Elegir ser profesor
Por estos días muchos jóvenes se ven enfrentados a decidir qué estudiar. Pero la decisión no es qué estudiar, sino para qué estudiar. Es el sentido declarado y asumido lo que va a sustentar los años de universidad en que las motivaciones, desafíos, problemas, contradicciones, aparecen como una sucesión de momentos y dependerá de cada uno cómo lo enfrente y cómo aquello se transforme en el sentido de la vida.
Elegir educar no es fácil, de comienzo hay que enfrentarse con la resistencia de una cultura país que ha transformado las pedagogías en profesiones de categoría inferior, pues aun cuando el discurso que emana de las políticas públicas está orientado a fortalecer la profesión docente, lo que pasa una vez que las cámaras se apagan, lo que se observa en las calles, al interior de las familias, es distinto y muchos jóvenes ven supeditada su vocación al constructo colectivo que se genera alrededor del ser profesor. A esos jóvenes bien les vendría conocer a quien eligió ser profesor por vocación, y no sólo por el puntaje PSU, que en la perspectiva de la vocación y de lo que sucede realmente después en el ejercicio profesional, poco o nada tiene de incidencia; independiente de la normativa vigente que pretende asegurar que estudiantes con altos puntajes PSU serán buenos profesores.
Ser profesor es sentir el llamado (vocatio) a transformar el mundo por medio de la construcción de vidas, alejado de la creencia en el determinismo social y económico. Es estar dispuesto a acompañar a los estudiantes y creer que se puede hacer una diferencia significativa ofreciendo oportunidades de aprendizaje para todos, porque se está seguro de que sus capacidades no están limitadas pero sí sus oportunidades.
Ser profesor es querer ser mediador entre los estudiantes y poner todos los esfuerzos en mantener en alto la motivación (que no es siempre intrínseca, sino que hay que declararla y trabajarla como un primer objetivo pedagógico), en animar permanentemente a los estudiantes para que no abandonen por temor a fracasar y, por el contrario, estimularlos a esforzarse, a progresar, a tener un desempeño de excelencia, porque en cada niño, niña o joven que se nos confía, existe la posibilidad de desarrollar capacidades. Sí, en todos, también en aquellos que tienen un contexto social vulnerable o una discapacidad. Ser profesor es amar la vida y tener sentido de trascendencia y, por ello, trabajar arduamente para que nuevas generaciones den sustentabilidad a una sociedad que, aunque globalizada, valorice las diferencias y las transforme en oportunidades de desarrollo humano.
Elegir ser profesor es atreverse a asumir una oportunidad histórica, con rigor, responsabilidad y profesionalismo -y muchísimo más allá del discurso político-, de ser un agente formador y transformador de vidas, de personas autónomas, capaces de vivir en armonía consigo mismos, con los demás, con la naturaleza y con la trascendencia de la vida. Estoy cierta de que éste es el sentir de quienes escuchamos el llamado y nos apasionamos en el trabajo de aula, porque ahí hemos encontrado gran parte de la felicidad y el sentido de nuestras vidas, que volveríamos a decir con convicción, elijo ser profesor y, desde ahí, sean todos muy bienvenidos a esta hermosa profesión.