"Pronto marcaré el día 100 de cuarentena con una rayita en la pared"
El astrónomo cuenta que mira el cielo, lava los platos, extraña las partidas de cacho con sus amigos y publicó otro libro.
El ex director del departamento de Astronomía de la Universidad de Chile acaba de dejar reluciente la cocina de su casa. Todos los días recoge los platos del almuerzo y lava la loza. Toda. Las copas, los platos, las ollas. Y en la mañana prepara el desayuno. Le sirve una taza de café a su señora, que se queda acostada hasta más tarde.
"También lavo esa loza, la del desayuno", cuenta desde su casa, donde ya permanece cerca de 100 días sin salir. Ella cocina, el hijo de ambos hace las compras y desinfecta.
"Así que yo no puedo ser tan fresco de no hacer nada", replica el científico chileno que dedicó gran parte de su vida a la observación de las supernovas, por lo que se le otorgó en 1999 el Premio Nacional de Ciencias Exactas. Su aporte fue clave para determinar la "expansión acelerada" del Universo, hallazgo que mereció el Nobel de Física en 2011 a Schmidt y Perlmutter (EE.UU.).
Actualmente José Maza es uno de los divulgadores de ciencia más apreciados en Chile. Los libros que ha escrito ("Somos Polvos de Estrellas", "Marte: la próxima frontera" y "Eclipses", todos bajo el sello de Planeta) se venden como pan caliente. Y esta semana suma otro volumen, editado en cuarentena: "Bajo el manto de Urania". En él, reúne las clases que dictó en la universidad y cuenta las anécdotas del camino que hicieron los grandes científicos de nuestro tiempo, desde Ptolomeo a la gran revolución de Newton.
-¿Cómo unos niños tan desgraciados -Newton, Kepler, Copérnico- llegaron a ser lo que fueron?
-A Kepler le dio viruela porque la mamá lo dejó botado en la casa de la abuela. El papá de Copérnico murió antes que su hijo naciera. A Tycho Brahe, que era un noble danés, su tío lo raptó a los dos años. En ese rigor desarrollaron un carácter excepcional. Todos querían encontrar alguna verdad en el Universo. Galileo era el más normalito entre todos lo que aparecen en mi libro. Newton no sabía manejar las frustraciones: tenía pataletas de cabro chico. Fue un joven solitario. Lo metieron a Cambridge, pero no le quisieron pagar los estudios, así que fue sirviente del sirviente de los alumnos para pagar con ese trabajo su carrera. Les sacaba la bacinica y les hacía las camas a sus compañeros que pagaban.
-Newton pasó una cuarentena pensando. ¿No?
-Así es. Mandaron a los alumnos de Cambridge por dos años a la casa. En 1666 llegó un nuevo brote de la peste negra (bubónica) a Londres con el que murieron 100 mil personas. El hacinamiento era terrible. Las calles no estaban pavimentadas, la gente lanzaba sus orines a la calle. Newton en su casa tenía trabajo de campo, pero él pensaba en las Leyes de la mecánica, en la óptica, en cuestiones grandes. Su madre no lo cotizaba.
-¿Necesitaría entonces demostrar algo? ¿Contar con la admiración de alguien?
-Su vida tenía que ser importante. Lo mismo le pasó a Kepler cuando le dijo a Tycho Brahe: "Haz que yo no haya vivido en vano". Quería que Kepler terminara su obra. Y Kepler se terminó robando sus leyes.
-¿Es Tycho Brahe un perdedor?
-Yo aprecio a Tycho Brahe especialmente. Vivía en una islita. Su tío quería que fuera político. Él era de la nobleza en Dinamarca y el rey le daba una pensión con la que construyó un castillo-observatorio, el Castillo de Urania, donde tenía a 30 personas trabajando. Él no tenía que ganarse la vida, la tenía ganada, desde la cuna. ¿Quién con tanta plata se querría ir a encerrar a una isla a estudiar? Tycho Brahe se encuarentenó porque quiso.
-¿Y Kepler cómo era?
-Un muerto de hambre. Tuvo que trabajar en Austria enseñando matemáticas, para ganar un salario. Nunca tuvo una fortuna personal.
-¿Y Galileo?
-Era el más entretenido. Un tipo con el que uno se tomaría una cerveza.
MIRANDO HACIA ARRIBA
-¿Cuándo fue que los humanos dejamos de mirar hacia el cielo?
-Cuando comenzamos a vivir en estas ciudades enormes. Ahora uno no ve nada.
-¿Usted ya no mira hacia arriba?
-Casi todos los días me levanto al baño a las cinco de la mañana. Y tengo una perrita que me pide salir a esa hora. Me asomo al patio y está Júpiter muy alto, bonito. Y está Saturno, y está Marte. Y de repente se ve la Luna entre medio de estos tres planetas. En Santiago sólo se pueden ver los más brillantes, porque el cielo está muy contaminado lumínicamente.
-Las personas del campo siguen vinculadas al cielo, ¿se ha dado cuenta?
-Absolutamente. Hace unos años fui a Pelluhue y llevamos unos telescopios. Yo di una charla y después invitamos a todos a que fuéramos a mirar el cielo. Apareció una señora con una guagua en los brazos y ella sabía tanto o más que nosotros. Le pregunté cómo lo hacía y me dijo: "Simple, salgo al patio y miro el cielo".
-¿Cuánto tiempo lleva puertas adentro?
-Pronto marcaré el día 100 de cuarentena con una rayita en la pared. Llegué de Miami el 17 de marzo, después de rogar a la línea aérea un cupo. En Chile tuve que firmar un papel que me obligaba a hacer cuarentena. Nadie nunca me fiscalizó. Ni me llamó. Nada. Pero yo que soy cuadrado no salí nunca más de mi casa.
-¿Extraña a alguien?
-Eso sí. A mis amigos con los que nos juntábamos a jugar cacho. Hablábamos tonteras hasta tarde y vaciábamos cervezas al comienzo y whisky al final. Llevamos más de 10 años jugando. Los extraño.
-¿Cuánto tiempo cree que sigamos en esto?
-Mientras no tengamos una vacuna veo muy difícil salir.
-¿Cómo lo hace ahora para evadir la calamidad?
-Estoy escribiendo otro libro, que es la continuación de este. Porque al morir Newton aparecen una serie de matemáticos extraordinarios que se llaman "los grandes mecánicos celestes". Y de ahí para adelante hay mucho más.
DEDOS PARA EL PIANO
-¿De dónde sale su hambre por saber?
-Mi madre estudió para ser profesora normalista, pero a los 17 años se casó. Así que en Parral, los únicos pericos que estábamos todo el día con ella éramos mi hermana y yo: nos leía El Peneca, cuentos, nos recitaba poesías de memoria. Ella nos llenó de pájaros la cabeza.
-¿Qué se hacía en Parral cuando usted era niño?
-A los cuatro años yo estudiaba piano. Mi mamá quería que fuera como Claudio Arrau, pero nunca nos quiso comprar un piano. Ahora me doy cuenta que no tuvo plata para hacerlo. Una vez a la semana iba a darle la lección a mi profesora -la señorita Helena- y el resto del tiempo iba a la escuela pública de Parral.
-¿Y tenía dedos para el piano?
-Mira, te garantizo que Mozart no era.