El maltrato infantil es uno de los problemas más graves y dolorosos, pero lamentablemente también muy latente en la sociedad, ya que a diario la violencia, de distinto tipo, afecta a más niños, niñas y adolescentes de los que se pueda imaginar, y cada año miles pierden la vida a causa de ello. Cifras de Unicef, a partir de estudios que ha hecho, dan cuenta de esta triste realidad en Chile sobre la que alertó en abril de este año, afirmando que entre 1994 y el 2006 los niveles de violencia contra los menores se mantienen sobre el 70%; y que se estima que la última década 6 de cada 10 niños ha sido disciplinado con métodos violentos como parte de su crianza. Además, en la Encuesta Nacional de Victimización del Ministerio del Interior (2012), 75% de los niños y niñas dijo haber sufrido algún tipo de violencia por parte de sus cuidadores.
Está en lo anterior una de las partes más crudas del fenómeno: muchas veces la vulneración a los derechos y dignidad de los menores de edad, sea de índole física, sexual o emocional, no viene de desconocidos, sino de las personas que naturalmente deberían amarlos y protegerlos: padres, familiares y cuidadores. Por ello, en el trabajo de reparación del daño a la infancia y adolescencia vulnerada, como los programas en lo que se enfoca la Red de Buen Trato Biobío, la intervención a los núcleos familiares es un pilar, precisa Germán Ramírez, integrante de la Red de Buen Trato Biobío, agregando que por eso fue foco del seminario anual de la institución que se realizó este jueves en el Aula Magna de la Universidad Técnico Federico Santa María.
Distintos expertos abordaron el fenómeno y su compleja intervención integral, donde el acercamiento entre los profesionales y familias suele ser el mayor desafío. Así lo sostiene el psiquiatra Marcelo Pakman, especialista en Psiquiatría Comunitaria y terapeuta familiar argentino que hace más de 30 años vive en Estados Unidos y fue el invitado estelar del seminario donde dio la ponencia "Encuentros y desencuentros en el trabajo clínico con familias".
Sobre esto, explica que "no siempre la intención de ayudar garantiza que va a ser un encuentro feliz, porque es un trabajo donde hay muchos desencuentros entre el profesional y la familia o el miembro de la familia del niño, niña o adolescente con quien se está trabajando para reparar el daño. A esto se deben sumar los encuentros y desencuentros que hay en la propia familia, y los que hay en los equipos terapéuticos y los contextos en los que trabajan".
Con décadas de experiencia en el trabajo clínico, académico e investigativo, en las que ha publicado numerosos artículos científicos y capítulos de libros, y títulos de su autoría, Pakman sabe que considerar lo anterior es clave para tener más posibilidades de éxito.
ENTENDER Y NO IMPONER
La reticencia o el arraigo de patrones o problemáticas sociales y culturales asociados a la vulneración de derechos a la infancia son dificultades que menciona como importantes dificultades en el acercamiento y riesgo de desencuentro entre equipos y familias. Pero, ante esto, cree que muchas veces esto también se produce cuando se "obliga a cambiar" sin conocer ni considerar qué hay atrás del problema. "En general, no se arregla una familia violenta si uno a su vez ejerce cierto grado de violencia, aunque sea simbólica, al imponer algo; aunque se puede 'ordenar mejorar', no suele funcionar. Esto no quiere decir que hay que ser ingenuo y creer que la buena voluntad es lo que va a trabajar, pero sí hay que estar consciente y alerta de que la realidad es más dura", sostiene, pues "no se puede ayudar a cambiar a la gente sin entender sus perspectivas o las propias dificultades para actuar de un modo y no de otro", afirma.
Desde allí, para facilitar el proceso, Marcelo Pakman cree que es importante que los profesionales y la sociedad en general cambie el paradigma y saque "la imagen de la familia ideal, que en general son eso, ideales de familias más que familias reales: con dificultades familiares, así es como son las familias normales, en todas hay problemas y por cierto hay situaciones extremas, no todas las familias caen en la vulneración, pero si uno no encuentra la raíz humana general del asunto es muy difícil acercarse".
MÁS POSIBILIDADES
Con lo expuesto el médico psiquiatra es enfático en que esto no significa que una clave para facilitar el acercamiento es que el profesional genere un lazo afectivo potente con cada familia, porque no es humano creer que se apreciará a todas las personas por igual, lo cierto es que se genera más vínculo con unas que con otras; pero recalca que se debe saber que "en la medida en que aprenda a respetarlos, respetar la dignidad de las situaciones por más espantosas que sean, el profesional tiene más posibilidades de que haya aceptación; no certeza, pero sí posibilidades".
Y esa posibilidad de aceptación es lo que siempre se debe buscar, incluso cuando los niños, niñas o adolescentes deben ser sacados de sus hogares para ser protegidos por largo tiempo, a veces hasta que alcancen la mayoría de edad, pues Pakman asevera que aunque "hay momentos en que puede ser conveniente que exista un distanciamiento entre el menor y la familia o el miembro, no hay para siempre en estas situaciones", y en alguna ocasión, tarde o temprano, el encuentro entre ambas partes va a ocurrir.
Así, asevera que "cuando una familia o un miembro no puede ser una influencia positiva (en el momento), todavía es importante preservarlos para un futuro en el que podrían serlo, no permitiendo que dañen más las posibilidades futuras de establecer un vínculo sano". Por ello, para finalizar sostiene que los profesionales, los equipos, tienen el deber, que muchas veces es un reto, "de tener todo el tiempo la disponibilidad al encuentro".