La Convención y su mesa
Convencional constituyente distrito 20, Andrés Cruz Carrasco,
No sin dificultades, hemos procedido a la elección de la presidencia y vicepresidencia de la Convención Constitucional. Hay quienes vieron en el proceso vivido una verdadera panacea democrática que habría sustituido una denominada forma "tradicional" de hacer política.
Pero lo que se veían eran diversas tribus excluyentes, completamente fragmentadas entre ellas, que pretendieron (de allí las sucesivas repeticiones de las elecciones) en posicionar a uno u otro candidato que representara sus identidades especiales, en desmedro de otros, quienes eran una y otra vez cancelados, por lo que se creía o se decía que habían hecho o dejado de hacer en el pasado o hacían en el presente según la no corroborada información que emanaba de las redes sociales, siendo otros juzgados por su origen o por sus apellidos, por puro prejuicio o de acuerdo a estereotipos inventados y que constituyeron un lamentable reflejo del resentimiento, la odiosidad y la intolerancia.
Otros sencillamente fueron perdiendo apoyo por recibir la adhesión de quienes se supone parte de la elite, cuya extensión y contenido va variando según los intereses particulares de quien se dice un impoluto moral, representante de alguno de "los pueblos", palabra usada una y otra vez sin ser explicada y que parece contener sólo a algunos seres humanos, y que al declamarlo en largas diatribas, más que justicia parece invocar a la rabiosa venganza. No fueron tampoco los independientes los grandes triunfadores, como pretende instalarse.
Esto es sólo una quimera retórica simplista. Dentro de los grandes ganadores y articuladores de este resultado estuvo el Partido Comunista, uno de los más tradicionales de Chile, que logró imponerse en su pequeña disputa con el Frente Amplio. También hubo varios movimientos que tienen coordinaciones y principios, presentan proyectos en común, poseyendo sus propias banderas y consignas.
Es decir, actúan como partidos políticos, pero sin someterse a su regulación. Hubo muchos convencionales que en una mano tenían el lápiz para estampar su preferencia y en la otra su teléfono móvil para constatar la furiosa reacción de twitter ante uno u otro nombre. Puro reality y nada de deliberación democrática.
De nada sirvieron las alarmas de la primera vuelta electoral. La grandilocuencia y los mesianismos radicalizados siguen presentes, con sus eslóganes superficiales y su culto iconoclasta. La misma vanidad y el mismo afán de poder. La misma ingenuidad, el mismo infantilismo y la misma arrogancia, pero con otros protagonistas. Todo muy humano y tradicional. Una derecha pulverizada por sus disputas internas, un colectivo socialista perplejo, un centro político inexistente. Pero todavía queda la esperanza de seguir adelante, por la República y por el sentido común.