Tras un año, Wuhan intenta olvidar las heridas que dejó el inicio de la pandemia
La ciudad china en la que comenzó la emergencia sanitaria mundial busca recuperarse de los horrores vividos desde enero de 2020.
cronica@diarioelsur.cl
Wuhan, la gran urbe china que de la noche a la mañana se vio por sorpresa aislada y confinada, tras ser la primera en sufrir el covid-19 que aún se cierne sobre el mundo, trata todavía de recuperar su vida habitual con mucha precaución, entre heridas que tardarán tiempo en superarse.
A las diez de la mañana del 23 de enero de 2020, esta ciudad de 11 millones de habitantes despertó totalmente clausurada, con sus accesos cerrados, las calles desiertas y la gente metida en sus casas, en medio del pavor por una enfermedad de la que se sabía muy poco.
Llegaron los días más terribles: los enfermos se multiplicaban y los hospitales, sin medios ni personal suficiente para luchar contra un virus casi desconocido entonces, no daban abasto para atender a todos los ciudadanos que mostraban síntomas.
Muchos eran devueltos a casa sin un diagnóstico claro y algunos murieron allí sin saber siquiera de qué, o sufrieron solos y en silencio la enfermedad, sin apenas información sobre su alcance o sus eventuales secuelas.
Las cifras hoy muestran que en el año que pasó desde el inicio de la pandemia, en esa ciudad murieron 3.869 personas y 50.340 se han contagiado.
PÁNICO Y HAMBRE
El miedo a lo desconocido y la falta de comida fueron la mayor preocupación de los wuhaneses esas primeras semanas, según los testimonios de habitantes de la ciudad.
En los primeros compases, con las tiendas de alimentación cerradas y todo el mundo confinado, las autoridades todavía no habían podido organizar la enorme operación logística de repartir alimentos en cada domicilio de la ciudad por lo que mucha gente recuerda el hambre.
"La gente no tenía información, no sabía qué era exactamente el virus ni cómo se podía contraer y eso generó mucha ansiedad", explica la psicóloga Li Geng, que trabajó sin descanso voluntariamente durante el confinamiento con los wuhaneses.
"Era como enfrentarse a algo invisible e impredecible. No sabíamos si de repente nos íbamos a contagiar todos o si algún día podríamos salir de casa", afirma Yu Xingwen, una joven estudiante de medicina que pasó el confinamiento con su familia en el piso 23 de una de las miles de torres de viviendas que pueblan Wuhan.
Entre los que contraían el covid, el problema era otro, explica la psicóloga Li: "Tenían miedo a la muerte o a las secuelas que podía dejar la enfermedad, desconocidas entonces, algunas todavía ahora".
MUERTE EN SOLEDAD
"Mi padre murió solo en su casa. No culpo a nadie, no había camas en los hospitales y cada día venía un médico a verle, se desvivieron para atenderle, pero era mayor y no pudo ser", relata Wei Douyong, de 45 años, una de las pocas personas que se atrevieron a detallar el sufrimiento de aquellos terribles días.
Esos momentos de horror duraron poco más una semana, el tiempo que tardó China en construir el hospital de campaña de Huoshenshan, uno de los dos que levantaron en tiempo récord.
Luego llegaron cientos de médicos y enfermeros de varias provincias chinas, además de equipos de protección, mascarillas y material necesario para el personal médico, que los primeros días trabajó sin descanso para comer o incluso para ir al servicio, ante la falta de trajes protectores de recambio.
TEMOR AL RECHAZO
La psicóloga cuenta que cuando el confinamiento acabó, el 8 de abril, algunos doctores y enfermeras tenían pavor de recordar los momentos terribles que habían vivido.
"Es habitual en una situación traumática. Preferir no recordar y mirar para adelante en lugar de hacia atrás", explica.
Y se dio una categoría más de sufrimiento psicológico, dice Li: la de quienes pasaron la enfermedad y se curaron pero temen ser rechazados, que la gente no les acepte: "Tratamos muchos casos de esos durante la cuarentena, pero también después e incluso alguno ahora, es una preocupación persistente".
"CHINA ESTÁ MUY BIEN PREPARADA"
Wuhan ha ido renaciendo poco a poco y ahora vuelve a ser una ciudad casi normal, con una animada vida cultural y nocturna, aunque nadie se quite la mascarilla y la precaución se palpe en cada momento y cada conversación. Muchos wuhaneses salieron este fin de semana a pasear por las calles comerciales o las playas fluviales junto al río Yangtsé. Zou Liang, de 40 años, se muestra "feliz de que aquello haya pasado" y no teme que el virus pueda volver porque "China está muy preparada".