"En Chile ves un atentado en la tele, como ahora, por ejemplo, y estando lejos piensas 'uy, qué pena, otro atentado' y simplemente continúas porque es lejos de ti y no te pasó nada ni se murió un familiar, pero estando acá es diferente, porque piensas que te subes al metro y literalmente no puedes salir. Entras a una tienda, o en el mismo hospital, alguien puede entrar con una mochila llena de explosivos".
Rachel Rivas, autora del relato anterior, es uno de los cuatro alumnos que hasta el 20 de abril deberán permanecer en Bruselas. Están allí desde el 25 de enero, cuando iniciaron su programa de intercambio en Clínica Universitaria Saint-Luc de la capital de Bélgica.
Fue justamente allí cuando se dio cuenta de lo que estaba pasando: temprano, en la mañana, hubo dos atentados, uno en el aeropuerto internacional de Zaventem y otro en la estación de metro de Maalbeck. De acuerdo al último reporte, las explosiones dejaron al menos 34 muertos y más de 200 heridos, muchos de los que derivaron al centro asistencial donde hace su práctica y que está a unos 10 minutos del aeropuerto y a seis estaciones de metro de la atacada.
Caos en el hospital
"En la mañana cuando salí de mi casa no sabía nada todavía. Tomé el metro normalmente -no la línea del atentado, sino otra- y después tomé el tranvía. Vi que había policías en la estación, pero no sé si es por lo mismo del atentado. Después llegué al hospital tipo 9. Fui a buscar a un paciente y me dijo que hubo una explosión en el aeropuerto, supuestamente terrorista. Escuchamos la radio y toda la gente, pacientes y kinesiólogos, estaban en pánico", describe la estudiante de último año de kinesiología de la Universidad de Concepción.
El primer ataque se registró a las 8 de la mañana, cuando una persona detonó durante un check in en el aeropuerto los explosivos que cargaba en una maleta. Una hora y media más tarde ocurrió algo similar en la estación de metro de Maalbeck. Aunque sin ser confirmado por las autoridades, el Estado Islámico (EI) se adjudicó las acciones.
Su compañero de carrera, el penquista José Fuentes, recuerda que durante la mañana hubo mucha tensión: "En los hospitales se activan los protocolos de emergencia y estaban todos muy acelerados y preocupados por sus familias. Cuando se activó el estado de alerta había resguardo militar en la entrada del hospital porque se rumoreaba que había amenaza de bomba".
Algo similar fue lo que escuchó Rachel. "Llegó una paciente llorando porque tenía miedo de que pudiese haber alguien el hospital con alguna bomba".
Agrega que en el laboratorio de rehabilitación todos los kinesiólogos intentaban seguir trabajando con normalidad. "Todos llamaban para ver si sus familias estaban bien, y buscando la forma de regresar a las casas porque no había medios de transporte".
De regreso a casa
José Fuentes describe que los servicios ambulatorios del recinto asistencial donde está trabajando cerraron temprano, para evitar que la gente saliera. "Muchos tienen hijos y a los internos de todas las carreras les dieron la opción de quedarse o tratar de irse a casa".
A Rachel, una profesora la fue a dejar a su casa. Y, como no había transporte público disponible, en las calles se veía mucha gente. También en los supermercados. Las caras reflejaban miedo y tristeza.
Fuentes describe que la tarde estuvo un poco tensa, porque constantemente se escuchaban sirenas de la policía y de las ambulancias.
Para la lotina Rachel Rivas, lo del atentado era algo previsible. Recuerda que hace varias semanas comenzó a ver grupos de militares en las calles. La alerta se inició tras los atentados en Francia, hace cuatro meses, luego que se identificaron en Bélgica a algunos de los sospechosos. El último, Salah Abdeslam, fue capturado en un sector de Bruselas la semana pasada.
Para Daniel Díaz, también integrante del grupo de pasantes de la UdeC, la percepción en Bruselas es que después de la Segunda Guerra Mundial, este es el peor suceso vivido por Bélgica. "La situación política del país está más complicada con esto y el control policial es duro. La sensación país se me asemeja mucho al terremoto 8.8 de Chile", expone.
Desde Concepción
"Prendí la televisión esta mañana porque me llamó mi cuñado para contarme lo que había pasado, y me tocó muy fuerte", cuenta Ismael Valeria, un penquista que estuvo más de 20 años avecindado en Amberes -a unos 40 kilómetros de Bruselas- y que tiene muchos familiares y amistades en áreas cercanas y en Bruselas capital.
Valeria, quien junto a su familia tiene doble nacionalidad, reconoce que hay bastante inseguridad respecto de los fanatismos religiosos y afirma que este sentir de los belgas ha ido en aumento conforme pasa el tiempo y se producen algunos desequilibrios en la interculturalidad que se ve en el país.
"Todo esto se venía hablando de hace muchos años y ha ido subiendo de temperatura hasta que ahora está como los volcanes, a punto de erupcionar en cualquier momento y por todos lados".
Una percepción similar tiene el ex intendente del Biobío, Martín Zilic, quien cursó dos especialidades médicas en la Universidad de Lovaina, en Bélgica. Sobre el país, el docente de la Universidad de Concepción afirma que es muy seguro, aunque "indudablemente en estos últimos años y especialmente después de los atentados de París (porque sabemos que toda la operación se montó en Bruselas) se activó una alarma mucho más fuerte".
Cuenta que estaba en el país vasco cuando ocurrieron los atentados de París, ciudad a la que llegó de paso con intenciones de continuar hasta Bruselas justo en los días en que se activó el estado de alerta nivel 4, lo que le impidió completar su viaje y visitar a los amigos que hasta hoy mantiene en Bélgica.
(Ver también págs. 10 y 11)