"En Occidente estamos en el ocaso de una civilización"
Su jubilación forzosa, a comienzos de año, de la salas universitarias generó una buena dosis de polémica y no pocas muestras públicas de aprecio y reconocimiento. Incluso ex alumnos que discreparon de algunos o varios de sus planteamientos destacaron su "brillantez como catedrático". El hecho es que Julio Retamal Favereau, durante sus décadas de intenso ejercicio intelectual y académico, ha marcado a generaciones de chilenos que se adentraron en la Historia con mayúsculas a través de su particular mirada de fuerte impronta tradicionalista y católica.
Historiador y doctor en filosofía, profesor emérito de la Pontificia Universidad Católica y ex profesor de Historia Moderna y Teoría de la Historia de las universidades Adolfo Ibáñez y Gabriela Mistral, Retamal Favereau ha hecho del estudio de la civilización y cultura occidentales sus principales materias de reflexión.
Aquí, el académico, miembro de número de la Academia Chilena de la Historia, reflexiona sobre el estado de la espiritualidad en Occidente y las que entiende como amenazas para nuestra civilización. Y adelanta lo siguiente, a propósito del papel de la Iglesia Católica en este estado de las cosas: "Tengo mucho respeto por el Papa (Francisco), aunque puede que no sea el Papa ideal para mí. Para mí el Papa ideal era Benedicto XVI, porque era un teólogo a fondo que comprendió que el problema era más alto, era más arriba, que no es decir 'ya, hermanos, juntémonos y construyamos un techo para Chile y démosle educación a todo el mundo'".
-Que la verdad ya no forma parte del bagaje cultural; la verdad no juega ningún rol importante. Da lo mismo si es verdad o no es verdad, lo que importa es la función que cumple una determinada idea, el uso que de esa idea se hace, la aceptación o no del gobierno por parte de la población. La verdad es otra, es si funciona o no funciona, atrae o no atrae, se vende bien o no se vende bien, pero que detrás haya o no una verdad, ya sea religiosa, metafísica o simplemente científica, no tiene mucho valor.
-La condición humana de hoy está determinada por otros factores, por el éxito, por la comunicabilidad, por el marketing, por la competitividad, pero no por principios muchos de los cuales no tienen una manera de probarse categóricamente, como la existencia de Dios, del bien o de la verdad. Son cosas que se barajan de otra manera, no en un concepto eterno o permanente, siempre válido, al cual uno tiene que referir sus acciones, sino que van cambiando, van adaptándose, un día es sí y al siguiente puede ser no.
-Me provoca la sensación que estamos marchando hacia el vacío. Desde la filosofía de (Friedrich) Nietzsche viene lo que se llama el nihilismo, que precisamente concluye que no hay nada permanente, nada absolutamente verdadero, nada básico. Estamos viviendo la actitud del hombre por estos otros principios: el éxito, la competitividad, el consumismo, que no tienen nada que ver con cosas permanentes, con principios o bases sobre los cuales uno asienta toda su conducta. Todo eso, en Occidente por lo menos, se ha despedazado. Estamos preocupados de arreglar el enchufe de la pieza de alojados cuando la casa entera se está viniendo abajo. Esa es la posverdad, que funcione o no la lámpara no tiene ninguna importancia, compro otra; en cambio, el techo y los muros sí que están agrietados.
-Lo que uno ve, desde luego, es que en la sociedad se están implantando estos otros principios, que son mucho más reducidos. La gente ha perdido el interés en los grandes problemas y en las grandes soluciones y se atiene al enchufe para solucionar nada más que el pedacito donde cada cual vive, el grupo familiar. Y eso, porque el grupo familiar está muy deshecho también. Hay mucha relación de paso, hay mucho hijo nacido, no diré fuera del matrimonio, sino nacido fuera del afecto.
-Hubo continuadores de Spengler, como (Arnold) Toynbee o (Pitirim) Sorokin, que siguieron más o menos en la misma visión, ¿qué viene después de Occidente? Pero no creía, cuando escribí ese libro ("Y después de Occidente, ¿qué?"), que estábamos tan mal, pensé que esto era una cosa que se iba a demorar más. El proceso se ha acelerado.
-Para mí, la desaparición de la familia, la desaparición de la religión, la desaparición de la metafísica y la desaparición del arte permanente son cuatro síntomas irreversibles en Occidente. Occidente se está enfrentando a un mundo literalmente agobiante, el Islam; a un mundo eminentemente práctico, que tiende a dominar la economía y, a través de la economía, posiblemente el mundo, que es el chino; y a un mundo encerrado en una forma de espiritualidad que no resulta en Occidente, que es la India. Occidente es el que está debilitado; la India ha sido siempre pobre, el hombre en la India vive con una cierta satisfacción porque cree en la reencarnación y en que prolonga su ser a través de la descendencia. Tienen un proceso interior muy rico en espiritualidad.
-Completamente no, quedan todavía los últimos resabios, pero son cada vez menos. La espiritualidad, por ejemplo, hace que el indio pueda seguir, dentro de la precariedad de la vida, con una cierta serenidad. En Taiwan me decían 'nosotros somos muy prácticos: en la mañana nos levantamos y asumimos el mundo desde un punto de vista taoísta, porque el tao es la fuerza que nos mueve, ordena y nos da fuerza; al mediodía somos confucianos, porque tenemos que resolver los problemas y Confucio es un gran maestro, muy espiritual, pero no trascendente; y en la noche nos acostamos budistas, porque Buda habla de la prolongación de la vida más allá de la muerte.' Si vamos a creer en que hay una resurrección, el hinduismo y el budismo creen, más aún con la posibilidad de que el alma se supere y se reencarne de nuevo. No tiene una noción de religión cerrada, como nosotros, sino una noción de religión complementaria. Y usted ve que todo Occidente está lleno de centros de yoga, en este barrio hay muchos más centros de yoga que iglesias.
-Que la gente quiere una espiritualidad y no sabe dónde buscarla. La Iglesia Católica, y lo digo con bastante dolor porque soy católico practicante, se ha ido por el lado del enchufe que le comentaba.
-Lo que digo es que es una criatura de la espiritualidad cristiana, a través de la forma católica.
-Estamos mal. Usted ve que el catolicismo baja en las estadísticas de una manera pavorosa.
-Por una coincidencia de causas, pero lo principal es la falta de espiritualidad. La Iglesia Católica está preocupada de los pobres, de los emigrantes. ¡Por favor, no le corresponde eso! Le corresponde el espíritu de cada uno de nosotros y ese espíritu, como no tiene alimento cristiano, la gente lo va a buscar a Oriente. Pero el pensamiento oriental no se adapta a esta situación, nosotros somos hijos de otra cultura. Tenemos que resurgir una espiritualidad cristiana, que fue la que nos creó, una mezcla del cristianismo católico con la cultura grecoromana. Esas son nuestras bases. También tenemos elementos germánicos, que son más políticos. Mientras no haya una revigorización de eso, no sacamos nada.
-Plantearlo así es muy duro, pero me parece que, de repente, se pierden completamente. Hubo un intento inmenso de adaptación al mundo, el Concilio Vaticano II, justo cuando el mundo botaba a la Iglesia, la Iglesia se subió al mundo. No la recibieron y los resultados son pavorosos. La alta jerarquía (de la Iglesia Católica) tiene otros intereses. Tiene interés en el pobre, en el enfermo, en el emigrante. ¡No, tenga interés en el espíritu de todos!
-Afortunadamente, no soy el Papa, pero yo lo que haría es una pausa con los sacerdotes que hay y cerrar el despacho por seis meses. Y en esos seis meses vienen todos los curas del mundo sin excepción, desde los de la Teología de la Liberación hasta los más reaccionarios, para tener tres meses de ayuno y penitencia. Tendrían que irse a un inmenso retiro donde lo único que habría es penitencia. Y al final, ver cuántos se quedan. Este es el camino para la Iglesia.
-Así es. La gente está buscando por cualquier lado algo que le satisfaga más interiormente, pero hay una especie de actitud negativa frente a la religión. Ahora dicen 'sabe, no me interesa. ¿Hay Dios? A lo mejor, no me interesa. ¿Hay Dios? A lo mejor no hay; bueno, tampoco me interesa, yo estoy en otra'. Están en la pelea contingente, en el exitismo, en el consumismo, en la competitividad monstruosa, grandes campeonatos mundiales de todo, grandes ferias de todo, grandes intercambios de todo menos de espiritualidad.
-Esa es la pregunta esencial, la pregunta básica. Aparentemente son incompatibles, porque si yo estoy haciendo negocios todo el día, tratando de conquistar un mercado nuevo, no voy a tener tiempo para lo otro. Ese es el problema. ¿Se puede modernizar la sociedad?, por supuesto que se puede modernizar la sociedad. ¿Se puede modernizar hasta el punto de despreciar lo espiritual? No, no se puede permitir. En algunos momentos, la modernización se compatibilizó bastante con la espiritualidad occidental. Por ejemplo, en los siglos XVII, XVIII y XIX; es en el siglo XX cuando desbarra esto, porque el ritmo de la modernización y los fines de la modernización ya fueron enteramente inusuales, imposibles de seguir.
-Tendían a asentarse y a encontrarse de nuevo, en un plano distinto, pero no destructivo. Pero cuando la modernidad llega a la modificación de los genes, a la transexuación, a confundir lo masculino con lo femenino, cuando se llega a niveles de ignorancia total con respecto a lo que es el espíritu y al desprecio total de lo que puede ser una voluntad divina, ya no hay compatibilidad posible. La actual modernidad, llevada a sus últimos términos, no es compatible.
-Estamos en el ocaso de una civilización. Si no salvamos los últimos rescoldos de ese fuego que fue tan importante (el de la espiritualidad), está perdida. Si dejamos al hombre occidental solo, perdido en el mundo de la competitividad y de la masa, no tiene remedio. Es importante para los líderes, sobre todo para los espirituales, mantener algo especial que sea invariable. El solo principio de pensar que no hay nada invariable, que no hay nada que no sea transable, que no tenga comienzo y fin, el relativismo absoluto, el nihilismo, nos hace estar perdidos. Dios representa lo contrario, la permanencia, la eternidad, la justicia, la bondad. Si no hay una restauración de la concepción divina cristiana, no creo que sea posible ninguna restauración de Occidente.