Los brujos chilotes llegan a la novela negra
"La Hermandad de la Casa Grande" (La Pollera), de Eduardo Pérez Arroyo, recrea en clave de ficción la historia de los brujos que fueron juzgados en la Isla Grande y se centra en un hombre que no podía decir la verdad.
Por Cristóbal Gaete
Muchos libros se han escrito y se escribirán de Chiloé, la llamada "Recta Provincia", aquel territorio que rompe la continentalidad de Chile y que es aún una zona de misterios en tanto sus mitos siguen allí, en nuestro inconsciente colectivo.
Hace ocho años, Eduardo Pérez Arroyo, escritor chileno que vive en México desde el 2008 y que desde ese país colabora en medios chilenos, mexicanos y españoles, se interesó por la historia de los brujos chilotes y comenzó a redactar las cientos de páginas que componen "La Hermandad de la Casa Grande" (La Pollera).
Las primeras páginas muestran al personaje "El Mayor Mentiroso del Mundo" contando lo visto en el sur: cavernas que se abren, mujeres que se convierten en perro, pájaro o pez, brujos con abrigos de piel humana. El protagonista afirma haber comido carne de los muertos y exhumado a bebés fallecidos para sobrevivir. Al frente, un público que se debate por creer o no creer lo oído. En las páginas siguientes, se desenvuelve largamente su aventura sureña al conocer los brujos de Chiloé.
Pérez Arroyo estudió algunos años Historia. De ahí le quedó, nos cuenta desde Morelia, "fijarme en hechos notables que -a mi juicio- constituyen una novela. La historia es lo suficientemente entretenida para que valga la pena".
Para escribir "La Hermandad de la Casa Grande", Pérez Arroyo obtuvo el 2017 la beca de creación literaria del MINCAP. El 2018 envío el manuscrito al Concurso de Novela de Crímenes "Medellín Negro", en Colombia, donde fue la primera finalista. El mito chilote de la existencia de brujos puede ser universal.
Así va rebasando fronteras. Pasa de la realidad a la ficción con naturalidad y escrita con un pulso cinematográfico y licencias históricas como la presencia de chinos en Chiloé.
Para el escritor, su novela enfrenta el conflicto mental del siglo XIX: "En la época de la ilustración siempre había personajes racionalistas que parecían bichos raros en Latinoamérica, que no era, y creo que todavía no es, un continente particularmente dado al racionalismo científico. Busqué ese contraste", cuenta el autor.
- ¿Por qué elegiste cruzar la novela negra con la novela histórica?
- Dada la naturaleza del tema, era imposible no escribir algo que tuviera relación con la novela histórica. Cuenta un episodio de la historia de Chile en ficción. Exigió mucha investigación. De hecho, al final del libro viene una lista más o menos larga de textos académicos que leí. La novela histórica por lo general es larga, porque requiere situar a los lectores en ciertos contextos, de una forma que tienes que mostrar, no solo contar. Me fijé en algunos códigos y herramientas que tiene la novela negra, especialmente en la construcción de escenas y personajes. Es mucho más ágil.
- En el primer capítulo se cuenta cómo se difundían las historias de estos brujos. ¿Eso era así o lo ficcionaste?
- El Mayor Mentiroso del Mundo existió. Tenía otro nombre que el que puse en la novela, era francés o inglés, no recuerdo, nunca estuvo en Chile. No tengo conocimiento de que haya alguien contando esas historias. El juicio real a los brujos en aquel tiempo tampoco estaba tan masificado, había solo un par de documentos.
- ¿Imaginas una película o serie basada en tu libro?
- Sí, de hecho, la novela negra tiene imágenes muy cinematográficas. Para escribir algunas escenas me imaginé que veía una película que a mí me gustaría ver.
- Si pudieras elegir quién la dirigiera, ¿a quién elegirías?
- Me gustan mucho la estética de los spaghetti western de Sergio Leone, como "El bueno, el malo y el feo". Me imagino una cuestión así, sucia, extensa como esas películas, larga como es el libro, y más bien turbia. No con actores de moda, me imagino algo más bien con colores antiguos, clásica.
- Recuperas la estructura del diario de viaje en uno de los capítulos. ¿Por qué?
- Por dos razones. Una para respetar el aura y el espíritu de este personaje que era bien racionalista, como Europa entre el siglo XVII y XIX. Por esos años estuvo muy de moda hacer esta etnografía bien antigua respecto de otros países. Los europeos salieron a recorrer África y Latinoamérica y armaban textos de este tipo, seudo antropológicos porque no existía la antropología como ciencia. Había muchos diarios de viaje, incluso hay uno de Darwin que recorrió Chiloé. Lo hacían para sobrevivir, para venderlos a revistas europeas. Esta antropología es muy ingenua, me da ternura. Y cambia el "mood" del libro, quise jugar con los formatos para sorprender al lector.
- Para escribir esto no le debes tener nada de miedo a los brujos de Chiloé.
- La verdad que no, tengo una visión racionalista del mundo, sin negar que hay creencias, cuestiones imaginativas que hay que respetar, pueblos que viven bajo esa lógica. Ahora, fuera de ese respeto antropológico, le tengo más miedo a las cosas de este mundo que al otro.
- Entonces no viste nada fantástico mientras escribías.
- Vivo en México, que es el país del realismo mágico por excelencia. Aquí abres la puerta de la casa y te encuentras cuestiones raras. Consciente e inconscientemente, eso se refleja en la novela. México es el país que los surrealistas consideran más surrealista que sus propias creaciones. "No quiero vivir en un país más surrealista que mis libros", dijo André Breton, el fundador del movimiento. Ese contexto surrealista me ayudó.