"Un gobierno talibán no dejará a nadie indiferente en el vecindario regional y global"
El excanciller califica el retiro de tropas desde Afganistán de una "incompetencia sorprendente", recuerda la insólita petición que le hizo el depuesto presidente Ghani cuando se reunió con él tras el primer Talibán afgano, y ahonda en el movimiento extremo que hace una semana volvió a tomarse el poder: "No creo que exista un talibanismo benigno".
Por Patricio Tapia
Después de que Estados Unidos comenzó su retirada de Afganistán tras dos décadas de invasión y que las fuerzas insurgentes talibanes tomaran el domingo pasado el control de la capital del país, Kabul, la sensación de inseguridad o miedo se ha vuelto concreta en imágenes como la de miles de civiles sobrepasando la seguridad y cientos intentando colgarse de aviones en movimiento. Las mujeres que vivían en la ciudad, en muchos sentidos occidentalizada y moderna, podían hacerlo hasta entonces a rostro descubierto, pero ahora se han refugiado en sus casas o se han tapado con el velo tradicional.
El miedo es alimentado por hechos como la ejecución de prisioneros en las ciudades conquistadas por los talibanes; o que el presidente en ejercicio, Ashraf Ghani, abandonara el país; lo mismo que por el cierre del aeropuerto y la existencia de enfrentamientos armados, entre otros. Pero el miedo es alimentado, sobre todo, por el recuerdo del régimen talibán que gobernó el país entre 1996 y 2001. En octubre de ese año fue derrocado por la invasión estadounidense que intervino en su arremetida contra el grupo terrorista Al Qaeda, el cual se había asentado en Afganistán. Al Qaeda, muy poco antes, el 11 de septiembre, había planeado y ejecutado los atentados en Nueva York y Washington.
Los cinco años del régimen religioso extremo de los talibanes dejaron la memoria de su durísima ortodoxia, cuya implantación significó la aplicación de leyes que consideraban ejecuciones públicas, lapidaciones, latigazos, control informal de bandas de justicieros, todo lo cual era especialmente estricto con las mujeres, que sólo podían salir de sus casas con permiso escrito de los hombres y siempre cubiertas. Además de la represión de la mujer y la violencia contra las niñas, campeaba la intolerancia frente a la política y otras creencias religiosas. El recelo ante el pasado preislámico por parte de los talibanes, así como el rechazo a las representaciones de personas y animales, llevaron a la destrucción de parte del legado cultural y arquitectónico, especialmente rico, de Afganistán: así, destrozaron los famosos budas de Bamiyán junto con otros objetos y estatuas del Museo de Kabul.
Alguien que sigue todo esto muy detenidamente en Chile es Heraldo Muñoz, no sólo como experto y analista de relaciones internacionales, además de excanciller chileno en el gobierno de Michelle Bachelet. Él tiene una experiencia más cercana de la situación, porque como embajador chileno en Naciones Unidas en el gobierno de Ricardo Lagos, a Chile le correspondió los años 2003 y 2004 formar parte del Consejo de Seguridad de esa organización y a él le correspondió presidir el comité de sanciones contra Al Qaeda y los talibanes de dicho Consejo. En esa calidad Heraldo Muñoz visitó Kabul el año 2003 y pudo observar directamente los efectos del régimen talibán y también conocer a personeros de los gobiernos siguientes al mismo.
-¿Era esperable que las tropas talibanes tomaran Kabul tan rápido después que Estados Unidos se retirase?
-No. No era esperable. La inteligencia norteamericana había estimado que a los talibanes les tomaría tres meses entrar a Kabul y, al final, fueron horas. Mas allá del fracaso de la inteligencia, lo que está claro es que las tropas afganas no lucharon y se rindieron por varias razones. Si Estados Unidos había negociado públicamente con los talibanes el retiro de tropas, los afganos deben haber pensado: "Entonces, ¿por qué luchar? Mejor negociar". Además, en Afganistán pesan mucho las diferencias étnicas, una corrupción extendida y los "señores de la guerra" que tienen sus propias milicias, todo lo cual sin duda erosionó a las fuerzas armadas nacionales. Los talibanes en 1996 surgieron para poner orden en un escenario caótico de guerra interna y corrupción, y ahora triunfaron en un escenario de agotamiento de la presencia militar de Estados Unidos y de un gobierno débil en Kabul.
-¿Cuán poderosos son los talibanes en Afganistán?, ¿no se debilitaron desde que fueron derrocados?
-En un país tan dividido por factores étnicos, regionales, por individuos que comandan milicias en diversas zonas del país, los talibanes tienen el poder de la unidad religiosa basada en una interpretación extrema del Islam, y el de la influencia sobre una sociedad tribal, especialmente en las áreas rurales. Además, cuentan con el fuerte apoyo de la policía secreta de Pakistán que los ha respaldado y amparado desde hace años.
-El retiro estadounidense, ¿fue una mala decisión de Biden?, ¿tenía algún otro curso de acción posible considerando los acuerdos que dejó Trump?
-La decisión del retiro de las tropas norteamericanas se venía discutiendo desde hace varios años y, de hecho, fue Donald Trump quien concretó un acuerdo con los talibanes en Doha para retirar las tropas antes del 1 de mayo, a cambio de una promesa de que Afganistán no sería nuevamente un santuario para Al Qaeda y el Estado Islámico. Biden no tenía otra opción que honrar ese acuerdo y retirar las tropas. Pero la ejecución del retiro ha sido de una incompetencia sorprendente y sin la debida coordinación con los aliados de la Organización del Tratado del Atlántico Norte, OTAN, que también tenían contingentes en terreno.
-Usted estuvo en Afganistán en 2003, muy poco después de que se acabara el régimen talibán. ¿Qué impresión le dejó el país?, ¿qué resabios del régimen se podían percibir?
-Estuve en Afganistán como presidente del Comité de Sanciones contra Al Qaeda y los talibanes del Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas, ONU. Viajé con un fuerte contingente armado de la policía de Naciones Unidas y en un avión de la ONU, pues no se me permitió ir en un vuelo comercial por razones de seguridad. En esa época los talibanes se estaban reagrupando y atacaban regularmente a las tropas de Estados Unidos y de la OTAN, así como al gobierno que presidía Hamid Karzai, con quien me reuní. Me expresó que ya se sentía decepcionado del gobierno estadounidense, pues la administración Bush estaba más interesada en la ocupación de Irak, en capturar combatientes árabes de Al Qaeda, y no en los talibanes. Afganistán ya empezaba a cambiar, Recuerdo que pedí me llevaran al estadio de Kabul, pues recordaba las imágenes de los asesinatos de mujeres a manos de los talibanes que obligaban a la gente a presenciarlos, y me encontré con la grata sorpresa de que había niños jugando fútbol. Por esas memorias del anterior régimen talibán es que hay tanto temor ahora, especialmente entre las mujeres que han ganado grados de autonomía en la educación, las profesiones, la vida política, el deporte, etc. Todo eso está en el aire ahora.
-Entiendo que entonces conoció al recién depuesto presidente Ghani, quien entonces era ministro. ¿Cómo debe interpretarse su huida y por qué fracasó en su intento de lograr la paz con los talibanes?
-Efectivamente, en esa visita me reuní con el hoy expresidente Ashraf Ghani, quien era ministro de Finanzas, y me pidió algo que me sorprendió: que le consiguiese un par de economistas chilenos para que los asesorasen durante unos dos o tres meses. Transmití esa petición a nuestra Cancillería, pero nunca pasó nada. La impresión que tuve de Ghani fue que él era eminentemente un tecnócrata, formado en Occidente, y no un político fogueado o un luchador en la resistencia armada. No me sorprendió su huida, en el cuadro de desmoronamiento de la resistencia del ejercito a los talibanes.
-¿Por qué razones existen tantas tensiones en el Estado afgano entonces y ahora?
-Es la combinación del tribalismo premoderno con el siglo XXI, las diferencias étnicas entre la mayoría pastún y las demás etnias, los focos de poder de los señores de la guerra y del narcotráfico, y la influencia de países vecinos y del entorno regional. Recordemos que Afganistán fue invadido por la entonces Unión Soviética y la lucha de los muyahidines -los predecesores de los talibanes-, con el apoyo de los Estados Unidos, obligó a Moscú a emprender su propia retirada.
-¿Qué rol juega Pakistán en la situación actual?
-Pakistán es el vecino más influyente en Afganistán. La policía secreta de ese país, la ISI, ayudó a establecer, financió, apoyó, e incluso peleó junto a los talibanes cuando se produjo la invasión de la OTAN, con posterioridad al 11 de septiembre de 2001. Después del derrocamiento del régimen talibán en 2001, sus principales comandantes se refugiaron en Pakistán y funcionaban a vista y paciencia de todo el mundo. Hay una anécdota interesante: cuando los talibanes estaban a punto de tomarse el poder a mediados de los años 90, a un joven Karzai, quien había apoyado su ofensiva, le ofrecieron ser embajador en la ONU. Le dijeron que sus instrucciones las recibiría nada menos que de la Cancillería pakistaní. Declinó el ofrecimiento.
"Si Estados Unidos había negociado públicamente con los talibanes el retiro de tropas, los afganos deben haber pensado: 'Entonces, ¿por qué luchar? Mejor negociar'. Además, en Afganistán pesan mucho las diferencias étnicas, una corrupción extendida y los 'señores de la guerra' que tienen sus propias milicias".