Hurgando en los cuadernos del poeta que ve televisión
"Miércale" (Overol) es el nuevo libro de Claudio Bertoni hecho con los apuntes que toma cuando va por la calle, lee o intenta sobrevivir al brillo de una pantalla. Desde Concón habla de su letra, del miedo a la muerte, de los libros que están en su velador y de la mascarilla que no se saca jamás.
Por Cristóbal Gaete
¿Qué contienen los cuadernos que lleva para todos lados uno de los poetas más populares de Chile? Todo. Es el acceso al universo mental de Claudio Bertoni (1946), autor de más de veinte libros de poesía iniciados con "El cansador intrabajable" (1973) y que desde la segunda mitad de los ochenta ha venido entregando regularmente páginas notables desde Concón, como las de "Ni yo" (1996) o "Harakiri" (2004), ambas reconocidas como los mejores libros del año en su momento.
"Miércale" (Overol) es una selección de los cuadernos escritos por Bertoni entre 2020 y 2021. El mismo poeta nos explica sus características en una llamada telefónica que atiende desde su casa, en Concón: "Toda mi obra es un Work in progress, voy anotando todo lo que quiero. Para mí la literatura es desde un boleto de micro hasta la Comedia de Dante. Por eso está mezclado, hay poemas, hay aforismos, etcétera".
Los cuadernos lo han acompañado toda su vida. "El primer cuaderno que tuve fue el año 1963, yo hice lo que era el sexto año de humanidades en Estados Unidos. Cáchate, yo tenía 17 años, ahora tengo 76".
Respecto a la hora o rutina en que el poeta escribe sus cuadernos, no hay una específica. "Con la huevá del COVID yo no veo prácticamente a nadie, pero salgo todos los días a caminar una hora con mascarilla y ando con el cuaderno y escribo a la hora que me pille la idea de que tengo que escribir. Siempre tengo que tener ganas y tiene que suceder algo que yo quiera contar".
"Y eso puede suceder en cualquier minuto del día, desde el amanecer hasta la última hora de la noche. Yo tengo una relación de necesidad con mi escritura. Por eso nunca he tenido el drama de la página en blanco. Es como tener sed, cuando tengo sed tomo agua, cuando no tengo sed, no tomo agua", reflexiona.
Se percibe el efecto de la pandemia en "Miércale". "Con el Covid no entro a nada que tenga techo", detalla. No ha habido cambios en su rutina: "Yo soy un hipocondríaco y estoy viviendo la pandemia como si hubiera empezado ayer. Hay un puro lugar donde voy, que es una terraza donde hay mucho viento, y voy con mi mascarilla, y eso es hace poco. Hace dos años y medio que no me subo a una micro, no entro a un supermercado, no entro a un banco", confiesa.
-En su libro escribe "Viña/ del Mar/ es un asilo/ de ancianos". ¿Cómo llega a esas conclusiones?
-Es un libro de poesía, no de sociología. Es simple, me doy cuenta de algo, lo pienso y lo escribo. Con mi ex compañera yo iba a un café en un barrio de clase media alta. De la mesa escucho a todas estas señoras y señores, probablemente jubilados, hablar pormenorizadamente de sus innumerables cuitas y enfermedades. Es tragicómicamente para la risa y se podría escribir una terrorífica hilarante historia. Uno tiene un riñón poco más encima de la mesa, otra tiene una hija con SIDA en Estados Unidos y si fulanita no vino es que le dio un soponcio que se cayó y se murió. Lo esencial es que quede bien escrito, porque en poesía la prueba de la blancura es el texto. Incluso se pueden separar las nubes y dios susurrarte el secreto del universo y puede ser un mal poema.
-¿Cómo son sus cuadernos?
-Tengo ahora unos preciosos que me regaló mi ex compañera, con la que todavía nos hablamos absolutamente todos los días. Me regalaba cuadernos de todos los tamaños. El penúltimo, el más chiquitito, mide como 6 centímetros por 4 que es una libretica, hasta a veces cuadernos grandes. Cuando yo comparaba cuadernos eran de 40, 60 y 100 hojas de Torre, que valían 100 pesos creo, esos eran los que usaba yo antes del COVID. El ideal es el que tengo ahora, de 20 centímetros por 10, que quepa en el bolsillo de una chaqueta.
-¿Le da acceso a sus editores a sus cuadernos?
-No, ellos no ven jamás mis cuadernos. Simplemente saco todo lo que quiero y le mando el libro al editor por un mail. Lo que es maravilloso, porque antes yo escribía a máquina con teclas. Hubo un tiempo que tenía una columna en The Clinic y mandaba fax, corregía con liquid paper, a veces le llevaba personalmente el papel a la secretaria. Entonces, con internet y con el mail yo tengo el texto así como quiero y lo mando completito.
-¿Cómo es su letra?
-Mi letra es un jeroglífico. Realmente ese es un problema, si yo desapareciera del mapa ahora o mañana es muy difícil de leer. Me da no sé qué, pero trato de practicar un desapego de filosofía oriental y no solamente oriental; me importa una raja todo lo que he escrito. Tengo como 700 cuadernos de los que no he sacado una palabra y también tengo 800 cassetes, porque yo escribo mucho como hablo. Y la lengua agarra mucho más rápido mi pensamiento que la mano. Tengo todo ese material acumulado, simplemente.
-En este libro -como en toda su obra- usted desarrolla una erótica del sonido. Desde audios que le envían hasta muchas canciones. ¿Qué fue lo último que escuchó que lo conmovió?
-Tengo una televisión que me regaló una amiga, porque yo tenía una tele chica de 20 por20. Ella parece que iba a botar la de su hijo y me la trajo. La tele tiene radios, una se llama Puro Jazz, que es lo que yo más escucho. Hay una canción de la Donna Summer que toca con un grupo que se llama "Art of noise", y se llama "State of
"La prueba de la blancura es el texto. Incluso se pueden separar las nubes y Dios susurrarte el secreto del universo y puede ser un mal poema".