Andrés Valdivia: "Los niños no deberían tener cáncer"
Ingeniero, músico y ahora escritor, Andrés Valdivia habla aquí de "Detén el invierno" (Emecé), su primer libro, donde relata la dura experiencia que vivió como padre de un hijo que enfermó gravemente.
Por Franco Fasola
Una leucemia linfoblástica de su hijo de dos años, diagnosticada en 2018, fue el punto de quiebre para Andrés Valdivia (1976), ingeniero civil y Master in Arts de la Universidad de Nueva York.
Su hijo Julián se enfermó en 2018, justo cuando empezaba el invierno.
"Lo trasplantamos en septiembre y nos dijeron que se podía morir en cualquier momento durante un año. En marzo de 2020 ya nos sentíamos más seguros, y llegó la pandemia", cuenta Valdivia.
Parte de esa enorme prueba para su familia se convirtió en un relato en primera persona:es "Detén el invierno", sobre la cual el autor habla en esta entrevista.
- ¿Tú eras aprensivo antes del cáncer de tu hijo?
-Cero. Me reía de los papás aprensivos y las mamitas Everlast fóbicas a los gérmenes. Yo crecí en el suelo, sucio, y ahora me produce cierta distancia esta nueva paternidad tan pulcra. Soñaba tener hijos con mocos y ellos están siempre lavaditos. Mis viejos circulaban nomás, cero aprensiones y me pasó esto. Cuando nació Julián, mi señora me dijo que tomáramos un seguro oncológico y le dije que obvio que no iba a tener cáncer nunca, que los seguros eran para las rodillas y esguinces. No estaba dentro de mi universo de posibilidades, menos algo letal.
-¿Qué estabas haciendo cuando pasó esto?
-Estaba en un momento muy bacán de mi vida. Había logrado montar dos agencias de publicidad de distinto tipo que ya estaban andando medio solas, me había armado un pequeño estudio de grabación en la oficina, estaba pensando otros proyectos y por primera vez pensé que tenía medio resuelto cómo vivir, saliendo del sopor que implica el primer año y medio de la paternidad. Estaba en eso: recuperando a mi mujer, la cotidianidad, pensando en que podíamos irnos de vacaciones con un cabro de dos años y ¡pum! Frenazo. En la clínica vi a muchos papás que estaban meses peleándola. Como si sus hijos no tuvieran cáncer, siguiendo con la vida, y ahí llega la bronca de poner freno de mano, todo en pausa. Cuesta. La gente vive una negación un rato hasta que todo se asienta y se transforma en un pequeño oficio.
- ¿Y tú no pasaste por la negación?
-No, fue de guata. Tenía que hacerme cargo de la familia. Caché altiro que me tenía que poner ninja. Pero es distinto tener que tomar decisiones a que se te instale en el corazón que tienes un hijo con cáncer. Eso demora un rato, hasta que empieza el tratamiento y ves que se va a la mierda, se le cae el pelo, los remedios y cuando todo empieza a saltar: que está bien un día y después se agarra una infección, la fiebre y na paras más. Estás siempre alerta. Es un aprendizaje, la lógica de los doctores, la clínica, las jerarquías, salir a putear a los pasillos cuando algo sale mal, ser cauto y cariñoso con la gente, es como llegar de diputado joven al Congreso, pisando huevos.
El libro
- ¿Cuándo surgió la idea de hacer un libro?
- Con el tiempo te empieza a albergar una sensación de soledad. Todo el mundo supone que uno debería andar por la vida saltando en una pata porque tu hijo sobrevivió. Y en algún lugar estás en esa, pero por otro lado te sientes muy solo. Viste algo que nadie más vio y esa soledad te empieza a horadar y aislar de tus amigos, familia, colegas. Además, se juntó con la pandemia. Con mi mujer estuvimos cuatro años encerrados, una locura. Empecé a vomitar en Facebook contando historias cortas y eso tuvo éxito y me contactó una editora y me dijo que lo que estaba haciendo tenía personajes, arco dramático y estaba mejor escrito de lo que hubiese pensado y me propusieron transformarlo en un libro, que es distinto a postear cosas.
-El libro es un relato testimonial muy brutal y se siente como un vómito.
-Eso fue. Un soliloquio lleno de chuchadas. Tenía muchos pensamientos irregulares más que ideas articuladas. Después con el tiempo y mi editora fui dándole respiro al texto. La escritura me tomó tres meses. Como nunca me he planteado como un escritor, me pasa que ahora lo veo como objeto y pienso que hay ene cosas que habría dicho de manera distinta, pero en ese minuto me parecía que eso era. Ése era el vómito, no me pidan más. Me interesaba que el relato se sintiera, porque si no se siente, era la queja de un cuico con un hijo enfermo. No quería quedarme en la queja, quería que se notara la angustia. Preferí que fuera más hardcore que llorón.
-Escribiste desde la rabia.
- Con bronca. Necesitaba sacarme esto de adentro. Empiezas a habitar un universo oncológico con doctores, familias, toda una red y te das cuenta que la historia está tan poco contada. En Chile hay 50 mil adultos al año con cáncer y solo 500 niños. Los niños no deberían tener cáncer. Eran muchas tensiones que me hacían estar enrabiado. Que mi hijo se haya enfermado y salvado eran posibilidades tan absurdamente poco probables que no sabes dónde pararte. Es difícil separar si lo que estás haciendo es por ti o por él. Es un camino lleno de preguntas morales que no son fáciles de responder.
-El proceso del cáncer infantil, contado por ti, es como subirse al tagadá manejado por el diablo…
- Jajajá. Una montaña rusa le dicen todos, me gusta la imagen del tagadá porque es puro tirón y eso sientes todo el día. De esa arenga tipo "vamos Chile" pasas a un zorral y todo eso dando vueltas, en territorio comanche, todo es guerra. Yo siempre he sido escéptico, pero te pones medio cabalístico también.
Control y compasión
-En el libro hablas de la sensación de no tener control. La ilusión del control la tienen millones de personas sin cuestionársela.
-Sí, es una mentira. Nunca tienes el control y cuando pasan estas cosas se vuelve evidente. Es una pregunta buena. No me la había hecho. Uno tiene la sensación en su vida doméstica que tienes cierto control causal de las situaciones y este tipo de cosas te hace sentir que no tienes el control de ninguna huevada y te revelas ante eso. Es demasiado abrumador. Me da la sensación que esa es la matriz por la cual la gente después mira al cielo y dice "¿Dónde está Dios? Me entrego a ti". Eso es atávico. Si Dios existe, para mí, es un sicópata. Y si no existe estoy yo, jurando que tengo algún control, parado arriba de una piedra alrededor del sol con un pendejo que tiene cáncer y se puede morir. Eso me tuvo mucho tiempo con una sensación de vacío y angustia existencial. Eso se instala. Pero si en tu vida cotidiana no tienes esa sensación de control y piensas que la muerte está siempre ahí, enloqueces. Finalmente, uno pasa por esta vida haciéndose el huevón para poder vivir.
- Tu relato es como el de un soldado que vuelve de una guerra.
-Todos los que vuelven de la guerra quedan piteados en algún lugar…
- ¿Y tú?
-Todavía no lo tengo resuelto y el libro forma parte de ese proceso de sanarme, de ver las heridas. Las metáforas bélicas son muy nocivas para los pacientes… Esto del "niño guerrero" está muy instalado. Susan Sontag habla de eso respecto a su propio cáncer. Acá no hay ninguna batalla. Se mutaron las células, no hay control, ¿entonces es culpa del niño? ¡Qué fuerte! ¡le ganó al cáncer! ¡No! ¡Se bancó la quimioterapia! No hay épica en el cáncer. No hay revelaciones al final. Es un mal viaje. Pero la metáfora de la guerra funciona muy bien para los otros sobrevivientes, no el que está en tratamiento. Eres un héroe, pero algo anda mal, estás en la calle, pero todo es distinto. Estás agradecido de no haber muerto, pero no puedes olvidar a la gente que viste morir.
-Tu libro habla indirectamente sobre la compasión.
-Tengo la impresión que me tomé la enfermedad de mi hijo como una derrota en algún lugar. A mí me ha salido bien todo en la vida. Soy ingeniero civil pero nunca me puse una corbata. Cuando se enfermó mi hijo sentí que se me acabaron los años de winner, que ahora iba a ser huevón que tiene un hijo con cáncer, por la vida pateando la perra. Pero escuchar a los otros se transformó en un ejercicio de observación que no podía evadir. Lo que mejor resistí fue el silencio.
-Compasión significa "sentimiento de tristeza al ver padecer a alguien y que impulsa a aliviar su dolor o sufrimiento, a remediarlo o evitarlo".
- Me pasa que esto de observar al principio da mucha bronca, pero al rato piensas que esto es demasiado grande y provoca sensaciones en la gente que no se pueden manejar. No puedo acusar a nadie. A mi mujer y a mí se nos instaló una cierta compasión por lo que les estaba pasando a los que nos rodeaban y te das cuenta lo que esto hace sufrir a los otros. Es tan absurdo pensar que un niño se pueda morir, que eso genera pavor, un sudor frío. Pero no me sentí una persona compasiva. Buscaba aliviarme y sentía tristeza por lo que estaba pasando, ciento por ciento.
-El libro fue un proceso de sentir compasión por tu propio dolor.
-Es un buen punto. Cuando uno dice auto compadecerse lo asocia a ser auto indulgente y en realidad tiene que ver con cómo me sano, cómo me cuido. Esta cosa de personalidad auto flagelante que tengo, de trolearme a mí mismo, era la forma de tomar distancia y curarme. Ahí probablemente está la pulsión para haber escrito el libro. ¿Por qué quiero que la gente se entere de lo mal que lo pasé? ¡Porque quiero sanarme! ¡Esta es mi película! ¡Esta es mi historia, no la de mi hijo! -