El Chile de los años 40 que destripó Arlt
Conventillos, niños descalzos y conspiraciones políticas fue lo que puso en sus crónicas el escritor argentino Roberto Arlt. Cada día despachaba una noticia para "El Mundo" desde el país de Pedro Aguirre Cerda.
Por Amelia Carvallo
En un caluroso diciembre de 1940 el escritor argentino Roberto Arlt, autor de la celebrada novela "El juguete rabioso", aterrizó en Santiago con la tarea de despachar para el diario El Mundo sus impresiones sobre el país.
Bajo el nombre de "La química de los acontecimientos", el editor Felipe Reyes reunió las crónicas y columnas de esa estadía en las que el autor de "Los lanzallamas" observó con agudeza la situación política nacional y el ambiente literario de la época.
"Arlt tenía una manera muy particular de escribir, un estilo muy propio que se reflejaba en una forma de mirar y narrar eso que veía", asegura Reyes para quien el autor bonaerense es "un todo fascinante y entrañable".
-¿Cómo encontraste a Roberto Arlt?
-Mi primera vinculación fue con sus novelas y cuentos. Posteriormente leí sus crónicas para el diario El Mundo - las "Aguafuertes"- y textos de prensa. Fue entrar a un mundo y a una época. También una forma de entender y ejercer la literatura.
-¿Qué fue lo primero que leíste de él?
-Su novela "El juguete rabioso" para mí fue una parábola del arrabal, lo que existía en toda Latinoamericana. Fue una marca de clase que determinará una vida, la pátina oscura que deja la carencia en todas sus formas. Era evadir una dura realidad a través de las aventuras de bandoleros, o de libros de ciencia o de cualquier otra cosa.
-¿Y luego?
-Después leí "Los siete locos", una novela sobre la ilegalidad y la sospecha, sobre la fascinación por la plata o por "pegarle el palo al gato". Lo que convive con la certeza -como decía Piglia- de que el Estado siempre es una organización criminal.
DE SU COSECHA
Luego de leer esas novelas de Arlt, Felipe Reyes llegó a los textos periodísticos del argentino. Esas crónicas y columnas que despachaba "en condiciones bastante desfavorables y en redacciones estrepitosas" como él mismo acotó.
Durante su corta vida (Roberto Arlt murió de un ataque al corazón a los 42 años) compartió las tareas de periodista con las de narrador y dramaturgo.
"A lo largo de más de diez años de escritura cotidiana, perfiló una gran cantidad de textos de prensa que publicó bajo el nombre de 'Aguafuertes', 'Al margen del cable' y 'Tiempo presente'. Este trabajo ha sido recopilado bajo diversas formas y criterios: desde un punto de vista temático, de manera cronológica o bajo el lugar geográfico donde fueron escritas. A mí me interesaba reunir y contextualizar -política y culturalmente- los textos en los que se refiere a Chile, así como la historia personal que detona el viaje a nuestro país", puntualiza Reyes.
-¿Cuál era el ámbito de las crónicas de Arlt?
-Era su trabajo cotidiano: ahí dramatiza su experiencia de tener que encontrar un tema nuevo cada día para su columna en el diario El Mundo. Y en esa tensión de la obligación, descubre historias, situaciones o personajes singulares que fácilmente podrían ser los capítulos excluidos de su ficción.
-¿Cómo permeaba el periodismo sus ficciones?
-Muchos de sus textos periodísticos parecen ser el laboratorio de lo que desarrollaba en la ficción. Su interés estaba en narrar, entre otras cosas, conspiraciones y traiciones, rencores, luchas de poder; y los textos sobre Chile no son la excepción: pero ya no se trata de personajes "de ficción", sino que los protagonistas son quienes conspiran contra el Frente Popular y el gobierno de Aguirre Cerda. Además, sus textos no son periodísticos en el sentido clásico, sin embargo "informan" a su manera: Arlt le agrega "de su cosecha", ampliando el hecho noticioso, transformando así la percepción real de lo narrado. Para mí, sus textos de prensa son un desvío o un camino lateral que alimenta toda su obra.
EL COLEGA WALSH
-También editaste un libro similar sobre el periodista Rodolfo Walsh, también un argentino que se vino a Chile.
-Sí, Rodolfo Walsh viajó a Chile durante los primeros meses del gobierno de la Unidad Popular, en diciembre de 1970 y marzo de 1971. La primera vez fue para cubrir la nacionalización del cobre y la segunda, para la elección municipal de abril de 1971, oportunidad en la que ya huele el golpe de Estado.
-¿Qué similitudes muestran ambos?
-La similitud fue encontrarme con dos grandes escritores argentinos presenciando -y escribiendo- en momentos claves en la historia chilena del siglo XX. Dejaron textos que hoy nos confirman que los problemas actuales no son muy diferentes a los que teníamos décadas atrás.
Para Felipe Reyes, el principal valor de lo que Roberto Arlt escribe durante su estadía en Chile viene dado por la visión que tiene sobre nuestra realidad, a comienzos de los años cuarenta.
"Su mirada, leída desde nuestro presente político, pone de manifiesto las prácticas de quienes legislan y atentan contra el bienestar de la mayoría. Arlt da cuenta de las barreras y obstáculos que se maquinaban", acota.
-¿Qué impresión le dio Chile al reportero?
-En sus textos sabemos que no tuvo una muy buena impresión del país. Recorrió la ciudad y esa observación también está en sus cartas. En una dirigida a su madre, le cuenta la impresión que le provocaron los conventillos de Santiago, el hacinamiento, los niños sin zapatos: se sorprende al ver la pobreza extrema.
- ¿Lee a los escritores chilenos de ese tiempo?
-Sí, a Chela Reyes y a Benjamín Subercaseaux, de los que escribe algo.
-¿Cuál fue el juicio que tuvo sobre Benjamín Subercaseaux, el Premio Nacional, autor de "Chile, o una loca geografía"?
-Me parece bastante certero su juicio porque es mucha la desconexión de Subercaseaux con la realidad nacional, que además refuerza con juicios bastante ridículos e injustos, que edulcora con una supuesta "profundidad". Por cierto es algo no muy distinto a lo que podemos encontrar hoy en varias obras nacionales, o en las que aun no logran superar una bucólica infancia.
-¿Sabes si el autor de se enteró de esta columna?
-No logré encontrar información sobre si la leyó, quizá porque la publicó a su regreso a Buenos Aires, en la revista Nueva Gaceta, hecha por una agrupación de intelectuales, artistas, periodistas y escritores argentinos. Tal vez Subercaseaux nunca se enteró.