Aprendizaje educativo en tiempos de pandemia
Aladino Araneda Valdés, Académico Facultad de Educación Ucsc,
Hoy, lo que más importa son las personas, su salud, seguridad e integridad. Un virus, de los millones existentes, ha hecho lo que parecía una utopía, pues hasta antes de la pandemia del covid-19, lo más importante para la cultura y sociedad neoliberal era la economía, el crecimiento del capital, la acumulación de riqueza y el consumo.
La salud, al igual que la educación, previsión social y seguridad ciudadana habían sido reducidos a bienes de consumo transables en el mercado y generando lucrativos negocios. Hoy, cuando la muerte se aparece como un hecho cierto y casi inminente para una importante parte de la población, la salud pública se trasforma inesperadamente en un bien moral que los gobiernos (de empresarios) se ven obligados a recurrir pues se dan cuenta que los centros privados no serán nunca capaces de enfrentar el problema por el alto costo de estas pandemias y porque se gestionan como negocios y no como fraternidades. En Chile, un país mayoritariamente cristiano, las isapres no hacen caridad, pues aún no la han podido empaquetar y vender.
Si todo lo que hemos aprendido en la vida hubiere sido aplicado a la realización del bien, a construir una verdadera sociedad humana, a desarrollar comunidades de personas, que viven y buscan el bienestar de todos y, por cierto, con mercados regulados (del abuso) y un Estado fuerte (que castiga especulaciones), sin lugar a dudas estaríamos mucho mejor como país enfrentado a este minúsculo ser (covid-19), que no es capaz de existir por sí mismo (necesita proteínas), pero que pese a su pequeñez ha tenido más efectividad que todas las organizaciones humanitarias en mostrar las horrorosas desigualdades generadas por el neoliberalismo y hacer una cuarentena que nos conduzca a estructurar una relación individuo-sociedad-especie armónica y enseñar la ciudadanía terrenal (Morín) como inevitable desafío educativo.
Sabemos que todo aprendizaje no es siempre educativo, pues mucha gente aprendió a engañar, a usar sus cargos para acceder a información privilegiada, a comprar votos y voluntades políticas, a sobornar, coludirse, acaparar, eludir y evadir impuestos, en fin, aprendió a materializar la vida humana y convertir la sociedad en un despiadado mercado de bienes de consumo, se aprendió a tener, sin importar valores morales, se aprendió a acumular sin importar el bienestar de los demás y sin considerar ni respetar el medio ambiente. Platón, hace más de dos mil años dijo que los negociantes no podían gobernar, sus almas están hechas para ganar riqueza y no para buscar la sabiduría. Hemos dejado de ser personas solidarias, responsables y justas. Si Platón viviera, estaría preso o exiliado.
Una pequeña molécula, nos ha mostrado la finitud y fragilidad de la vida humana y nos ha llevado a poner como valor absoluto la vida de niños y de personas de tercera edad, permitiéndonos romper la dicotomía del alma, sacándola abruptamente de la calle y domiciliándola (Giannini), para darle cuidados a su ser personal, reflexionándola sobre sí misma para que aprenda a ser, para luego salir fortalecida del encierro obligado.
Esta oportunidad que tenemos de domiciliar nuestras almas es una preciosa oportunidad para encontrarnos con nosotros mismos, con lo que realmente somos, asumir nuestra inexorable finitud, asumir con humildad el puesto que tenemos en el cosmos y comprender que somos una sociedad con una misma vocación y no un acumulado de cosas.
"Esta oportunidad que tenemos de domiciliar nuestras almas es una preciosa oportunidad para encontrarnos con nosotros mismos, con lo que realmente somos".