Desde marzo de 2020 nos enfrentamos a un invitado llamado covid-19. Este invitado fantasma, que sigue presente en estos días, nos mostró claramente las falencias que tienen nuestras viviendas sociales para hacer frente a una emergencia como la que este virus representa. Lo importante es poder evaluar qué aprendimos, qué estamos necesitando mejorar en nuestros diseños para enfrentar nuevos escenarios de aislamiento y, principalmente, cómo ofrecer viviendas mejores que otorguen calidad de vida.
En el año 2006, junto al profesor de ingeniería de la Universidad de Concepción Adelqui Fissore trabajamos en una propuesta de reparación y ampliación para una tipología de vivienda social existente a lo largo de todo Chile. Construida en madera, el proyecto mejoró su diseño y bajó el consumo de energía eléctrica.
En el contexto del coronavirus, la idea central planteada fue mejorar la relación patio con la vivienda existente y, en un futuro, buscar que la distribución de una vivienda nueva se proponga con este planteamiento.
Reflexionemos en los datos de la Encuesta Nacional de Salud (ENS), donde una de cada cinco personas ha tenido una enfermedad mental durante el último año. Chile es el segundo país con más años perdidos por discapacidad (36%) y el tercero por discapacidad y muerte prematura (21%).
Y la reflexión es muy simple, entregamos viviendas pequeñas, con una superficie de patio que podemos integrar con calidad funcional a diferentes piezas. Por ejemplo, terrazas, parrones, pérgolas que permitan tener opciones de habitabilidad diferentes para cada habitante de la casa, con lo cual estaremos otorgando espacios que mejoran la convivencia entre sus moradores, entre vecinos y barrios.
En el trabajo, que sirve de inspiración para este artículo, demostramos que con los recursos que actualmente dispone el Estado para reparar viviendas desde el aspecto energético, podemos también incidir en la calidad de su distribución e integración al patio adelante, al costado y, principalmente, atrás.
Llevar acabo esta idea no implica más recursos económicos, pero sí creatividad y decisión política para implementar variaciones a nuestra política de vivienda, con el desafío de construir una estrategia país que posibilite enfrentar, por ejemplo, el deterioro de la salud mental.