el día un espacio mental con el cuidado de otro.