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afectos: esas "especies compañeras" de las que habla Donna Haraway. Esos imperativos, así como los de la maternidad, son manifestaciones de poder. Por eso me interesa la familia como micro-espacio: por su carácter político. Hay que hacer de la intimidad un arma.
-Cuando te iniciaste, ¿pensabas que el cuento estaría en un lugar tan importante de tu trayectoria?
-Creo que no lo pensaba mucho. Porque no veía mis cuentos tan separados de las novelas. Había un mundo en vínculo permanente ahí. Mi primera publicación fue una novela ("En voz baja", 1996), que después reelaboré como cuento largo ("Había una vez un pájaro", 2013). Y mi novela más reciente ("El sistema del tacto") tiene como embrión un cuento ("Are you ready?", incluido en esta antología). Entonces los veía y los veo bastante avenidos. Son parte de una misma familia, ya que hablábamos de familias atípicas.
-Hay algunos cuentos breves. ¿En cuánto tiempo los haces? ¿Son un fogonazo o hay harto trabajo?
-Parten de un fogonazo, pero luego viene el trabajo de artesanía con las palabras. Cortar un párrafo, irse por las ramas, ampliar el material, rumiarlo, cambiar el tiempo, alterar el énfasis, silenciar, volver de las ramas, leer en voz alta, irse por las ramas otra vez, poner ojo a los residuos, reacomodar el material, sacudir, reescribir, estrujar, pulir, pulir, pulir.
-¿Cuál es tu cuento chileno favorito? ¿Por qué?
-No sé si "el" favorito, pero uno de los que más admiro es "Soledad de la sangre", de Marta Brunet. Porque, ya en esos tempranos años 40, Brunet sacudía las cosas desde el ángulo en que solían ser vistas. La protagonista comete un acto violento que desacata el "deber ser" asignado por la sociedad a las mujeres. Hay un territorio doméstico desbordado y un desacato producido por el ultraje a lo único que representa un ámbito propio, un lugar de identidad para la protagonista: el fonógrafo. Y eso desencadena su ira. El cuento pasa de una melodía armoniosa al "hardcore"; del cuadro realista al devaneo alucinado. Lo más interesante es que Brunet está consciente todo el tiempo del peso del lenguaje. Ella sabe que el discurso transgresor no sólo pasa por las tramas, sino también por la gramática, por los códigos lingüísticos, por el singular uso de la lengua. Y ahí juega todas sus fichas.
-En el último cuento de tu libro un hombre encuentra el amor en la boletería del cine. ¿En qué lugares has encontrado tú el amor?
-La última vez lo encontré en un discurso de Elisa Loncon, cuando habló del "poyewn" en la Convención Constitucional. Esa palabra en mapudungún que usó para pensar el entendimiento en la diferencia. No se me va esa escena de la cabeza: "Mientras nosotros hemos sido agredidos, siempre me dijeron 'el poyewn, hija, el poyewn'". Le veo ahí, en esa forma del amor que es también resistencia.