Desinformación en medio de la pandemia
Un desafío especialmente complejo para las sociedades democráticas -que deberían tener como base ciudadanos bien informados y un debate público de calidad- lo representa la creciente desinformación que prima en los contenidos que se difunden a través de las redes sociales y plataformas privadas de comunicación.
El concepto de "fake news" (noticias falsas) es el preferido para resumir el problema, que se ha expresado a nivel global en distintos episodios como la crisis de refugiados europea de 2015, las elecciones presidenciales de Estados Unidos (2016), o el referéndum conocido como Brexit en Reino Unido, a partir de 2016.
A nivel nacional, también se han registrado episodios recientes donde la desinformación ha primado en los mensajes promovidos con fines espurios y desde el más amplio espectro político, como ocurrió especialmente a partir del denominado "estallido social" de octubre de 2019, donde se difundieron una serie de afirmaciones falsas que apelaban especialmente a activar emociones, prejuicios y hasta fomentar sentimientos de odio que parecían desterrados de nuestra sociedad.
El Grupo de Expertos Europeos de Alto Nivel sobre Noticias Falsas y Desinformación designado por la Comisión Europea, define este fenómeno como la difusión de "formas de información falsa, inexacta o engañosa diseñada, presentada y promovida para causar daño público intencionalmente o con fines de lucro".
Se trata de un fenómeno que amenaza a la democracia a través de la proliferación de mensajes que, deliberadamente, apuntan a fabricar o manipular las realidades, en un contexto de falsedad y con una fuente indeterminada. Por ello, cuando se pregunta por el origen de un contenido de este tipo, la respuesta común suele confundir la fuente con el medio mediante el cual se difunde, habitualmente una red social, como Facebook o Instagram, pero también con mayor fuerza en los últimos años sistemas de mensajería como WhatsApp o Telegram.
Hoy en día, incluso ya se habla de "editores" de noticias falsas, quienes a partir de motivaciones tanto económicas como políticas varían tanto en sus tácticas como en sus objetivos. Los primeros se parecen a los generadores de contenidos que van tras la "caza" de clicks, es decir, ganan dinero con el número de visitas que generan en sus sitios web. A su vez, el objetivo principal de los actores con motivación política es manipular la opinión pública y, algunas veces, incluso interrumpir procesos democráticos.
Los otros actores de la desinformación son los propios usuarios de las redes sociales, que cumplen dos roles claves: primero son las audiencias que consumen este contenido sin un mayor cuestionamiento y también, en una buena parte de los casos, se convierten en los distribuidores de ese material. Es decir, contribuyen a amplificar la desinformación, ayudados también por algoritmos de las redes sociales que hacen que a medida que más usuarios interactúen con ese contenido, lo transformen en más "recomendable" a otros usuarios.
Se debe reconocer, eso sí, que recientemente las empresas de redes sociales han iniciado procesos de cambio en esos algoritmos, así como en los procesos de moderación de contenidos, que buscan afrontar esta verdadera "epidemia" de desinformación.
Ahora bien, la situación se torna especialmente grave cuando estos procesos ocurren en medio de una emergencia de tal magnitud como la que enfrentamos en la actualidad y donde también, lamentablemente, crecen hasta de manera compulsiva este tipo de mensajes.
El espectro de noticias falsas que circulan en torno a la pandemia es amplio: desde teorías de la conspiración sobre un supuesto "verdadero origen" de la enfermedad asociado a afiebradas teorías, hasta presuntos remedios caseros para hacer frente al covid-19 o los eventuales efectos negativos del uso de mascarillas. Todos difundidos por fuentes de origen desconocido y que solo ayudan a aumentar la confusión o, incluso, pueden llegar a causar directamente daños a la salud, al recomendar falsas protecciones o el consumo de productos que dañan nuestros organismos.
El director de Políticas y Estrategias sobre Comunicación e Información de la Unesco, y uno de los principales expertos de esa agencia de la ONU en materia de desinformación, Guy Berger, explica que las falsedades relacionadas con todos los aspectos de covid-19 se han convertido en algo común. "Parece que no hay un área que no haya sido afectada por la desinformación en relación con la crisis covid-19, desde el origen del coronavirus, hasta la prevención y 'las curas' no comprobadas, incluidas las respuestas de los gobiernos, las empresas, los famosos y otros".
Berger agrega que "en un momento de grandes temores, incertidumbres e incógnitas, existe un terreno fértil para que las fabricaciones florezcan y crezcan".
El gran riesgo es que cualquier falsedad que gane fuerza puede anular la importancia de un conjunto de hechos verdaderos.
En ese sentido, los medios de comunicación también tenemos una gran responsabilidad, especialmente a nivel local, con el fin de proporcionar información y datos que pueden contribuir directamente al potencial de los ciudadanos para la autoprotección y la seguridad, así como ayudar a orientar políticas públicas en virtud de la conexión entre distintos mundos que suelen no conversar tan fluidamente, como el científico y el político.
Actores claves de la desinformación son los propios usuarios de las redes sociales, que cumplen dos roles claves: primero, son las audiencias que consumen este contenido sin un mayor cuestionamiento y también, en una buena parte de los casos, se convierten en los distribuidores de material deliberadamente falso.