"El clima de desconfianza que dejó el estallido permanece en las conversaciones"
"La pandemia se ha estallidizado", asevera también el docente. Junto con analizar los roles en la crisis sanitaria, defiende el proceso constituyente y aborda la situación actual bajo el prisma de su último libro sobre el liberalismo.
Confinamientos, cuarentenas, cierres de fronteras, algunas de las medidas más importantes para controlar la crisis sanitaria provocada por el nuevo coronavirus parecen limitar las libertades individuales. ¿Están en peor o mejor condición las democracias liberales para tomar estas estrategias? La grave crisis económica ha vuelto a destacar el papel asistencial del Estado, con formas de ayuda a la población e industrias que se han visto imposibilitadas de producir o de realizar su actividad usual. ¿Qué diría la doctrina liberal sobre esto?
En su libro más reciente, aparecido justamente en medio de la pandemia, "Liberalismo: una cartografía" (Editorial Taurus), Cristóbal Bellolio, abogado, doctor en filosofía política, profesor en la Escuela de Gobierno de la Universidad Adolfo Ibáñez y columnista en varios medios, pretende entregar una suerte de mapa de esa tradición intelectual y política, en la cual él mismo se inscribe. Pero sus intereses no sólo se reducen a la discusión teórica, sino también a la realidad política del país, con sus discusiones y figuras concretas.
-En su libro reconoce lo amplia que es la "gran familia liberal", recorriendo desde la derecha a la Izquierda políticas. ¿Cómo se podría caracterizar de manera que incluya a todos los parientes?
-Las intuiciones normativas que subyacen a las distintas versiones del liberalismo son comunes, pero admiten interpretaciones y énfasis distintos. La idea de tolerancia y la idea de autonomía, por ejemplo, son parte del mismo repertorio liberal, pero pueden entrar en tensión, y en algunos casos habrá que elegir o priorizar. En mi visión, el liberalismo es un proyecto esencialmente justificatorio del poder político que se ejerce sobre una comunidad soberana. Cualquiera sea la versión de liberalismo que se apoye, en todas será central su capacidad de justificar las normas coercitivas ante el tribunal de la razón individual.
-Un rasgo más o menos común del liberalismo, señala, es el rechazo al paternalismo y control estatal, pero en estos momentos de crisis sanitaria y crisis económica, han resurgido las exigencias o añoranzas de ambos. ¿Son malos tiempos para el liberalismo?
-Desde una perspectiva justificatoria, al menos, no hay contradicción entre una necesidad extraordinaria de limitar ciertas libertades y los principios liberales. La libertad como ausencia de interferencia forma parte de la ecuación liberal, pero no es siempre y en todo lugar su valor central, mucho menos absoluto. Habrá circunstancias en las cuales las necesidades de pan, techo y abrigo serán más importantes. Al menos yo no creo que liberalismo sea sinónimo de Estado mínimo. Lo crucial es su capacidad de justificar la coerción, y creo que ahora tenemos buenas razones para aceptar esas restricciones en la medida que preservan un bien superior.
-En el libro se plantea una labor no evangelizadora, sino cartográfica. Pero un mapa, por definición, simplifica algunos aspectos. ¿Es muy abrupto es el terreno real del liberalismo?
-El libro es un ejercicio de teoría política, y en ese sentido se independiza un poco de la realidad política, eso que Maquiavelo llamaba la "veritá efetuale della cosa". Tampoco es un programa de gobierno liberal ni una historia del liberalismo. Es un recorrido por sus tensiones internas desde una perspectiva filosófica. La idea es que podamos luego mirar la realidad y ver cuánto se acerca o se aleja del estándar ideal que plantea la filosofía política.
-¿Cuán liberal es el gobierno y cuánto la oposición en Chile?
-El liberalismo en Chile, como en casi todo el mundo occidental, es un proyecto monumentalmente exitoso, en el sentido que se convirtió en una especie de sentido común. El síndrome liberal se ha colado prácticamente en todos los proyectos políticos que se plantean. Piense en los derechos humanos. No están en discusión. Son el desde. En Chile hay rasgos liberales en casi todo el espectro político. Hasta el Frente Amplio, más allá del Partido Liberal, está permeado por sensibilidades liberales en materia de autonomía individual.
-Existe una fuerte relación entre el liberalismo y los cauces institucionales de la política, como, por ejemplo, los que establece la Constitución. En principio, ¿un liberal debería estar más de acuerdo con los procesos constitucionales antes que los revolucionarios?
-Sí, el constitucionalismo liberal es un componente central del modo que tenemos de concebir las democracias modernas. Las nuestras no son democracias radicales rousseaunianas, donde la voluntad general se impone contra viento y marea. El liberalismo limita la democracia porque limita cualquier poder que se ejerza sobre las personas. Y esa limitación se ejerce a través de una serie de instituciones y mecanismos, que a veces serán contramayoritarios y poco populares. Pero es parte de su tarea. Respecto del proceso constituyente en ciernes, yo creo que hay razones profundamente liberales para apoyarlo. Un orden político no legitimado es un orden político que carece de potencia justificatoria.
-En ese sentido, el proceso constituyente fue una válvula de escape a una situación muy comprometida. ¿Cree que debería seguir a como dé lugar después del primero aplazamiento del plebiscito por la pandemia?
-En esto tenemos que ser prácticos: si las condiciones sanitarias hacen prever que parte importante de la población, especialmente adulta mayor, se abstendrá de participar por miedo al contagio, entonces habrá que moverlo para abril. Esto para proteger el proceso, porque de lo que se trata justamente es relegitimar la arquitectura política del país, y para eso tiene que participar mucha gente. Incluso me parece más razonable que los delegados a la convención se elijan junto con el Congreso a fines del 2021, porque se trata de elecciones ideológicas, que junto con los alcaldes y concejales, que suelen ser elecciones donde se vota más por la persona. No estoy proponiendo correr el plebiscito, estoy desdramatizando esa eventualidad. Vamos a tener una chance, y esa chance hay que aprovecharla y hacerla bien.
-De hacerse en octubre el plebiscito, ¿cree factible el voto electrónico o dividir la elección en más de un día como opciones?
-No lo sé, entiendo que hay una serie de objeciones al voto electrónico. Pero no conozco esa discusión en detalle. Hay que hacer lo posible por maximizar la participación y que los resultados no admitan ni la más mínima sospecha. Si se me muestra que eso se consigue con formas no tradicionales de sufragio, estoy a bordo. Pero si no, entonces será para abril del próximo año, y este año nos concentramos 100% en enfrentar la emergencia sanitaria y la reconstrucción económica.
-En cuanto a la pandemia, los efectos económicos son patentes. Pero, ¿cuáles considera que han sido los efectos políticos de ella entre nosotros?
-La pandemia en Chile se ha "estallidizado". Es decir, el clima de polarización y desconfianza que dejó el estallido social permanece en las conversaciones. Yo pensaba que el coronavirus iba a cambiar el registro del debate público, nos iba a unir en torno a una epopeya, contra un adversario común, e íbamos a revalorizar el rol de la autoridad y la evidencia. Eso no ocurrió, y en parte importante eso es culpa de un gobierno que no supo o no quiso conducir la crisis de esa manera: no construyó confianzas en la ciudadanía, no tejió complicidades con la oposición, no sumó a la sociedad civil y solo parcialmente a la comunidad de expertos. Las condiciones políticas con que Chile enfrentaba la pandemia eran conocidas en marzo, y debieron ser parte de la ecuación a la hora de diseñar la estrategia.
Del debate sanitario no me puedo pronunciar porque no tengo los elementos de juicio para saber si estrategias alternativas habrían sido mejores que la que tomó el gobierno. Pero la pésima conducción política de la estrategia ha revelado en forma brutal -y muy perjudicial para Chile- los déficits políticos de la derecha y de la generación de Sebastián Piñera. La carta de apoyo a Mañalich de sus ex ministros es un botón de muestra de la poca sabiduría política que han acumulado esos elencos.
-¿Tienen más ventajas, en esta situación, las figuras más dialogantes que las de autoridad: digamos Paris frente a Mañalich? ¿Qué le parece, en lo poco que lleva, la labor política del ministro de Salud?
-Desde el principio se supo que Mañalich manejando esta crisis era como tener un elefante en una cristalería, en el sentido que lo suyo no es la sensibilidad. Tengo la mejor opinión de Mañalich como persona. Hizo muchos sacrificios personales. Pero no era el hombre indicado para proyectar sentido colectivo. Paris entró sabiendo todo esto, y por eso su tono ha sido distinto, menos "winner", menos socarrón. Así ha sido reconocido.
-Volviendo a las vías institucionales: han existido una serie de fallos de tribunales sobre, por ejemplo, derechos ciudadanos e isapres, que se han adelantado a las decisiones políticas. ¿Es saludable o no el fenómeno?, ¿es necesario que esos debates sean retomados exclusivamente en sedes políticas y no judiciales?
-La norma tiene por objeto contener la realidad y las instituciones domesticar la subjetividad. Pero hay veces en que la realidad y la subjetividad se salen del marco. Cuando pasa una o dos veces, entonces el problema no es de la norma ni de las instituciones. Cuando pasa todo el tiempo, quizás sea hora de preguntarse por la legitimidad y adecuación de esas normas e instituciones. Para eso sirve la discusión constitucional.
¿Qué le parece la discusión entre gobierno y Parlamento sobre los "proyectos inadmisibles"?
-Por supuesto que a uno le gustaría que los parlamentarios respetaran la Constitución y no la violaran a propósito. Pero también demuestra fácticamente el vencimiento de la norma. Políticamente hablando, la estrategia del gobierno tiene por objeto instalar en la ciudadanía sus razones para oponerse a proyectos que son populares. Aunque dudo que sea muy inteligente pelearse con el Legislativo justo ahora. Digamos que la lista de aliados del gobierno no es muy larga.
-Todas las crisis recientes, ¿pueden hacer que sea sensato reconsiderar la figura presidencial y el régimen de gobierno?
-Sí, es una posibilidad. Buscar formas más colectivas de toma de decisión. Lamentablemente nuestros elencos parlamentarios no son muy inspiradores. Estamos con déficits de estadistas.
-En ese sentido, ¿qué opina del rol de los alcaldes en los tiempos recientes, desde el estallido social hasta ahora?
-Durante el estallido social los alcaldes jugaron un rol muy importante en la codificación de la temperatura ciudadana. Fueron los únicos eslabones de la política institucional que se mantuvieron conectados con lo que estaba pasando. Creo que aprovechando ese capital ganado, han tratado de jugar el mismo rol en la crisis sanitaria, aunque con resultados dispares. Una cosa es colaborar proveyendo insumos de lo que pasa en los territorios y otra distinta es pretender pautear la estrategia sanitaria con una visión parcial y limitada del problema.
Varios han atornillado al revés. Pero los entiendo: en un clima de desorientación general y vacío de conducción política, además cercanos a la próxima elección municipal, ellos solo están tomando el protagonismo que la situación les permite.
-¿Considera que han surgido figuras políticas nuevas en estas crisis o se reafirman las ya existentes?
-A mí me interesan los liderazgos que construyen puentes, que conversan con el adversario, que se ponen en el lugar del otro y flexibilizan sus dogmas. No sirven los que sólo le hablan a la tribu propia en búsqueda de aplausos fáciles. No sirven los que están todo el día en redes sociales denunciando indignados cualquier traspié del rival. Hay una imagen que se viene a la mente. En un partido del Barcelona, tiran un encendedor a la cancha y le cae a Piqué, quien hace un gesto impostado de dolor y busca al árbitro para que sancione al equipo contrario. Pero aparece Puyol, el gran capitán culé, le quita el encendedor de las manos y lo tira fuera del campo, como diciendo: deja de quejarte, apenas te dolió, concéntrate en el partido, esto hay que ganarlo en buena lid. La política chilena está llena de Piqués y le faltan los Puyol. Faltan capitanes capaces de enfrentarse a la hinchada, que usualmente quiere ganar a cualquier costo.
No es una crítica moral, es normal que las hinchadas se comporten de esa manera. Ese es su rol: ser partisanas. Pero deben ser moderadas y no avivadas por los capitanes cuando están a punto de invadir el campo. Por supuesto, ese es un trabajo riesgoso, pero esencial en democracia. Bien lo sabía Mandela, el mejor capitán de la historia reciente. En cualquier caso, rescato lo que está haciendo Ignacio Briones.
También destaco el espíritu que ha demostrado Mario Desbordes, más allá de estar de acuerdo o en desacuerdo con sus propuestas. Aunque muchas veces en silencio, Lagos Weber siempre hace su aporte. Creo que Gabriel Boric tuvo un gesto de responsabilidad patriótica en el acuerdo que abrió el proceso constituyente. En la sociedad civil, ha sido ejemplar la disposición de Javiera Parada. Creo que Izkia Siches ha tenido buenos momentos en los cuales se eleva por sobre sus legítimas adhesiones ideológicas y gremiales para pensar en el país.