Herencia de los padres, mucho más que educación
En estos días 252.000 jóvenes deciden el resto de sus vidas basándose en los resultados obtenidos en la Prueba de Selección Universitaria (PSU), dando cumplimiento a sentencias familiares que ven en la educación la única vía para asegurar los años venideros. No cabe duda de aquello pues todos hemos crecido con el mandamiento parental de que "la única herencia posible es la educación", idea cargada de sueños truncados, de expectativas por dar fin a los infortunios de los propios padres, así como con la esperanza de perpetuar un bienestar esplendoroso para las futuras generaciones del linaje.
Tanta energía en una simple frase va siempre acompañada de otro axioma "tienes que ser alguien en la vida". Y esto es justamente lo que hemos generado: personas que luchan por ser alguien a costa o en contra de otros que buscan el mismo fin. Por eso veneramos a quienes lucen grandes títulos y disculpamos a quienes por un gran objetivo buscan medios inescrupulosos, mientras tengan un certificado que los respalde.
Se genera tanta frustración en quienes no logran obtener el ansiado puntaje que los llevará a la gloria, o en quienes fracasan en sus estudios de pregrado, que aún sorprende que solo pocos se cuestionen lo absurdo de pensar que se es nadie o que se es menos feliz sin título universitario.
Pero al revisar los programas de estudio de nuestro currículum nacional, cualquiera podría caer en cuenta de que más del 60% de los aprendizajes que deben lograr los estudiantes están redactados en favor de la repetición de estos mandatos familiares, que buscan la competencia, la segregación y la perpetuación de un sistema social individualista y que existe un porcentaje muy bajo de objetivos que incentiven la formación del buen convivir, del desarrollo crítico, el respeto por la naturaleza y los derechos de la humanidad.
¿Realmente esta educación es lo único que podemos heredar de los padres? La verdad es que el legado de las familias es otro. De nuestros cuidadores principales aprendemos a amar. Los niños viendo a sus padres aprenden cómo se ama a la pareja, cómo se ama a los hijos, cómo se convive con los vecinos, cómo se trata a los adultos mayores, cómo se protege a los animales, cómo se cuida lo que se ama… y desde ahí viene el respeto, la validación del otro, la justicia y la verdad.
Si viéramos en la educación del hogar o de la escuela la oportunidad única de formar ciudadanos amorosos, conscientes de sí mismos, los otros y la naturaleza, los resultados de una prueba no significarían nada y la gratuidad, otro tema que tanto resuena en estos días, sería una obviedad.