Una selección de fantasmas que podrían ser reales
Los obituarios de "Muertes imaginarias", del escritor chileno Roberto Castillo, cierran un año teñido de encierro y despedida. Aquí, los difuntos cobran vida.
Por Valeria Barahona
En un año marcado por la pérdida, el académico chileno radicado en Estados Unidos Roberto Castillo vuelve con "Muertes imaginarias", antología de 13 notas necrológicas, traducidas e intervenidas con ficción y fotografías recopiladas por la artista visual Andrea Goic. Las imágenes de gente real complementan las historias de muerte. Por ejemplo, la trama de la muerte de Silvana Pollier (83), la inventora de "La cámara indiscreta". Ella, según Castillo, tras dedicar su vida al análisis del comportamiento humano "se tuvo que morir sola. Cuando la agarró el virus la mandaron a morirse a casa, le dijeron que tenía que cederle espacio a los más jóvenes, y no hubo nadie ahí para defenderla de esa trampa horrenda o decirle que se trataba de una broma".
¿Quiénes son los muertos? El autor los describe: "Son muertos maquillados, no es un casting que yo inventé. Son una serie de traducciones de obituarios en inglés que hice. Cuando ya estaban listas, empecé a cambiarles cosas y de repente me di cuenta que tenía estos muertos en fila y todos tenían una identidad distinta de la original, circunstancias diferentes y transformaciones que a veces los hacían irreconocibles". Realidad pura con chorros de ficción de este académico del Haverdord College de Pensilvania.
-¿Escribiste esto para tu trabajo?
-No, para superar una intensa etapa de sequía creativa. Traducir siempre me ha servido para poder seguir escribiendo, es un buen ejercicio de lectura y escritura. Los obituarios en la tradición anglosajona son más grandes, es un género prestigioso en Inglaterra. Sin embargo yo, en lugar de escribir de manera tradicional -hablar de las ideas de la persona, de su contribución a la sociedad, de la forma en que murió- se me ocurrió poner una entrevista con alguien que había muerto recién, o una conversación acerca de esa persona.
-Hay una bibliografía al final que, si uno la busca en Internet, queda con más dudas sobre cuánto es real en estas historias y cuánto inventaste…
-Es parte del juego al que se invita al lector. Hay referencias que aún se pueden rastrear, pero hay otras que ya no se encuentran o son pistas ciegas, una especie de juego con el lector para que desista.
-Por ejemplo, encontré a Emilia Bergen, la ventrílocua en tu libro, que en realidad es una psicóloga forense en Suecia. Ahí encontré más tétrica la relación que establece con el muñeco, donde él vive humillándola.
-'Muertes imaginarias' está pensado para que tenga diversos niveles de lectura: puedes quedarte con la anécdota, lo que pasa, narración, pero también permite al texto entrar por otros lados (al universo del receptor) y encontrar otras cosas, por eso hay muchas referencias escondidas, chistes.
-Como la entrevista que, supuestamente, transcribiste de Raúl Ruiz ("Poética del cine") en el Festival de Cine de Valdivia, donde estuvo muchas veces, dio conferencias y el registro vocal que ocupas en el texto es muy de Ruiz.
-Esa es la parte entretenida: buscar la voz de la persona. Una vez entrevisté a Ruiz, lo acompañé en varios trámites que tenía que hacer en Boston, entonces mantenía la idea de cuál es su forma de hablar, aparte de ver algunas entrevistas. Soy fanático de sus películas, escribí un texto para una colección de ensayos sobre él ('Fértil provincia y señalada: Raúl Ruiz y el campo del cine chileno'), entonces la idea era conseguir lo que diría Ruiz sobre esta ventrílocua. A veces (el cineasta) contaba cosas que uno no sabía si eran verdad o mentira. O la parte que uno pensaba que era verdad, en realidad era mentira, y al revés.
-También 'mataste' a Mario Vargas Llosa ("Pantaleón y las visitadoras")…
-Sí, lo dejé como una especie de momia que ha seguido viviendo después de su muerte, que es como yo leo su literatura. En realidad, para mí se murió.
-¿Igual que el mito que dice que Paul McCartney está muerto y es un doble el que anda de gira?
-(Ríe) ese tipo de cosas también son cosas literarias. Mantener un muerto vivo, o desenterrar a un muerto antes de volverlo a enterrar. Es como 'esto que ustedes no sabían de este muerto, yo se los voy a contar'. Eso es parte del obituario.
-Como el epígrafe que usaste de Wislawa Szymborska en "Las cartas de los muertos": "Sabemos qué pasó después. Sabemos qué dinero no se devolvió, con quienes se casaron al poco tiempo las viudas".
-El muerto llegó hasta ahí, pero después uno como escritor también tiene algo de buitre y va a la carroña de esta vida. Los muertos no se pueden defender, es parte del género, que uno puede hacerlo de manera positiva en el obituario como una especie de celebración, pero también puede ser más terrible, contar con cierta distancia o ironía.
-En algunas líneas aparece el coronavirus.
-Sería muy raro tener muertos este año sin covid, por lo que comencé a revisar el texto en mayo. Acá en Estados Unidos estábamos en la zanja, y ahora estamos entrando a otra zanja, así que esa intensidad había que incluirla. Quise hacer un reconocimiento de verosimilitud, no un gran alarde.
-El coronavirus pasó de los animales al hombre, y uno de tus muertos, el enólogo Thierry Montero, perdió un ojo por una infección al masticar una hoja de parra, algo que se hace en el campo.
-Esa historia pasa alrededor de Lonquén (Región Metropolitana), donde sacan el mejor vino del mundo, el Clos de Pirque de 1974. Pero hay una historia escondida que dice que habían patrullas que llevan hielo hacia donde se cocina este vino, en un verano ardiente, una alteración climática, una locura. Es la primera cosecha en el régimen militar y la idea de que en Chile siempre estamos preocupados de ser primeros en algunas cosas. Ahí Thierry Montero se queda tuerto porque es alguien que ve la vida de esa manera. También está ahora el gesto emblemático de las protestas (para recordar a las personas que sufrieron daños oculares tras el 18 de octubre de 2019): antes taparse un ojo significaba no querer ver parte de la realidad, ahora tiene la connotación de que te quitan la vista porque estás viendo. Todos los textos, algunos más evidentes que otros, tienen una relación con la historia de Chile.