De hombres melancólicos y madres ausentes
En "Nostalgia de la madre muerta", nueva novela de Federico Zurita Hetch, el autor trabaja con los recuerdos y las obsesiones de cuatro generaciones unidas por la ausencia del origen.
Por Amelia Carvallo A.
En la nueva entrega de Federico Zurita Hetch surgen cuatro hombres sin madre: un amargo pintor, padre de un biólogo que siempre le temió, quien a su vez es padre de un actor que tiene un hijo que estudia antropología. Los cuatro avanzan y retroceden en el olvido y la memoria que les dejó la ausencia de un regazo. Sobre la nostalgia que emana como un río, Zurita Hetch dice que es un sentimiento que "acompaña a un esfuerzo fallido por recuperar lo irrecuperable. Sentir nostalgia es ir muriendo", enfatiza el también creador de canciones tristes.
-¿Cómo apareció en tu cabeza esta novela?
-Lo primero que apareció fue un sujeto que va a todas partes caminando y se niega a detenerse. En ese proceso se le pasa la vida como si ésta fuera un texto sumario que se extiende por apenas un párrafo. En una oración pueden pasar meses o años. En un párrafo puede perder a personas que quiere y sentir que su identidad se modifica. En ese personaje apareció la vida como una experiencia de permanente pérdida que nos modifica irremediablemente.
-¿Por qué te atrajo la figura de la madre muerta?
-La pérdida permite percibir el paso del tiempo. Me aterra lo irreversible, porque enfatiza la cercanía de la muerte. Perder a la madre subraya el carácter irreversible de la vida porque suprime el origen. Es como que fuéramos al teatro y en la mitad de la obra olvidáramos el conflicto. Todo lo que moviliza a la acción dramática de ahí en adelante pierde sentido. Los personajes dejarían de saber quiénes son y por qué están ahí.
-¿Y luego?
-Ante ese vacío, cualquier discurso oportunista puede ocupar el espacio vacante. Me interesa poner en tensión la pérdida de lo femenino que debería convivir con lo masculino. Vivir es perder. Eso es un padecimiento.
-¿Luego de esta novela que piensas de la paternidad?
-Siento que los hombres somos arquitectos de una cultura que mutila la identidad social. Construye un sistema de significados que mata a la madre. Somos responsables de matar -simbólicamente- lo necesario para la construcción de una cultura. Somos responsables de estropear el duelo. Sentir nostalgia de la madre muerta es simbólicamente un ejercicio de cuestionamiento a esa arquitectura masculina mal calculada.
PUERTO AZOLA
En diversas ficciones de Zurita Hetch, la ciudad de "Puerto Azola" vuelve como un lugar vacío. No puede ser mapeado y, por tanto, no puede ser conocido. Allí la noción de pérdida se vuelve espacial. No es extraño que sea el lugar donde la momificación de cuerpos humanos intenta combatir infructuosamente el paso del tiempo.
-¿Qué representa en tu escritura?
-Es la materialización espacial del origen. Y sin darme cuenta se ha ido convirtiendo en una imagen exagerada e injusta de mi ciudad natal, Arica.
-Cuéntame cómo permeó tus ficciones ese paisaje.
-Arica fue el lugar donde descubrí el miedo a la muerte. El cementerio está en el centro de la ciudad. No sé por qué, además de pasar mucho tiempo en la playa, iba al cementerio. Quedaba a solo siete cuadras de mi casa. Curiosamente ningún pariente mío murió mientras viví ahí. Comenzaron a morir cuando ya vivía en Santiago. A los once años, Arica fue el referente de nostalgia más grande hasta ese momento. De visita, años después, comprendí que el objeto de mi añoranza no existía. Era otro lugar.
TEATRO Y MÚSICA
Zurita Hetch además trabaja como académico de "Historia del teatro" en dos universidades capitalinas: la Finis Terrae y la Alberto Hurtado. Dice que hacer clases "es una experiencia eufórica" y que le gusta no solo porque enseña, sino porque también aprende. "Habitar un saber que no es el de mi formación universitaria ha sido un desafío. Moverme entre mi casa -la literatura- y una propiedad ajena -el teatro- le da originalidad a mis días. Soy como esos gatos que tienen dos familias", resume.
-Háblame de tu interés por el teatro
-Me interesa la ficción en general: leerla, analizarla y crearla. Lo primero que escribí fue cuento y luego novela. Después comencé a ver mucho teatro. Como un intruso me puse a escribir crítica de teatro en medios escritos. Soy un intruso en el teatro y creo que puedo ser aún más intruso y explorar otras ficciones teatrales sin dejar la escritura dramática y narrativa.
-¿Qué estás escribiendo ahora?
-Entre medio que hago clases, estoy intentando escribir. Una novela es sobre la momificación de los muertos en la Cultura Chinchorro, un asunto que aparece tangencialmente en esta novela. La otra es sobre los trastornos de la personalidad y las disociaciones de la realidad. Me interesa la química de la momificación y el funcionamiento de la mente.
-¿Y qué sucede?
-Nuevamente, como ocurre con la muerte de la madre, lo que emerge es la sensación de la pérdida.
-Eres baterista en una banda, ¿cómo es ese otro oficio?
-Soy un curioso consumidor de canciones tristes desde los ocho años. Como intérprete fui también un intruso. Parece que nadie vigilaba la puerta, así que entré y me fui quedando. La banda en la que toco se llama 'Isidromatta', y aunque mis compañeros son mejores compositores que yo, he intentado componer las canciones tristes que explotan.