Claudio Bertoni: "He pasado la pandemia absolutamente solo"
El poeta chileno se recluyó en Concón, donde sobrevive gracias a una verdulería que le entrega brócoli, plátanos y pan envasado a domicilio. Allí, y en completa soledad, revisó las 650 páginas de su recién publicada "Poesía reunida".
Por Nayive Ananías
En noviembre de 2020, Ediciones UDP agrupó las obras más destacadas del polifacético Claudio Bertoni en Poesía reunida. Un cuerpo poético que da cuenta de un autor que, en palabras de Leila Guerriero, responsable del prólogo de Poesía reunida (Ediciones UDP, 2020), "lo disecciona todo y escribe poemas que se leen como se mira un cuadro del Bosco, poemas que parecen tener la voluntad de resumir el mundo o de hacerlo estallar".
Son 650 páginas que compendian los libros más connotados de Claudio Bertoni, todos revisados y corregidos por él: El cansador intrabajable I y II (1973, 1986), Sentado en la cuneta (1990), Ni yo (1996), Una carta (1999), Jóvenes buenas mozas (2002), Harakiri (2004), No faltaba más (2005), En qué quedamos (2007), El tamaño de la verdad (2008) y The Price of Love (2018).
Claudio Bertoni, el poeta, el artista visual, el fotógrafo, el galardonado, el irreverente, el existencialista, el nihilista, el hereje, el estoico, el asceta, el sarcástico, el intranquilo, el rupturista, el melómano, el hipocondríaco hoy dice tener miedo. Miedo a la vida, miedo al futuro, miedo a la pandemia, miedo al contagio, al estornudo, al apretón de manos, a las palabras salivosas, a la fiebre alta, al alcohol gel diluido en agua, al virus intangible pero mortífero.
Desde Concón, él habla de su hipocondría, de las pastillas que toma, de la torpeza tecnológica y de los toques de queda: "La pandemia no es chacota y hay demasiados y demasiadas caras de raja irresponsables", dice.
"Cuando niño no sentía miedo -decía en una entrevista de 2017-. El miedo apareció después y es casi lo único que hay ahora. A los 16, 17 años, estaba absolutamente exaltado. Ahora veo que la vida es una melcocha horrenda. Porque hay demasiado dolor. Pero a los 16 años estaba excitadísimo. Y era como un kamikaze suicida. Viajes con dos pesos a todas partes. Estaba repleto de deseo. Ahora, para nada. Como dice Tolstoi, la sorpresa más grande de mi vida es la vejez. En los últimos tres, cuatro años, tú miras mi cuaderno y es la muerte, el suicidio, la enfermedad, el dolor. Preferiría no escribir […] Si no escribiera estaría feliz, porque querría decir que no me pasa nada, que estoy tranquilo, aliviado. Mi relación con la literatura es de absoluta necesidad. Son como parchecitos para el dolor. Me desahogo, me alivia. Yo no sé qué es la página en blanco. Yo busco la página cuando me pasa algo".
Con esa honestidad brutal, que impacta e inquieta, Bertoni expresa su malestar en el prefacio de Poesía reunida, volumen que editó desde su refugio-búnker de Concón, donde vive hace casi medio siglo y donde se enclaustró desde inicios del año 2020, cuando se declararon las cuarentenas. Concón parecía ser el paraíso: una especie de burbuja en medio de la hecatombe. "Allí vive desde mediados de los setenta, entre tazas, vasos, pedazos de cartón, ropa, libros, cuadernos, cedés, mantas, sábanas, bolsas de plástico, revistas, fotos, posters, cajas, cajones, un par de sillas, una cama, cuadros, aparatos para tomarse la presión y medirse los latidos (es hipocondríaco severo)", dice Leila Guerriero, perfilando a un Bertoni que transita entre la neurastenia y la ansiedad.
Claudio Bertoni habla en esta entrevista, entre brócolis y té con leche.
-¿Cómo ha pasado la pandemia? ¿Encerrado? ¿Con gente? ¿Solo?
-He pasado la pandemia absolutamente solo.
-¿Cuál es la mayor contradicción de este tiempo?
-"La mayor contradicción de este mundo". Ésa es una preguntita que valdría un libro, pero supongo que es la horrenda desigualdad e injusticia que se traduce en un cotidiano sufrimiento para millones de seres humanos que viven vidas (si se la puede llamar así), que nosotros no toleraríamos ni cinco minutos.
-¿Qué ha sido lo peor de sobrellevar?
-Lo peor de sobrellevar es que soy hipocondríaco y tengo sospechas de dolores y enfermedades y no me puedo acercar a un hospital y aclarar mis dudas por temor a contraer el covid-19. Y, lo peor, es que no sé manejarme online y debo hacerlo todo de manera presencial: pagar mis cuentas, ir al supermercado, ir al banco. No me subo a una micro ni aunque me torturen y menos voy al supermercado, así que dependo de pedidos que hago a una verdulería cercana.
-¿Qué tipo de anotaciones lleva? ¿Un diario? ¿Notas de voz? ¿Dibujos? ¿Cartas?
-Llevo un diario. Desde siempre llevo un diario.
-¿Cómo se le va la vida en Concón? ¿Hacia dónde suele ir?
-No voy a ningún lado específico. Salgo a caminar una media hora todos los días.
-¿Extraña algo del mundo anterior?
-Extraño no poder subirme a una micro, no poder ir a Viña del Mar a comprar un celular, porque el mío se está cayendo a pedazos y a comprar un minicomponente portátil para escuchar mis cedés, porque mi tocacedés capotó hace unos días y me quedé sin mi jazz y música contemporánea.
-¿Cómo es su vida ahora?
-Mi vida es despertar muerto de susto, temiendo siempre lo peor. Decenas de enfermedades se ciernen sobre mí. Después, desayuno pan con palta, té con leche, telenoticias. Ahora, sobre todo CNN norteamericana y la BBC de Londres, viendo las consecuencias que trae tener a un engendro incalificable en el poder de la nación más poderosa de la Tierra. El resto del día, tendido en cama. Me está costando
"Del asunto de Cachagua no quiero ni hablar. Es un asco de muertos de la risa atorados de monedas y privilegios irritantes".