Desinformación y campaña electoral
Cuando falta exactamente una semana para el plebiscito constitucional de salud, la percepción general es que más allá de lo que la ciudadanía decida respecto la propuesta de nueva Carta Magna elaborada por la Convención por durante un año, pareciera ser un hecho que el país está enfrentado a un momento clave de su historia y que -en ese escenario- hay varios fenómenos que están marcando tanto el debate público como la forma de hacer política a nivel nacional.
Uno de los fenómenos más importantes dice relación con la desinformación, que hasta poco parecía algo muy alejado de nuestra realidad, pero que hoy está innegablemente instalado, de la mano con la crisis de credibilidad que enfrentan muchas instituciones llamadas tradicionales dentro de la sociedad. Los debates que se emiten constantemente en medios de difusión nacional, así como también el uso abusivo de las redes sociales han sido territorios fértiles para que se expandan contenidos destinados netamente a apelar a la emoción más que a la razón, abriendo espacios de duda o de afirmaciones que no corresponden a la realidad de los hechos o argumentos.
La existencia de nuevas tecnologías que han sido hasta ahora permisivas en la posibilidad de transferir cualquier tipo de falsedades, como la creación cuentas de redes sociales falsas destinadas solo a alimentar el debate de noticias o afirmaciones falses e, incluso, algunos medios que dan espacio a la difusión de información sin ningún tipo de freno ético o profesional, solo contribuyen a generar mayor sensación de incertidumbre a las personas que siguen estas discusiones y son un alimento más para la desinformación en un momento en que la sociedad requiere más que nunca información precisa, rigurosa y, sobre todo, verificada.
Este tipo de fenómeno no es nuevo y viene repitiéndose de forma creciente en el país. Hay quienes desarrollan carreras públicas solo en torno a afirmaciones abiertamente falsas y se muestran dispuestos a replicar artículos que, al menos, distorsionan las realidades, transformándose en la propia fuente de la desinformación. Además, el concepto de "fake news" (noticias falsas) es el preferido para resumir el problema, que se ha expresado a nivel global en distintos episodios como la crisis de refugiados europea de 2015, las elecciones presidenciales de Estados Unidos, o el referéndum conocido como Brexit en Reino Unido, a partir de 2016. A nivel nacional, también se han registrado episodios recientes donde la desinformación ha primado en los mensajes promovidos con fines espurios y desde el más amplio espectro político y social.
Es importante enfatizar que estos fenómenos no son "propiedad exclusiva" de un determinado sector o movimiento. Sin embargo, suelen representar una herramienta utilizada por las corrientes más extremas del espectro político, para lanzar ataques y falsedades respecto de los que suelen presentar como los "enemigos".
Enfrentarla desinformación es un desafío especialmente complejo para las sociedades democráticas, que deberían tener como base a ciudadanos bien informados y un debate público de calidad, enmarcado en el respeto y, por cierto, en la verosimilitud de los argumentos. Algo muy lejano a lo que representa la creciente desinformación que prima en los contenidos que se difunden a través de las redes sociales y, especialmente, a través de plataformas privadas de comunicación como WhatsApp. Hoy en día, incluso ya se habla de "editores" y "fábricas" de noticias falsas, quienes a partir de motivaciones tanto económicas como políticas varían tanto en sus tácticas como en sus objetivos. Los primeros se parecen a los generadores de contenidos que van tras la "caza" de clicks, es decir, ganan dinero con el número de visitas que generan en sus sitios web.
A su vez, el objetivo principal de los actores con motivación política es intentar influenciar la opinión pública y -en los casos más extremos- hasta tratar de interrumpir procesos políticos democráticos. Asociado a esto también se produce el fenómeno de la polarización, que se diferencia de la legítima existencia de opiniones diversas en el hecho que se apunta a una creciente división en "extremos opuestos" a los cuales les cuesta mucho encontrarse para generar acuerdos y acordar reformas que permitan el avance de los países.
Es con la polarización que se deslegitima la importancia de los consensos amplios entre grupos con pensamientos y sensibilidades distintos, deteriora la confianza y el capital social necesario para construir proyectos colectivos se hace mucho más difícil. Enfrentar a tiempo el negativo impacto de la desinformación y polarización requiere avanzar muchísimo en áreas como la educación, para fomentar desde temprana edad un pensamiento crítico que permita distinguir con mayor claridad los mensajes, pero por esta semana, la última antes del plebiscito de salida, la responsabilidad recae en quienes ejercen liderazgos, que deben cuidar más que nunca la responsabilidad cívica que nos llevará a un real participación ciudadana el próximo domingo.
Hay quienes desarrollan carreras públicas solo en torno a afirmaciones abiertamente falsas y muestran disposición a replicar artículos que, al menos, distorsionan las realidades, transformándose en la propia fuente de desinformación.