Álvaro Henríquez, sin concesiones
Cuando el Nuevo Pop Chileno se gestaba en la capital, acá se fraguaban otras historias. En plena dictadura y con la crisis económica a cuestas, había más ánimo que oportunidades.
La música circulaba por pasillos estrechos. Atreverse a pensar en grande y dar el salto a Santiago, requería una determinación difícil en la incertidumbre.
Algunos dirán que Los Tres, con Henríquez a la cabeza, mistificaron a Concepción como capital del rock, mientras se abrían paso a codazos en la espesura de una industria musical emergente. Cierto o no, el inicio de esa historia en proceso nos revela la pieza clave: actitud. Más allá de los riffs, de eso se trata el rock. Determinación e irreverencia ayudaron a esculpir la leyenda.
Henríquez pudo más en compañía que solo. Pero eso no lo detuvo. No escatimó en reinventarse, aunque las energías ya no fueran las de antes. Lo mejor de su música quedó para la eternidad en "Se remata el siglo", pero los altibajos de su carrera no le negaron nuevos momentos estelares. Su disco homónimo de 2004 merece volverse a escuchar pese al juicio de la audiencia.
Álvaro recibió la posta de quienes, mientras aún intentaba ser alguien, habían convencido a los jóvenes del país de que existían otros discursos, medios y sonidos. Siguió construyendo.
No fue él solo, pero con su carisma fue la cara visible, el icono entre quienes definieron el rock chileno de una década. La voz de los '90. Un sonido que interpelaba a la generación de la aldea global, capaz de acercarse a nuestras raíces, aunque se abrazara astutamente al rockabilly, jazz y grunge.
Por eso, recibir el homenaje de manos de Jorge González es un gesto simbólico de montaje perfecto. Una postal concebida en la mente de un relojero, con los elementos para remarcar una línea evolutiva concreta de nuestra música popular. Porque a pesar de los hiatos creativos, Henríquez saldó su cuenta hace 20 años. Lo que se reconoce es el emblema de una generación que trae otros nombres inscritos.