"Manchester junto al mar": la vida simplemente
Cada cierto tiempo aparece una de aquellas películas que terminan, se prenden las luces de la sala, caminas, sales, llegas a tu casa y te sacan esa lágrima contenida (o dos, o tres, o las que sean) desde tu más profunda emoción. En ese cuadro está "Manchester junto al mar", sumando al grupo donde -quizás- ya pusiste títulos como "Indian runner" (Sean Penn, 1991) o "Her" (Spike Jonze, 2014).
Una película pequeña en el mejor sentido de la palabra que habla, desde los rincones no dichos de cada uno, de una cantidad de temas y sensaciones. Finalmente, de humanidad.
Como los buenos cuentos de Raymond Carver, esta cinta del director Kenneth Lonergan ("Margaret") es con efecto retardado. Es decir, la trama se expande en tus pensamientos con el correr de los minutos, las horas, los días. Incluso, después de verse en algún tiempo más.
Es la historia de Lee Chandler (Casey Affleck). Pasa los días como un gásfiter de media jornada, hasta que se entera de la muerte de su hermano. El hecho hace que regrese a su tierra natal, Manchester. Hay que tomar decisiones y ver qué pasa. Allí está su sobrino de 16 años, de quien se entera deberá hacerse cargo por disposición de su hermano mayor.
Es en este marco/contexto donde el director desarrolla una puesta en escena con una distancia casi brechtiana: cada espectador podrá sacar sus propias conclusiones.
De ahí que lo interesante de los personajes de esta cinta, de todos, es que van develando sus condiciones sin decirlo, aunque mostrándolo en diálogos, miradas, movimientos y momentos que parecieran a punto de reventar. Es esta contención la que te obliga a involucrarte (como receptor).
Sin decir nada más que lo está en la superficie (del correcto actuar humano), las secuencias de este relato de cortos 135 minutos llevan por diferentes sensaciones, contradictorias a veces, y que no hacen más que convertirse en una declaración de vida. Insisto, desde una sana distancia (¿para qué explicarlo y decirlo todo tan literalmente?)
Lee Chandler no lo necesita para estar al lado de quien corresponde, o alejarse de quien corresponda, según sus sentires. Son los que el espectador huele, pero no observa.
Luego de un mal paso en su vida matrimonial -el pasado trágico que no necesariamente debe convertirse en tragedia- Lee está tratando de llevar la vida, la suya propia. Debe superar sus propias trancas, para seguir siendo la persona y el pariente responsable que esta pequeña sociedad necesita.
Allí, la relación del ex matrimonio Lee-Randi (Michelle Williams) es el mejor espejo del presente y pasado de sentimientos que se cruzan con culpas y diálogos no dichos, aunque siempre puedan ser necesarios para seguir el camino de cada uno.
Allí también está el sobrino, un buen adolescente quien por estar solo no debe asumir su vida como desorientada. La ausencia paterna y materna no son dramas, aparentemente, para este joven de pálpitos "claros" y que también puede tener crisis. Como todos, como también quien está leyendo estas líneas. Al final es la vida.
"Manchester junto al mar" hace del contexto y sus personajes una mirada esclarecedora sobre las cosas y detalles que realmente importan, sin que deban visibilizarse o construirse con frases hechas y momentos esperados.
Las idealizaciones, aunque latentes en el metraje, no buscan dar lecciones de ningún tipo en este relato de montaje clásico, en la tradición que ha construido la narrativa norteamericana.
Es el abrazo cariñoso, el juego con la pelota, el conflicto de ideas o las tensiones que se derivan sólo porque alguien no quiere hablar; lo que hace tan presente esta película, tan viva en su esencia. Finalmente. los dolores interiores de unos no tienen que ser los mismos de otros en un cuadro donde valen las personas.