"Lo que el viento se llevó" y la necesidad de los clásicos
Si los hermanos Lumiere registraron la realidad, Melies la trastocó y Hitchcock descubrió la importancia que tiene hacer películas "con el público en la cabeza"; David O. Selznick (1902-1965) hizo que la figura del productor trascendiera más allá de analizar el proyecto que había que filmar.
Desde la vereda contraria al realizador, Selznick tuvo clara la relevancia de la cámara y el plano como recurso narrativo, para contar en la pantalla.
Como parte de la Edad Dorada de Hollywood, este productor reflexionó y supervisó obsesivamente el detalle del set, su estética y el cuadro que, unido a otro, se transformaba en relato.
Y varios de los suyos -los que produjo- quedaron en la historia como piezas trascendentales para comprender el cine como forma expresiva y narrativa clara.
"Lo que el viento se llevó" (1939) es un ejemplo de aquello en 238 minutos, que se pasan "volando". En la historia de Scarlett O'Hara (Vivien Leigh) y Rhett Butler (Clark Gable) están sentadas las bases del clímax del sistema de estrellas, de los métodos de actuación/personaje, que van a generar gran influencia a la generación de los 50, y las reglas del llamado relato clásico americano: dominio de la escala de planos, claridad frente a todo y una historia que engancha al minuto.
Además, una película necesaria de ver en la sala de cine en la pantalla de verdad. De ahí lo llamativa que resulta que la cinta dirigida por Victor Fleming (George Cukor y Sam Wood también estuvieron tras la cámara y pelearon con Selznick) sea parte del primer ciclo de clásicos 2017 que Cinemark trae a Concepción.
En la base del cine
En concreto, la preventa de entradas se inició este jueves, despertando el inmediato interés del público (recuadro), que presenciará un verdadero clásico.
¿Un clásico? Sí, un modelo a seguir, en el decir estético de la tradición griega: digno de imitar.
Es cierto, que los diálogos de este melodrama, que envuelven "Lo que el viento se llevó" pequen de cierta "antigüedad" en días del siglo XXI cuando -quizás- ya no es necesario explicitar cada una de las acciones emprendidas por los personajes.
Sin embargo, concibe un claro manejo de cómo deben funcionar elementos del cine que nunca resultan demás. Ejemplo, el gran plano general posterior de Scarlett en un momento clave de la cinta. El momento en que asume que su vida tiene mucho más de realidad de lo que cree, en el marco de la Guerra de Secesión en Estados Unidos (1861-1865). Es la peregrinación y la temporada en el infierno de una chica sureña que deja la fantasía para convertirse en mujer. Es, además, el clímax narrativo de una obra tremendamente entretenida y que hace fluir el ritmo, a partir de un montaje que no se mete en enredos. Una forma de escribir con la cámara/plano que contiene mucho más de lo que podía expresarse en 1939.
De ahí lo distinta que pueda apreciarse "El mago de Oz", dirigida por le mismo Fleming (1945), y también considerada en este ciclo. Un vuelo que se adelanta a la psicodelia en 20 años, y que hace de la paleta de colores un recurso digno de apreciarse en pantalla grande. Qué decir de los personaje, su marco y contexto.
Y otro viaje, acá psicodélico es el de Kubrick, "2001: Odisea del espacio" (1968). Claro, un clásico y un modelo digno a seguir.