Convención sobre los Derechos del Niño
Verónica Villarroel Navarrete, Directora Área Ciencias Sociales IP-CFT Santo Tomás Concepción,
La realidad de las infancias es en sí misma un desafío que requiere un permanente e indiscutible debate, así como el diseño y ejecución de una serie de políticas y programas que den respuesta oportuna a la gran cantidad de situaciones de infancia que coexisten en nuestro país.
La Convención de los Derechos del Niño que fue suscrita y ratificada por nuestro país en 1990, define al niño(a) como un sujeto de derechos inapelables que deben ser resguardados por la familia, la comunidad y el Estado. En este marco el niño(a) se define como ser integral con derechos en todas las áreas del desarrollo; por tanto, sus miradas y propuestas deben ser consideradas.
Toda acción u omisión en relación con las infancias impactará la vida futura, sobretodo en la primera etapa de sus vidas, donde se produce la constitución de la persona en el ámbito biológico, orgánico, psíquico, antropológico, social y cultural.
De acuerdo a lo anterior, la inequidad en las infancias condiciona profundamente el desarrollo integral y el bienestar a lo largo de la vida, es por ello tan relevante contar con principios básicos que otorguen derechos y garantías a las infancias y que indiquen normativas mínimas necesarias para garantizar dignidad, respeto y bienestar.
La propuesta constitucional coherente con la Convención de los Derechos del Niño, contempla a las infancias y adolescencias de forma transversal en diversos capítulos: en sus principios generales, nacionalidad y ciudadanía, naturaleza y medioambiente, participación democrática, poder ejecutivo y sistemas de justicia y en específico un largo y detallado abordaje en el capítulo II de Derechos Fundamentales donde existen muchos artículos que explicitan principios, derechos, garantías y protección que apuntan al desarrollo saludable e integridad personal, física, mental, psicosocial, afectiva y sexual buscando la erradicación de la violencia contra las infancias, estableciendo como imperativo ético el tránsito hacia el buen vivir de las generaciones y el cuidado de la salud mental y aun cuando como ciudadanos no hemos expresado nuestra intención en el plebiscito de salida, lo más importante es resignificar a las infancias como el centro de éste desafío, considerando que históricamente se les ha relegado a un segundo plano y que es vital para su desarrollo y el en nuestro país, otorgarles el protagonismo que en derecho les corresponde.