Por Cristobal Gaete
Horacio Piña, el protagonista de la novela de Gonzalo Maier, es un artista de esta época. Sus obras están hechas con un teléfono celular: pequeños videos y dictados a la voz de inteligencia artificial, Siri. Piña vive entre Chile y Europa y allí expone su trabajo. Esta vida ideal se interrumpe por el fantasma de una crítica de arte, su acérrima detractora: Ingrid Mora.
Gonzalo Maier es también un escritor de esta época. El año 2000, con 19 años, publicó su primer libro. Dejó pasar 11 años antes de comenzar a publicar de forma asidua entre Chile (antes en Lom, ahora en Random House) y España (en Minúscula). Sus últimos libros han sido "Hay un mundo en otra parte" (2018), "Otra novelita rusa" (2019) y "Leer y dormir" (2021).
Gonzalo Maier continúa en "Piña" su crítica al sistema laboral free lance, presente en otro libro publicado mientras vivía en Europa, "Material rodante" (Minúscula, 2015). Para Maier, "la pandemia dejó claro el borramiento de lo público y lo privado. Hay que estar vendiéndote constantemente, ofreciendo artículos, columnas, ideas. Es súper cansador después de un tiempo", alega.
-¿Qué es lo mejor y lo peor de ser free lance?
-Creo que hay muchas trampas en la pregunta, me cuesta ser tan maniqueo. Depende de cuánta plata ganes siendo free lance. Hay cosas buenas como poder disponer de cierto tiempo, cierto simulacro de libertad, todas estas cosas pueden ser malas. Es una vida libre, pero también muy precaria. Sacrificar derechos laborales por esta libertad post adolescente. Sí me parece que el trabajo flexible entró en un proceso de cuestionamiento desde el lado previsional, desde las condiciones del trabajo.
-¿Te inspiraste en alguien para construir a Horacio Piña?
-A mí no me interesan tanto los personajes como los temas. Esta es una novela de tesis. Tiendo a ver a Piña mucho más como una idea. Este cabro medio cuico, que nace en este contexto valórico súper neoliberalizado y quiere salir al extranjero y ser exitoso, cumplir con todas estas exigencias de los 90 y comienzos de los 2000: hablar idiomas, estar en todas partes al mismo tiempo y mostrarlo en Instagram. Más que sumar personajes, apuntaba a esa condición del que se sobre explota feliz, el que trabaja más de la cuenta y que llega un momento en que revienta y después de eso viene el quiebre con la realidad.
-Y que, además, es perseguido por un fantasma.
-Está toda la neurosis por cómo me está viendo el otro. Los ojos de Ingrid Mora, en este sentido, son los ojos del "Gran Hermano" que ya no controla los derechos civiles. Es el Pepe Grillo laboral que ha sido transformado en un monstruo.
-¿Por qué creamos críticos únicos como Mora?
-Pasa en el arte contemporáneo, pasa en literatura un poco. Imagino que si hay poca crítica no es tan raro que ciertos críticos terminen ocupando una posición medio hegemónica, medio totémica. Es difícil acceder a la crítica. Ahora también uno se pregunta cuán masiva es una crítica. En algún momento sí, pero ahora es una cosa medio arqueológica. Tampoco me parece raro que exista fascinación con estas figuras de autoridad. Especialmente en los artistas que están comenzando y no saben muy bien qué están haciendo. Allí hay ciertas etapas en que es mucho más importante lo que opine el otro. La figura del crítico queda media "offside". El curador o el antologador o el editor incluso, empieza a suplir el papel de agente cultural que dice: "esto sí y esto no".
-¿Y a ti qué te pasa con la crítica?
-Tengo la sensación que con el paso de los años va importando menos. Es una tesis que tengo, voy probando a medida que me hago viejo. Voy a esperar a hacerme más viejo a ver si la pruebo.
-¿Qué le ha hecho el teléfono celular al arte?
-Dejó de ser teléfono. De hecho, casi no lo uso como teléfono. Imagino que van a salir cosas o han salido cosas. No sé qué le hecho el celular al arte, pero seguro le hará algo. Al final, es un soporte más. La literatura misma comienza en las paredes, en los papiros, en las imprentas, luego en las imprentas masivas. No soy fatalista ni romántico, creo. No tengo rollos con eso. No soy de los que escriben a mano. Creo que hasta la lista del supermercado la escribo en el teléfono, y todo lo que tengo que hacer.
-¿Cuál es tu opinión sobre el arte contemporáneo?
-A mí me gusta, lo paso bien, me lo tomo con humor. Me gusta sobre todo cuando es chistoso, cuando se juega con la ironía me parece muy entretenido. Me gusta ir a galerías, o al Museo del Arte Contemporáneo, me gusta el acto de observar, romper la rutina de la ciudad o del paseo cotidiano y entrar en estos espacios donde se trabaja en otro lenguaje. Trato de ser un espectador, un lector también. Suelo entregarme, no me molesta en absoluto no entender, nunca he entendido esa fascinación o esa necesidad constante de entenderlo todo: ¿Qué dice este cuadro?, ¿qué dice esta instalación? ¿Qué quisiste decir tú en Piña? No sé, está ahí no más. Me gusta el arte contemporáneo, me gusta con su absurdo, con esta cosa media pornográfica, de estos artistas famosos que literalmente se pueden tirar un peo y es una cosa millonaria. O que dejan la cama deshecha y causan conmoción. Tengo cierta predilección por las vanguardias, por el procedimiento, cuando es repetitivo me gusta más todavía. Tengo una relación de interés. Espero no transformarme en un señor que le cargue el arte contemporáneo. Esa gratuidad de invitarte a comer un día y hacer de esa comida una obra de arte solo porque tú lo estás diciendo, me gusta mucho. Me encanta.
-¿Cuáles fueron tus últimas búsquedas en el teléfono?
-Me pasa ahora que estoy adicto al YouTube, busco absolutamente todo, recetas, canciones y discos. Mi última búsqueda fue "cómo sacar las manchas del Hipoglós". Estoy todo el día buscando cosas y googleo de inmediato. O cómo se escribe algo que no estoy seguro cómo se escribe. Google es como un cerebro trasero, un respaldo. No me puedo imaginar escribiendo libros sin Google.
-Has contado que te tomas tu tiempo en las novelas. ¿Cómo lo haces para resolver tus columnas en Las Últimas Noticias?
-Las columnas fueron una rehabilitación del ego. Uno aprende a soltar, a dejar ir. Si una sale mal, filo, la otra va a salir mejor. Antes tendía a ser mucho más coqueto.