Las complejas proyecciones económicas
Si hay un tema que preocupa por estos días -sumado a la prioritaria e impostergable preocupación por la salud y a la necesidad de preservar las vida de los pacientes- ese es el de los efectos que tendrá en la economía la pandemia que afecta al mundo y que golpea con especial fuerza a zonas como América Latina.
De hecho, hasta la fecha más de tres mil personas han fallecido debido al coronavirus covid-19 en esta región y el Caribe y, paralelamente, los países comienzan a sufrir la peor recesión económica de -al menos- los últimos cincuenta años.
El escenario en que se encuentra Chile y sus países vecinos obliga a la máxima responsabilidad, pero también a una flexibilidad absolutamente necesaria para ayudar a reducir el sufrimiento de muchas personas y, además, permitir en los próximos meses el inicio de la necesaria reactivación económica.
No hay que confundirse al creer que hablar de economía es no preocuparse por el ser humano. De hecho, lo más impactante de la crisis es darse cuenta que se ha comenzado a hablar de que hay personas que comenzaron a tener hambre en nuestras ciudades y países. Algo que, al menos en Chile, parecía estar relegado a épocas pasadas, pero que hoy -en virtud de la dimensión de la crisis sanitaria- comienza a repetirse en la voz de autoridades y representantes de diversas organizaciones, especialmente aquellas que están más vinculadas al quehacer de apoyo a los sectores más postergados de la sociedad.
Las señales, por lo pronto, no son alentadoras. De hecho, el más reciente informe de Perspectivas Económicas Mundiales del Fondo Monetario Internacional (FMI), conocido la semana pasada pronosticó que la economía de Chile se contraerá este año un 4,5%, proyección que si bien es altísima -superior a la estimada a principios de abril por el Banco Central, de un 1,5% a 2,5%- está por debajo de las caídas pronosticadas para otros países cercanos, como México (6,6%), Brasil (5,3%), Argentina (5,7%) y Venezuela (15%).
Esta contracción está vinculada, por cierto, a las medidas que son necesarias de tomar para mitigar los costos humanos y económicos de la crisis, que serán de enormes proporciones y exigirán una estrategia sin precedentes.
Según explica el organismo, aunque a diferente ritmo, hasta ahora la mayoría de los países de la región han adoptado medidas sanitarias importantes para contener la propagación del virus, como las prácticas de distanciamiento social y la restricción de las actividades no esenciales. Asimismo, han incrementado el monto de recursos fiscales destinados a sanidad, lo que incluye pruebas de detección, camas, respiradores mecánicos y otros equipos, lo cual es la prioridad fundamental en vista de que muchos países aún no están debidamente preparados para hacer frente a la peor etapa de la pandemia.
En el ámbito de la política económica, las medidas han variado. Los países han recurrido a transferencias directas a los hogares vulnerables (incluida la ampliación de programas existentes), flexibilización de los requisitos de acceso y expansión de los sistemas de seguro de desempleo, subsidios al empleo, desgravaciones y prórrogas tributarias temporales y garantías de crédito.
En estas áreas nuestro país ha mostrado un despliegue amplio que, necesariamente, implicará avanzar hacia una mayor eficiencia en el gasto público y también cerciorarse de que las políticas adoptadas en respuesta a la crisis no sean percibidas como permanentes para que no se perpetúen y generen distorsiones, en especial la asistencia focalizada a algunos sectores.
Por lo pronto, es importante considerar el aporte que cada uno puede realizar para hacer frente a la crisis. Primero, cuidando la salud -el bien más preciado- y luego ajustando los presupuestos personales y familiares a un periodo de altísima complejidad.